IAN
"Shh", intento calmarla. "Todo está bien, bonita", susurro. "Es solo una tormenta". Procuro que mi voz tenga un tono moderado. Si susurro, no me escuchará, y si hablo más fuerte, se asustará. No quiero gritar y alterarla aún más. "No te hará daño, hermosa. Estás segura", repito.
Ella permanece quieta en mis brazos. Cuando siento que comienza a tranquilizarse un poco, un nuevo trueno irrumpe y la hace saltar. La abrazo aún más fuerte. Un leve y lejano sonido capta mi atención.
Son gimoteos casi imperceptibles, acompañados de gruesas y largas lágrimas que bajan por sus pálidas mejillas. "Estás segura, conejita", le aseguro. "Estamos aquí", digo. "No dejaremos que nada te suceda", continúo hablando, tratando de distraer sus sentidos.
Ella no me presta atención, pero sigo hablando. Pego mis labios a su frente en un movimiento involuntario y dejo ligeros besos en su coronilla. Una persona tan pequeñita y asustadiza no tiene por qué sufrir de esta manera. Nadie tiene por qué hacerlo.
Sean regresa a la habitación después de un par de largos minutos, con su teléfono celular y el par de audífonos inalámbricos que utiliza cuando sale a hacer ejercicio.
Se acerca a donde me encuentro y sé lo que va a hacer. Es una buena idea, afirmo mentalmente.
Despejando un poco su camino, alejo un poco la carita de Dalia de mi pecho. Él le coloca inmediatamente los audífonos y activa el bloqueador de sonido externo. Observo cómo al darle play a la música, Dalia deja de prestarle atención a la tormenta.
Permaneciendo aún aferrada a mí, el temblor que poseía desde hace más de quince minutos aún permanece, pero ya no con tanta intensidad.
"Ian", Sean me llama, dirigiendo mi vista hacia él. Lo observo señalar lo que le ha llamado la atención.
Exactamente en el mismo lugar donde se encontraba durmiendo Dalia, hay un gran círculo de humedad.
"No importa, bonita", hablo levemente, más para mí que para ella. "A todos nos ha sucedido en algún momento".
SEAN
"Llévala a nuestra habitación", hablo tomando una de las esquinas del cubrecama.
"Colocaré esto en la lavadora", digo mientras comienzo a destender la cama. Ian se levanta de la cama, aún con Dalia aferrada como un pequeño y frágil monito. Tomando del suelo la manta de pequeñas estrellas que Dalia no ha soltado desde que llegó, trato de dársela, pero antes de que eso ocurra me percato de la humedad en esta. Retrocedo y la lanzo en la cama. La destendo rápidamente y la dejo hecha bola bajo las escaleras. El clima sigue estando indispuesto a calmarse. Al menos los fuertes truenos han disminuido en cantidad.
Entrando al lavandero, enciendo la luz, dejo la ropa en la lavadora y procedo a buscar el detergente. Dejo un poco en el dispensador, cierro la tapa de la lavadora e indico que sea un lavado rápido. Salgo de este pequeño cuarto. Ian debe necesitar ayuda con Dalia.
Subiendo los primeros escalones, doy media vuelta y vuelvo a bajar. Tal vez algo caliente la calmará un poco. Rápidamente, entro en la cocina y no puedo evitar dirigir mi vista a los nuevos artefactos comprados por Ian, quien con una leve sonrisa me indicó: "No me pude resistir".
Rodando los ojos con una pequeña sonrisa, tomo el biberón, destapo rápidamente una de las botellas de suplementos y la vierto en el envase. Al sonar el microondas, tomo el biberón y termino de subir las escaleras. Me dirijo inmediatamente a la habitación que compartimos Ian y yo. La cama es lo primero que veo, y está vacía. Caminando hacia el baño, observo que la puerta se encuentra medio cerrada. La toco con mis nudillos y espero que Ian responda.
"Sean", me llama. "¿Si?", respondo.
"¿Puedes buscar otro cambio de ropa?", pregunto. Inmediatamente, vuelvo sobre mis pasos, aún con el biberón en mano. Ingreso a la habitación donde duerme Dalia y abro el clóset. La nueva ropa que Ian le ha comprado está ahí, muy organizada. Por instinto, abro primero las gavetas. Ocho pares de ropa interior se encuentran en esta. Tomo uno y procuro dirigir mi atención a otra gaveta, buscando ropa de dormir. Cuando la consigo y tengo el cambio de ropa, salgo de su habitación.
Nuevamente en mi habitación, me dirijo hacia la puerta del baño y toco nuevamente con los nudillos. La voz de Ian me indica que pase. Tratando de ser lo más discreto posible, ingreso al baño.
Ian se encuentra abrazado por Dalia. La jovencita está sentada en la encimera del lavamanos, aferrada a él como si no quisiera dejarlo ir.
"Voy a necesitar tu ayuda", me pide, viéndome desde el reflejo del espejo. Asintiendo, espero que me indique qué debo hacer.
"No ha querido soltarme", dice. "Voy a ponerla de pie para que puedas cambiarla".
Manteniéndome bajo el marco de la puerta, observo cómo Ian vuelve a levantar a Dalia, esta vez procurando que sus pies caigan al piso. Ella permanece de pie, aún aferrada a él como si fuera su único sustento de vida. La leve música de piano se escucha mientras termino de acercarme.
Tomando la parte inferior de la pijama y la ropa interior que he sacado de su habitación, trato de ser lo más rápido posible. Por un segundo, permanezco quieto, debatiéndome sobre cuál será la mejor forma de quitarle la ropa mojada.
"Te cambiaré rápidamente, linda", no puedo evitar hablarle, siendo consciente de que en este momento ella no me escucha. Mientras Ian la sostiene, tomo las tiras del pantalón que ha mojado y la despojo de ellos. Trato de que el cambio de ropa sea lo más profesional posible, sin embargo, no puedo evitar observar un oscuro hematoma en su pantorrilla derecha.
Los acontecimientos y la vida de Dalia en general son inciertos, tanto para Ian como para mí. No conocemos la razón por la cual estaba en la calle. A pesar de eso, ese gran hematoma es la base para que mi mente comience a generar un millón de hipótesis e ideas con respecto al porqué se encontraba en la situación en la que Ian la descubrió. Algunas hipótesis son más descabelladas que otras, pero por ahora es imposible descartar alguna.