ÚLTIMA NOCHE
Abro los ojos.
La luz del sol me ciega, entrecierro los ojos hasta que me adapto y consigo ver con claridad. En el suelo, justo a mis pies, se encuentra el tributo del Distrito 11 muerto, atravesado por una lanza. Miro desconcertada el cuerpo inerte sin entender nada. Lo único que sé es que estoy viva, que aun sigo en este mundo.
Busco en el claro a la persona que ha matado al chico y veo como Cato corre hacía mí todo lo rápido que puede. Suspiro con fuerza, aliviada y mis ganas de llorar aumentan por momentos mientras me deslizo sobre la placa de metal y me siento en la hierba. Me ha escuchado y ha dejado todo para venir a rescatarme. Me ha salvado.
Cato llega hasta donde estoy y se pone de rodillas, delante de mí. Coge mi cara entre sus manos y me mira intensamente. Sus ojos me recorren de abajo a arriba, buscando alguna herida. Sus ojos azules vuelven a posarse sobre los míos y me mira preocupado y aterrado.
—¿Clove, estás bien? —me pregunta examinándome más concienzudamente—. ¿Tienes alguna herida? —sigue insistiendo—. Pensé que no llegaba a tiempo —me dice algo más aliviado por verme viva.
—Estoy bien Cato —respondo como puedo para que se tranquilice—. Solo tengo algunos golpes en el cuerpo y puede que alguna en la cabeza, pero estoy bien —le aseguro y me ofrece sus manos para ayudarme a levantarme. Cuando me incorporo un leve mareo me inunda y tengo que apoyarme en Cato para no caerme.
—No estás bien —me dice sujetándome con fuerza—, vuelve a sentarte —me pide.
—No Cato —niego con la cabeza mirando a sus ojos—, tenemos que irnos de aquí, no estamos seguros —respondo mientras intento dar un paso hacia la linde del bosque.
—Pero no puedes andar Clove, vas a caerte —me para con las manos que me sujetan para no caerme.
—Tenemos que irnos Cato —insisto.
—Está bien —me dice—, pero espera —Cato se agacha, pasa uno de sus brazos por mis piernas y me alza, por lo que me agarro en sus hombros—. Así está mejor —me sonríe girando su cara para verme.
—¿Y si nos atacan? Así no podemos ir —le digo mirando en todas direcciones.
—Tú vigila —me dice—, de lo demás me encargo yo —me guiña el ojo y yo asiento.
Cato comienza a andar y dejo que me lleve, descansando de lo que acaba de pesar. Ninguno de los dos dice una sola palabra en todo el trayecto, permanecemos atentos a cualquier ruido que se salga de lo normal en el bosque. En cualquier momento se puede aparecer un tributo y yo no estoy en condiciones de pelear.
Cuando llegamos a la cueva en la que hemos estado ayer, el sol desaparece dando lugar a la noche. Se nota que los días son más cortos y eso solo quiere decir que el final está más cerca que nunca.
Cato me deja con cuidado en el suelo y nos miramos, entendiendo lo que está pasando. Me quita la mochila de mi espalda y deja la suya junto a la mía en el suelo. Camino hasta que llego el fuego apagado de ayer y me siento con cuidado para evitar movimientos bruscos que me generen mareos. Cato se acerca y me tiende algo de comida que nos quedaba en las mochilas. Después saca el saco de dormir y lo tiende en el suelo. Hoy va a ser una de esas noches frías en las que desearía estar en casa.
Comienzo a comer lo poco que tenemos y veo que Cato se sienta muy pegado junto a mí. Y cuando me descuido me arrebata una de las galletas que tengo en la mano para llevársela a la boca. Lo miro e intento aguantar la risa, pero ninguno dice nada. Cuando tengo el estómago “lleno” lo miro y me quedo un rato observándole. Al darse cuenta de mi mirada, me mira e intento decir algo, pero no sé el qué. Una de sus manos se mueve y se posa encima de la mía que descansa sobre mi pierna. La giro por intuición y él entrelaza su mano con la mía. Lo miro más insistente para entender ese gesto pero lleva su mirada a la salida de la cueva.
Lo noto, sé que está pensando, algo le está rondando por su mente, conozco cada uno de sus gestos. Sé que quiere decirme algo pero no se atreve por lo que aprieto levemente la mano que tenemos entrelaza, con el objetivo de que sienta que estoy aquí, que puede decirme lo que quiera. Ante mi gesto, Cato me mira y me dedica una sonrisa forzada que no llega a sus ojos. Lo miro paciente, esperando a que hable hasta que unos minutos después lo hace.
—Clove, yo… —intenta decir mirándome pero su voz se entrecorta.
—Está todo bien Cato —le digo girando mi cuerpo hacia el de él—. Estoy bien y vamos a volver a casa juntos —prometo mientras poso la otra de mis manos sobre la que tenemos entrelazada y le acaricio el dorso con cariño.
—Casi te pierdo hoy —me dice y siento que su mano tiembla.
—Si hubiese sido así, para ti sería mucho más fácil volver a casa —confieso mirándolo a los ojos—. Solo te quedarían tres tributos a los que no te costaría matar. No me necesitas para nada —sigo hablando totalmente sincera y me suelto de su agarre.