El shock no me dejaba responder, hice todo lo que Ian me ordenó sin ni siquiera pestañear. No tenía la capacidad de protestar, no tenía la capacidad para manejarme a mí misma, así que dejé que él lo hiciera. No me importó ayudarlo a mover el cuerpo, no me importó tratar de ocultarlo con lo que encontráramos. De todos modos no me sentía como yo misma. No era yo la que hizo todas esa cosas, sino alguien más, alguien que estaba naciendo de un lugar diferente de mí y eventualmente esa nueva parte tomaría el mando de mi cuerpo. Solo tenía que esperar y sería otra.
No lloré, no reclamé y no pedí explicaciones. Lo entendí y avancé, tal como creía que sería desde ahora en adelante. Además me sentía mentalmente cansada, haciendo que el cansancio físico también creciera. Continuamos con nuestro camino, entre pequeñas intervenciones de Ian y mis respuestas en monosílabos. Aceleramos el paso, no pregunté por qué, pero podía imaginármelo. El hombre que Ian mató tenía un grupo, el cual significaba un gran riesgo para nosotros considerando que éramos dos y ellos muchos más. O eso es lo que pensaba. Nos quedaba un buen tramo por recorrer y la luz se nos escapaba a cada minuto. Sin mencionar que la comida estaba cada vez más escasa. Esas eran mis preocupaciones, que también debían ser las del miembro de La Fuerza, solo que no lo decía.
Cuando ya entraba la tarde, tuvimos que desviar nuestro curso porque ya no nos quedaba agua. Acercarnos al río no había sido el plan en todo el viaje, si podía llamarse así. Por alguna razón, era algo que estaba vetado por completo. Planeaba averiguar por qué. El sonido del agua se hizo cada vez más alto a medida que llegábamos al lugar y noté que la tierra se hacía cada vez más blanda y el césped menos denso. Unos metros más adelante, ya tenía el río frente a mí. Con toda la alegría que podía permitirme ahora mismo, comencé a acercarme al río cuyas aguas estaban tranquilas, fluyendo constantes hacia el este. Apenas me había alejado de la línea donde empezaban los árboles cuando la mano de Ian me tomó de la muñeca y me atrajo de nuevo hacia donde nos encontrábamos.
—¿Cuál es tu problema? —gruñí hacia el hombre.
—Ah, con que sí puede hablar —murmuró con sarcasmo. Sonreí sin gracia, y me tomé un momento para no explotar en cólera frente a su cara.
—Si hablo, te molestas. Si no lo hago, también. ¿Quién demonios te entiende? —contesté. La agresividad con que salieron las palabras se sintió bien, aunque era precisamente lo que no quería—. Solo quiero lavarme un poco —me expliqué esta vez más serena. Asumí que era suficiente para que me dejara ir, pero no me soltó.
—No me mires así —advirtió Ian al ver mis ojos—. Solo uno va a por agua. Llena las botellas y vuelve.
—Entonces dame las botellas —concluí con nuestra riña. En su rostro se instauró una mueca de "¿eres tonta o te haces?"—. ¿Por qué tienes que ir tú? —reclamé.
—¿Has oído alguna vez que donde hay agua hay vida? —preguntó en lugar de responder. Por supuesto que había leído eso, pero no tenía idea de cómo se relacionaba con nuestra actual situación. De todos modos no esperó una respuesta—. Pues alrededor de un río por lo general hay personas, y no queremos encontrarnos con ellos.
—¿Y qué diferencia hace si yo me quedó aquí y tú vas allá? —cuestioné. Tampoco le di oportunidad de que me responda—. Si hay gente vigilando el río, te verán y nos descubrirán de todos modos. No hay diferencia. Vienen a por nosotros, tú los matas, te ayudo a mover el cuerpo y así hasta que lleguemos a nuestro destino. ¿Me equivoco?
Lo que dije lo molestó, porque me soltó la muñeca de un solo golpe.
—¡Pon los pies sobre la tierra! —gruñó muy cerca de mi rostro—. No quiero tener que matar a más personas y si continuas con esa actitud, me obligarás a tener que hacerlo.
—Esto no es mi culpa —ataqué—. Yo no quise esto, nunca lo quise.
—Entonces debiste dejar que exiliaran a Venecia —agregó Ian. Mi cara se calentó en un segundo y el impulso de gritarle estuvo a punto de manifestarse, pero no me dio tiempo—. No te gusta aquí, ya entendí. Pero es algo que tú elegiste. Y estoy aquí contigo. Muchos no tienen esa ventaja. Compórtate y aprovéchalo.
Después de decirme aquello, me arrebató la mochila, buscó las botellas vacías y se encaminó hacia la orilla del río. Me dejo sola, lidiando con la ira y la vergüenza que causaron sus palabras. Aunque lastimara mi orgullo, en algo él podía tener razón. Estaba aquí con una ayuda que la mayoría no tenía y respiraba gracias a ello. De no ser por Ian, ya habría muerto, eso en el mejor de los casos. Sin embargo, no le permitía que me eche en cara el haberme entregado en lugar de Venecia. Sabía que tenía enfrentarlo, lo hecho, hecho estaba, y tenía que despertar de una vez. Pero me molestaba que él me lo diga. Me molestaba que me regañaran. Aunque por otro lado, yo también lo había atacado con lo de matar personas. Ahora que lo veía con la cabeza un poco más clara, me sentí terrible por ello. Recordé las palabras que Eliel alguna vez me dijo: "Hablar en el calor de la ira no era lo mejor por hacer". Eso era cierto. Yo y mi bocota.
Editado: 10.01.2024