IAN
Sean se levanta de la tina con Dalia en brazos, antes de que me la entregue le coloco encima la toalla que traje, Sean me la entrega, e inmediatamente cubre el resto de su cuerpo con la mullida toalla. “Termina de bañarte mientras la cuido” indico pasando por la puerta del baño, la calefacción la había elevado como para que el cambio de ambiente no fuera repentino.
Dalia permanece con sus ojos cerrados cuando la coloco sobre la cama, ya había traído un cambio de ropa, así que no tenía por qué dejarla sola. Con otra toalla secó las gotas de agua que quedan en su cuerpo, los restos de maltrato grabados en su piel me atormentan. No dejo que mis emociones me dominen, no en este momento. Manteniéndola cubierta lo más posible procedo a vestirla, ropa interior y pantalones.
Ella gime un poco antes mis movimientos, pero no despierta, después de ponerle una franela de tirantes, levanto con cuidado uno de sus brazos para pasar la camisa manga larga, cuando tomó su otro brazo, noto algo, algo que no había visto antes. Elevó su brazo dejando descubierta su axila, cicatrices en una forma peculiar llaman mi atención, están sobrepuestas y muy rectas. Parece una especie de marca, dos uves doble están marcadas en su piel, una en su posición común y una al revés simbolizando una M. La preocupación se apodera de mí.
¿Quién te ha lastimado de esta forma?
¿Quién te ha marcado?
(…)
Después de un largo rato de mantener a Dalia entre mis piernas y abrazada, le indico a Sean para cambiar lugares, estoy un poco entumido por mantener la misma posición por tanto tiempo. Sean toma mi lugar mientras me estiro. Dalia parece haber notado el cambio, sus párpados se mueven indicando que está a punto de despertar.
“Hola, conejita” saludo acariciando levemente su mejilla. Después de dejar que vuelva a la conciencia, el movimiento en sus ojos me indica que se encuentra lo suficientemente atenta para lo que viene.
“Tenemos que hablar” indico sin rodeos. “Queremos saber qué pasó”
SEAN
“Yoo…” trata de empezar a hablar, pero su voz la abandona, las lágrimas empiezan a acumularse en sus ojos, un sollozo lastimero sale de lo profundo de su garganta. Se escucha ronca, indicándome que ha pasado todo el tiempo, que estuvo consciente afuera llorando. Mi corazón se encoge.
“Solo lo estaba salvando” logra articular las palabras correctas ante de que el hipo haga presencia.
“¿A quién estabas salvando?” Ian pregunta sobando suavemente su espalda, escalofríos le hacen temblar un poco bajo su contacto.
“Un ratón” Dalia solloza nombrando a un pequeño roedor.
“Tenías temor a que lo matáramos” Ian expresa, más en afirmación que en una interrogante.
“Y que me lo hicieran comer” gimotea abrazándose más fuerte.
Los ojos abiertos de Ian colisionan con los míos, muchas hipótesis fluyen. Definitivamente, esta pequeña criatura en mis brazos fue maltratada de formas… que no puedo evitar reproducir en mi mente. No es el momento. Me repito el mismo mantra que estuve repitiendo cuando la encontré fuera de casa.
“¿De eso son tus pesadillas?” Pregunto espontáneamente, tiene que ser la única explicación. La única explicación que quiero
“Noo…” Dalia ahoga la “n” y la “o” mientras niega rápidamente con la cabeza. ¿Sus pesadillas no eran la razón por la que creyera eso? ¿Por qué en primer lugar un acto tan turbio forma parte de sus pensamientos?
Ay Dalia. ¿Cuánto has tenido que vivir?
Mi cuerpo se estremece ante mis pensamientos uniendo fragmentos, la aprieto más a mí mientras pongo atención a su respiración. Trato que se relaje al mantener mi respiración lenta y constante. Logro tranquilizar un poco su respiración sin decirle nada, pero no lo suficiente.
“¿Por qué crees que haríamos eso?” Pregunta Ian. Frunzo el ceño. Está tratando de sacarle más información. No pienso que sea el momento adecuado, pero tal vez nunca vuelva a querer hablar de eso. Es ahora o nunca. Malestar para sanar, repito en mi mente.
DALIA
“¿Por qué no lo harían?” Suelto sin pensar en realidad. Mi vista baja, ambos están molestos conmigo, sus voces lo dicen, no están conformes conmigo, con lo que digo.
“Dalia” llama mi nombre, pero no respondo, sus manos toman mi barbilla, suelto aire preparándome para lo que viene… tal vez ellos no son tan diferentes a él cómo creía. “Conejita” llama sin soltar mi barbilla, su agarre en mi cara es suave y no me lastima. ¿Por qué estoy esperando que me lastime?, gimo.
“No te hemos mostrado ningún comportamiento de ese estilo como para que pienses que te haríamos eso” Su delicado reproche me hace estremecerme un poco, me acerco más a Sean, buscando algo…
“¿Quién te hizo eso para que piense que nosotros haremos lo mismo?”, interroga desde su lugar en el suelo. Su cara se mantiene casi inexpresiva.
“Maestro” susurro, no quiero nombrarlo en alto. No quiero que me escuche.
“¿Tu profesor?” Niego suavemente, Maestro no es un profesor, es un monstruo.
“Hacía que lo llamáramos así” respondo levantando la mirada. Mi sollozo disminuye al sentir cómo mi garganta duele. Ian parece darse cuenta, me entrega un vaso de agua, tomando el líquido, siento como mejora la resequedad en mi garganta, pero no por mucho tiempo.
“Maestro… ¿Es tu padre?” Pregunta después de que terminara el agua. Niego moviendo la cabeza.
“No recuerdo mucho antes del internado” explico tratado de ignorar el escozor mientras hablo, hace mucho tiempo no hablaba tanto, el mejor momento para hacerlo, refunfuño.
“¿Estabas en un internado?” Mi cabeza se eleva asintiendo.
“¿A qué edad entraste a ese internado, bonita?” Sean pregunta desde arriba de mi cabeza, no dirijo mi vista a él, simplemente respondo su duda desde mi posición actual. “Siete… Ocho, tal vez” mi voz va perdiendo fuerza.