SEAN
Me despierto con una sensación de aprehensión en el pecho. No dejo que me lleve a los rumbos de mi mente que permanecen escritos en mi piel. Respiraciones lentas y pensamientos buenos. Respiraciones lentas y pensamientos buenos.
Permanezco en silencio tratando de tranquilizar mi propia ansiedad. Sin desear volver a pensar en la pesadilla que me despertó. Era extraña la forma en la que la mente funciona. Después de tanto tiempo, el escenario de la explosión permanecía, pero los detalles eran diferentes. Cambiando las personas del equipo por las que más me importaban en mi vida, solo que esta vez un nuevo personaje fue desbloqueado: Dalia. Perder el control de mi propio sueño fue lo que ocasionó mi abrupto despertar. Luego de notar como mi respiración disminuye a un ritmo normal. Trato de volver a dormir.
Después de 15 minutos donde todo lo que hice fue dar vueltas como trompo, decidí levantarme y dejar a Ian dormir. Sí continuaba moviéndome, lo despertaría y hoy en particular parecía estar lo suficientemente cansado. Con el monitor en mano cierro la puerta en cámara lenta para evitar que la madera cruja, pasando por la habitación de Dalia sigo de largo, si llegase a despertarse la escucharé por el artefacto que me llevé.
Entrando a la cocina me encuentro con un polizón revoloteando. Apoyada en los bordes del cajón inferior de la cocina, está tratando de tomar algo del cajón superior y por más que se estira no llega. Permanezco en silencio esperando a ver sus próximas acciones. No quiero asustarla y que por mi culpa se caiga y se lastime. Dándole un trozo de confianza, espero que todo salga bien.
Después de intentar llegar a un paquete de galletas y no lograrlo. Decaída se baja con cuidado. Con ambos pies en el suelo, es mi momento de hacer notar mi presencia.
Como esperé, ella brinca del susto, sus ojos grandes me ven como si estuviera en problemas.
La ternura que me da en este instante me hace querer guardar este momento en mi mente para recordarlo en cualquier momento.
“Hola nena” saludo en voz baja dándole una pequeña sonrisa, me corresponde a medias. “¿Qué haces despierta?” Mi pregunta la pone nerviosa, sus dedos se enredan entre sí y su mirada evita la mía.
“Es que tengo frío” explica suavemente siguiendo mi mismo tono de voz. “Pensé que podía… Mm… tomar algo caliente” suelta con un poco de dificultad.
“Eso explica tus manitas tratando de llegar a las galletas” respondo con gracia. Cuando llegó a la casa, tan quieta y callada, no me imaginé que este momento llegara. Dalia se ha soltado más desde nuestra intervención. Parece más feliz y un poco más relajada.
“Mm, sí… este” nerviosa trata de decir algo más, pero salen unos balbuceos que no comprendo seguidos de un “lo siento” frunzo el ceño, lo que menos quiero es una disculpa de su parte. Mucho menos por tratar de buscar comida, aunque claro, puede ser algo un poco más saludable, no le negaré el gusto de comerse una galleta en medio de la noche.
“No tienes por qué sentirlo” respondo de inmediato. Tomándola por debajo de las axilas y cerca de sus costillas la levanto para dejarla sentada en la encimera de la cocina
“¿De qué querías la galleta?” Pregunto pensativo, alejándome un poco de ella, son cinco diferentes sabores que ella ha probado, solo dos le gustaron lo suficiente como para pedirlo de nuevo: Manzana y Naranja.
“Mm… naranja” dice soltando una tierna sonrisa “¡Gracias!” Replica emocionada después de entregarle su golosina de media noche. Mientras ella permanencia sentada comiendo a ligeros mordiscos su galleta, me muevo por la cocina en búsqueda de su nueva fórmula.
Dalia ha venido subiendo de peso lentamente, pero con la antigua proteína que tomaba pareció estancarse en un peso que aún no era saludable, así que al lograr llevarla a su nuevo pediatra, cambios en su dieta y proteína fueron lo principal, luego le siguieron nuevas indicaciones: unas de ellas, llevarla a psicología y dependiendo del criterio del terapeuta, agendarla con un psiquiatra.
“¿Cómo te sentiste con la doctora hoy?” Pregunto en voz baja abriendo el envase de su fórmula sabor chocolate.
“Mal” Su respuesta corta y sincera me da un poco de risa, risa que camuflo en una pequeña sonrisa. Acercándome a al cajón con sus nuevos biberones, tomo el nuevo que Ian ha traído.
“¿Por qué te sentiste mal?” Indago con suavidad mientras ella rompe su galleta en pequeños pedazos. Tomando tres cucharadas del polvo, lo convino con un poco de agua y procedo a batirlo tapando la tetina con mi dedo índice, eso lo había aprendido después de ensayo y error en el que Dalia pareció divertirse mucho.
“No me gustó” responde con la boca llena de galletas. “Quería que hablara” continua “Y yo no quería hablar” refunfuña arrugando la nariz.
“Nena, pero sí no hablabas, ella no podía saber nada de ti” argumento suavemente después de dejar el biberón calentándose en el microondas.
“Esa es la idea” su respuesta, aunque muy baja logro escucharla.
“¿Por qué dices eso?” Cuestiono intrigado.
“No recuerdo” Su respuesta me hace dudar un poco de la veracidad de lo que dice, alguna otra razón debe de tener para no querer hablar con su nueva terapeuta.
“Yo creo que sí” Suelto levemente acariciando su mejilla con los nudillos de mis dedos. Sus ojos se cierran unos minutos, a pesar de que el microondas indica ya haber terminado, no me muevo, dándole el tiempo que necesita para poder seguir hablando.
“Ella me… me puede alejar de ustedes” murmulla abriendo los ojos, pero dejándolos fuera del contacto visual
“¿Por qué dices eso?” Interrogo elevando su mentón para que me vea a la cara
“Por qué ya pasó” Su respuesta me deja helado.
“¿Quieres contarme de eso?” Su cabeza negando me hace querer insistir, pero no la presiono.
Alejándome un poco de ella, vuelvo al microondas para rescatar su biberón, añadiendo un poco más de agua, logro que la temperatura este más que perfecta, aun así chequeo de nuevo soltando un poco de líquido en mi mano, la temperatura es la indicada por lo que se lo acerco.