Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Veintitres

 

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Múltiples cosas pudieron haber pasado entre Canek y yo si mi reacción hubiese sido diferente. Sin embargo, ahora solo habían educados saludos intercambiados cuando lo veía y nada más. ¿Me arrepentía? Sí. ¿Haría las cosas diferentes? Probablemente no.

Era increíble que prefiriera su enojo a su cordial saludo que duraban tres segundos.

Me sentí pésimo, pero al mismo tiempo aliviada por haberme quitado de encima ese problema. Porque sí, lo veía como un problema. ¿De qué otra forma podría verse? No podía “pasar algo” entre nosotros. Éramos hermanos, familia, y ese era una gran razón por la que debía dejar que el trato entre ambos siguiera como estaba.

—¿Entonces dices que esa Melanie golpeó a Sean? —reflexionó Rober. A diferencia de la sonrisa que esperaba, porque sabía que Sean había sido un desgraciado con Rober, no pasó—. Tal vez fue la única cuatro que pudo hacerlo.

Sí, eso también era probable.

Pablo se aclaró la voz y cuando volvió a hablar, cambió de tema.

—Los Amazonas nos ayudarán con comida para una semana. ¿Ya lo sabían?

—Fue lo primero que se supo desde que se encendieron las luces —comenté esta vez.

El mensaje se corrió tan rápido, más rápido que el chisme más jugoso. Tal vez el que no hayamos comido durante un día entero hizo que todo se moviera a velocidad máxima. Aunque bueno, algunos tenían sus reservas, por lo que sí comieron. Se escondieron para hacerlo, pero no tenían a sus estómagos vacíos. Igual un día no era mucho tiempo. El día de hoy hubo una especie de tortilla para desayunar y almorzar, todo por donación de los Amazonas. Solo quedaba la incertidumbre de qué comeríamos mañana, pero se apagó tan pronto llegó el rumor.

En la madrugada, Amaia llegaría con la comida prometida por los Amazonas y tendríamos una semana más para conseguir más.

—También se dice que organizarán grupos de caza. ¿Eso es cierto?

—No sé nada de eso —respondió Pablo.

—Te lo advertí, te dejé unirte al club de personas tristes y solitarias, pero tenemos reglas y prometiste seguirlas.

—¿Qué hay de Laia? A ella no le gustan las reglas.

Le enseñé el dedo del medio.

—¿Y desde cuándo este es el club de las personas tristes y solitarias? —pregunté.

—¿De qué estás hablando? A penas viniste se creó. Antes solo estaba Anthony, pero llegaste y se creó el club.

—Yo no es estoy triste y solitaria —me defendí—. ¿Además, qué hay de ti?

—Yo soy como un moderador y no estoy triste ni solitario. Me gusta mi trabajo y tengo a Pablo.

—A mí también me gusta mi trabajo. Y voy a los entrenamientos que, por cierto, me gustan. Y está por demás, pero yo tengo a Ian.

Pablo y Rober se miraron entre sí y sonrieron con complicidad.

—¿Qué? —pregunté.

—Nada —respondieron ambos al mismo tiempo.

—No tienen idea de cómo mentir. ¿Verdad, Anthony? —le pregunté. A diferencia de las otras veces, en esta ocasión decidió dejar los libros y unirse a la conversación. El chico solo alzó los hombros—. Ustedes saben algo. ¿Qué es?

—Laia, no es nada. Solo una tontería que se dice por ahí —contestó Pablo y Rober asintió.

—Adivinaré, algo acerca de Ian y yo. No es novedad, han hablado de ello desde que llegamos. Chisme viejo.

—Sí, hablan de ustedes, pero eso se ha ido apagando. Ahora las cosas están un poco interesantes —agregó Rober.

—Dilo ya, Rober. Deja tanto misterio.

—Dicen que engañabas a Ian con Canek, tuviste una revelación moral y terminaste con Canek. Por eso ya no se hablan.

—Qué estupidez. Sí nos hablamos.

—Sí, sí. Y te creemos, pero es lo que se dice por ahí.

—Pues no es verdad, así que puedes regarlo con todos —le di permiso a Rober. Él se hizo el ofendido al principio, pero luego aceptó. Ya habíamos cambiado de tema cuando se me ocurrió volver al tema—. Además, Canek y yo somos hermanos. La gente es tan pervertida si piensan que nosotros…

—Me perdí, ¿no estábamos hablando de nuestra niñez? —preguntó Rober. Todo era una actuación, sabía exactamente que estaba volviendo al tema y le divertía.

—Es solo que no es verdad, en absoluto.

—Solo para ser exactos, ¿qué no es verdad? ¿Que sales con Ian? ¿Que sales con Canek? ¿O que engañas a uno con el otro?

—Rober… —le advertí. Alzó sus manos como si fuera culpable.




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