Lunes 24 de octubre, 2016.
—Petra —la llamo—, ¡Petra, por amor de Dios!
—No grites —me riñe Cecile con enojo—, ten reverencia.
—¿Reverencia para con quién si aquí no hay ni un alma y tu eres atea?
—Con Petra… necesita esto. Necesita este espacio.
¿Necesita esto? ¿Necesita estar arrodillada en el piso justo a esta hora?
—Petra lo que tiene que hacer es dejar de llorar. Ya ha sido suficiente.
Es mi amiga, lo sé, y sé que le duele; sé entender lo que es sentir dolor. Pero, ¿Cómo puede dar tanta lástima por un hombre? No la entiendo, la verdad. El año pasado jamás me atrevería a decir algo así, en especial, porque sé que ella me está escuchando y que su hermana, mi interlocutora, me está queriendo matar con la mirada; pero yo no soy la Clover del año pasado. El año pasado ya nos queda lejos.
—Señorita, aquí no se puede fumar —me corrige uno que no conozco—, apague eso.
Instintivamente miro la razón de su intervención.
—No está encendido —le digo con una sonrisa cínica al señor. Solo tengo el cigarro entre los dedos de la mano derecha, no está prendido, no está cerca de mi boca. ¿Cuál es el problema?
—¿Entonces por qué lo tiene?
—Porque en cuanto salga de aquí lo estará, ¿Duh?
—¿Qué…?
—Nada, señor, no le haga caso —interviene Cecile—, disculpela.
Miro a mi alrededor con disgusto, primero porque odio que intervengan cuando yo voy a hablar y dos, me estresan las iglesias; literalmente estamos casi solas, a excepción del señor panzón, y claro, si mi resaca fuera una persona, ella también contaría. No me sorprende que no tengamos más personas alrededor, porque es que… ¡¿A quién le parece buena idea estar en esto a esta hora?!
No soy una santa, es más, diría que soy la más pecadora de las tres aquí; pero no soy una diabla tampoco; claro, si le preguntas al señor Henderson, diferirá, pero el punto aquí es que, no soy santa, no soy diabla, solo soy una chica con ganas de mandar al carajo toda la solemnidad e irse corriendo fuera de este lugar.
Me incomoda ver a Jesús clavado en aquel vitral.
—Al cabo que yo ni quería venir a la iglesia. ¡Ni siquiera sé por qué estamos en la iglesia!
—Solo cálmate —dice entre dientes.
—Callénse las dos, por favor, intento concentrarme —susurra Petra sin inmutarse por mi insistencia, aún de rodillas, con las manos pegadas a su frente y respirando calmadamente.
—¡Concéntrate cuando estemos en la escuela!
El señor panzón me apuñala con la mirada por gritar.
—Mire, vaya a ver si llovió en el Sahara, señor, por favor.
Se da la vuelta refunfuñando lo que quiero creer que no es una maldición, porque el señorito se supone que es el padre de esta iglesia.
—Te vas al infierno —me susurra la pelirroja menor.
—Ya tengo un pase VIP hace tanto…
—¡Dios mío! —finalmente se levanta mi amiga, con enojo.
—¿Ya terminaste de rezar?
Me mira mal, recoje sus pertenencias y se da la vuelta, y la veo caminando hasta la salida del lugar dando pisotones. Su hermana menor, Cecile, y yo salimos del lugar sabiendo que probablemente tendremos una reprimenda del demonio al salir del territorio santo. Yo más que la otra, porque Cecile siempre se pone del lado de su hermana ahora.
Caminamos el piso de mármol hasta la salida, dónde aprovecho para encender mi hermoso cigarro.
—¿Ya nos podemos ir directo? —le pregunto con él aún dentro de mis labios.
—¿¡Quieres problemas?! —me grita cuando estamos frente a la puerta de la gran iglesia gótica— ¡¿Qué te pasa, Clover?!
—¿Me lo preguntas, mi reina? Estamos tarde para la escuela y se te dió con venir a la iglesia, ¡¿Estás en drogas?!
—No se griten —nos dice Cecile con fastidio.
—No te metas, tú no tienes nada que ver aquí ¡Tú ni siquiera deberías estar aquí! —la corta Petra.
La hermana menor queda rígida ante esto, no está acostumbrada. Cecile siempre fue la niña protegida por su ahora convicto padre; y pues sé que su cabeza está pensando en miles de maneras de mandarla al infierno, sarcásticamente, pero no lo hará… No lo hará, porque estás dos no son las Russo antiguas. La menor ya no es tan mordaz, la mayor ya no es tan pura. Casual, evolucionan y lo único que veo que cambió en mí es la falta de mi hermano y mi mejor amigo.
Cecile queda parada y pasmada, confundida y con cierto enojo guardado, que no sacará por cuestiones que confieso no me importan; Petra se lamenta, pero no se disculpa. Ante esta situación solo elijo irme caminando en busca de mi motocicleta, porque ellas dos se quedaron paradas ahí. Sé que Petra se arrepiente de hablarle así a su hermana, y sé que eso ha lastimado a Cecile. Yo no tengo nada que ver.
Nunca tengo nada que ver en estas cosas, es cómo si siempre fuera una persona de afuera. ¿Por qué soy… siempre de afuera?
—Mierda… —susurro tirando el cigarro en el primero bote que veo, camino más rápido, pero antes de subirme a la moto decido mirar hacia atrás; ambas hermanas están ahí, mirándose, aún sin hablar, Petra vestida con ropa oversize con la intención de ocultar su cuerpo, y Cecile con un vestido corto, que parece salido de mi closet. Humildemente hablando, al parecerse a mi ropa, se ve bien —No te sientas demasiado cómoda, Cecile, nadie sabe cuando corras la suerte de que te saque de su vida.
En un momento leve, apenas unos segundos, me dieron ganas de tener a Sophie aquí. Ella sabría cómo nivelar las cosas.
Arranco, sin embargo, me despido del padrastro de mis amigas, que está parqueado cerca de mi moto. Él me agrada; uno de los pocos hombres que lo hace.
+
Para ser uno de los primeros días de clases, admito que no se parece en nada a cómo fue el pasado. Que feo se siente que haya cambiado todo. Para esta fecha estuviéramos riéndonos de cómo Sophie llega tarde, o hablando de alguna estupidez mía. Pero nuestro grupo se disolvió de una manera horrible. Petra… entiendo que se sienta dolida, entiendo que esté dolida, pero ¿Tenía que rompernos así?
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Editado: 30.09.2023