O el cuarto del trauma...
Jessie entrelazó los dedos dispuesta a bañarse con la calma del leopardo que antes aborreció, necesitaba controlar a la loba que gruñía por repeler una amenaza inminente, de no hacerlo terminaría atacando a la pareja que por ahora los tenía de rehenes.
Ella conocía muy poco del funcionamiento de otros clanes que no fueran los White Claws y los Ice Daggers, había oído de este clan de linces solo por la historia que conectaba al alfa de los pumas con la destrucción del Cubo de Kreiger varios años atrás.
Menos sabía de cómo eran los linces en el plano social, y no estaba segura si quería descubrirlo pronto. Todo lo que quería ahora era continuar con la búsqueda, aunque no sabía donde rayos estaba.
—Tomen asiento —ordenó Hazel.
Ambos se separaron para ubicarse en el sillón blanco de tres cuerpos, alrededor había muchos cojines negros en el suelo, la sala de estar no tenía nada más que eso, al frente la vista del bosque se abría por los grandes ventanales que dejaban entrar mucha luz. La sala estaba conectada en un mismo espacio abierto con la cocina y el comedor ambos con más ventanas grandes, una escalera en caracol llevaba al segundo piso.
El sitio parecía cómodo, lo necesario para una pareja.
El enorme gato gris rodeó a Hazel con su cuerpo y ella, lejos de mostrarse incómoda ante el exceso de protección, volvió a acariciar el pelaje de la barbilla. Estas incesantes muestras de afecto mutuo le estaban provocando una desagradable muestra de repulsión y anhelo, tal era la contradicción en su corazón que sentía como si el pecho se le apretara. Porque ver a una pareja tratarse así era..., tierno, y la ternura para ella significaba que pronto vendría la envidia. ¿A quién quería engañar? Jessie podía burlarse del amor y decir que no lo necesitaba en su vida, pero casa vez que veía una pareja vinculada se le saltaban los cables y volvía a desear lo que nunca tuvo, lo que nunca tendría..., porque ella quería compartir, eso que Hazel tenía con el leopardo de las nieves, con Arif, y el lobo jamás se lo daría.
Jessie sentía su alma vacía y el llamado de la loba resonando en su mente, Sawyer se movió más cerca y pudo sentir al leopardo bajo la piel, como respondiendo ese llamado, diciéndole que estaba ahí para ella.
—Ve a cambiarte y regresa —Hazel le dijo a Conrad—. Yo vigilo.
El leopardo dio un ronco maullido y se fue hacia las escaleras.
—Bien..., vamos a hablar. —Hazel se sentó en uno de los cojines en el suelo, rodeó las rodillas con los brazos dejando el arma a la vista—. ¿Cómo terminaron en los islotes?
Ambos compartieron una mirada, se les hacía difícil explicar algo que desde un punto de vista parecía una completa locura, porque... ¿Quién creería que la investigación genética, a tres siglos de haberse prohibido en humanos, seguía activa en la actualidad? ¿Quién iba a creerles sobre aquellas criaturas cambiantes que los quisieron matar la noche anterior? Sonaba loco, pero ella creía en eso, alguien estaba amasando algo malo y ella quería descubrir exactamente qué. Aunque para eso necesitaba ayuda, y salir de ahí..., no, primero necesitaba un celular para llamar a casa y decirle a su madre y a Sage que ella estaba bien.
Fue en ese momento que se encontró con el desconocimiento del día y la fecha en la que se encontraban, ¿cuánto tiempo había pasado desde que cayeron en la trampa hasta que despertaron?
—Estabamos de viaje —Sawyer habló—. Nuestro destino era Thompson Falls.
—Ah..., ya veo..., y por alguna clase de magia terminaron del otro lado de las montañas. —El tono irónico de Hazel comenzó a irritarle—. Si no me fallan los cálculos..., Thompson Falls está a más de cien kilómetros de Kalispell, ¿cómo es que se desviaron tanto?
—Emm...
Un sonido deslizante evitó la respuesta nerviosa de Jessie, al mirar atrás vio las puertas corredizas del comedor/cocina moverse, un muy delgado hombre ingresó, con la mano saludó a Hazel y caminó hacia la sala con un andar lento. Parecía enfermo por la palidez de su piel y las bolsas ligeramente oscuras debajo de sus ojos azules. Tenía un inusual tono de pelo naranja brillante.
—Vine tan pronto como leí ese mensaje.
—Hola zanahoria ¿cómo estás?
Aquel hombre se detuvo, con las manos en las caderas miró a la mujer con cierta resignación en su mirada.
—Sobreviviendo —masculló, luego volteó a verlos—. ¿Quiénes son ellos?
—Los intrusos que Conrad encontró en los islotes.
—No somos intrusos —Jessie agregó.
—¿Ah no? ¿Entonces por qué no pueden explicar cómo llegaron aquí?
—Porque no lo sabemos —replicó Sawyer elevando el tono de voz, detrás se oyó un bufido de advertencia, Conrad bajó por las escaleras y fue a sentarse junto a Hazel—. Caímos en una trampa de cazadores.
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Editado: 05.12.2019