Amazonas | Libro 2 | Saga Estaciones

Capítulo Treinta y dos

 

68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f745151487062756d74766b575a773d3d2d313338313533393336302e313738336137636266613434316361613339363935343935303937302e676966

Me dieron algo para el dolor de mis heridas, pero ya no para ayudarme con la parte emocional. Se los pedí, casi rogué, a los hombres que hablan italiano. No funcionó. Se negaron de manera tan profusa que dieron la impresión de que les importaba mi bienestar de verdad. Pero yo sabía que solo era el hecho de que me necesitaban.

Y no iba a ser hipócrita, yo también los necesitaba. Tenían que llevarme a ese lugar. No podía permitir que trajeran el virus aquí.

—Si es tan peligroso, entonces ¿por qué no nos vamos ya? Preferiría eso —le dije a Carol. Sus ojos estaban concentrados en sus uñas. Al parecer, había algo más interesante que ver allí.

—Cuando estés un poco más fuerte —dijo.

—Entonces deja que las personas que se quieran ir lo hagan —le pedí. Apartó la atención de sus manos.

—En cuanto llegue un grupo de personas que estoy esperando, se irán. Tampoco los quiero aquí. Me he vuelto intolerante a la debilidad en cierto modo, y ver su miedo solo me hace enojar. —Confesó.

—No todos tenemos la suerte de ya no sentir dolor, Carol —le reclamé. En mi tono sí se sintió el resentimiento.

—No siento dolor físico, pero el emocional sigue intacto. Tampoco tengo esa suerte —contestó. Una disculpa se comenzó a formar en mi mente, sin embargo, algo más ocupó su lugar. Curiosidad.

—Con respecto a eso, ¿qué te pasa? —le pregunté. Si ella no sentía dolor físico, ¿por qué tenía episodios en los que parecía estar sintiéndolo?

—Ya necesitas descansar —dijo en lugar de responder. Dejó de apoyar su cuerpo en la pared y abrió la puerta que le quedaba a lado. Antes de salir, regresó su vista y habló—. ¿Sigues dispuesta a ir a la cordillera?

—Sí —respondí. Asintió antes de cerrar la puerta.

Entendía que piense que en cualquier momento me podía arrepentir; y sí, a ratos me entraba el miedo y quería escapar. Huir de la responsabilidad que tenía en esto era muy tentador. Sin embargo, entraba en razón bastante rápido. No les daba tiempo a las dudas para expresar el miedo y, lo que es peor, arrepentirme.

Mi garganta comenzó a arder. El llanto quería venir de nuevo. Intentaba no dejarlo salir. En este momento necesitaba ser fuerte, centrar mi mente en mi objetivo: llegar a la cordillera y evitar que el virus sea enviado a América de la manera más efectiva. Sea cual sea. Mi idea inicial era encontrar la forma de destruir su muro, lo que significaba que muchos morirían. Sería una solución extrema, pero efectiva. Sin embargo, no debía tomar una decisión así sin antes conocer el lugar. Si era como en los muros de las estaciones, los que más sufrirían serían los que menos derechos tenían. No era justo hacer aquello.

Me llevó una cantidad horrible de tiempo quedarme dormida. La falta de sueño no era problema, mis ojos se cerraban cada cinco segundos sin que pueda controlarlo. Mi propia mente es lo que no me lo permitía conciliar el sueño. Cada que mis ojos se cerraban, podía ver la sangre que salpicó en mi rostro cuando hundí el cuchillo en el pecho de aquella mujer, o en el cuello del hombre en el río. No es que no las viera cuando estaba despierta, pero con los ojos cerrados se sentía más real todavía. Como si todavía estuviera ahí y una y otra vez clavara un cuchillo en el cuerpo de una persona.

Y lo que más me daba culpa no era haberlo hecho, sino el que no lo sintiera. ¿Cómo no podía sentirme mal por haber matado a dos personas? ¿Lamentarlo realmente y no porque se supone que debería hacerlo? Tal vez era el hecho de que me estaba defendiendo de alguna forma, tenía que considerar eso; o algo estaba mal conmigo, lo que me aterraba. De haber algo incorrecto en mí, ¿hasta dónde llegaría de presentarse una situación extrema?

No sé por cuánto tiempo dormí, era probable que no mucho, aunque en esta habitación sin luz natural no podía estar segura. Mi estómago comenzaba a protestar por algo de comida, pero nadie venía. De igual manera, no me atrevería a decirles que tenía hambre, aunque estuviera famélica. Me volví a quedar dormida cuando me aburrí de ver el techo; sin embargo, era un sueño poco profundo, por lo que escuché cuando la puerta de la habitación se abrió.

—¿Cómo…? —no pude terminar la pregunta, porque me levanté abruptamente y el dolor en mi herida fue tan intenso que me cortó el habla. El mareo casi me tira de nuevo a la cama, pero mantuve mis brazos firmes para permanecer sentada. Cuando llegó a mí, y me tomó del hombro, pronunciando mi nombre con tono preocupado evidente, aparté su toque de un manotazo—. ¿Qué haces aquí? —Casi le grité. Mis ojos se llenaron de lágrimas y los suyos también. Miré a Carol, quien tenía el ceño fruncido—. ¡¿Cómo pudiste traerla?! —Esta vez sí grité con toda la furia que me estaba consumiendo—. Regrésala, no la quiero aquí. Que se vaya —le ordené.

—Laia…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.