Lunes 24 de octubre, 2016.
Impotente, sobrecargada… Quizás eso me diría mi amiga Petra como sinónimos directos a mi actuación, pero en este momento no lo considero huir, no es “correr”. Serías más… darme un espacio. No creo que Petra o Cecile sean un peso, carga o problema, pero me estresan tantas cosas sobre ellas, que un poco de lejanía no se ve mal.
Desde hace un tiempo para acá, Petra ha reemplazado su pequeño hábito de ir al cementerio y ahora va a la iglesia a quedarse en silencio por largas horas —aunque esta mañana solo fueron unos minutos—, en dónde ella “suelta toda su ansiedad”. Sí, prefería cuando iba al cementerio y bailaba; al menos no me arrastraba allá.
—No necesito más de los huracanes Russo por ahora—susurro. Dejo caer la mochila en la esquina donde me decidí a sentarme.
En el primer receso, cuando noté que la conversación sería sobre ellas, si es que era, porque estaban en un incómodo silencio, me sentí llena de impotencia; por lo que estar sola fue preferible a recordar la ley del hielo que mi madre sabe hacer tan bien. Ellas me están dando ansiedad.
Y no es su culpa, es mi interior que se encarga de recargar esos recuerdos contra mi pensamiento constantemente. Las cosas no eran así con Sophie. Cuando éramos solo nosotras, el año pasado, no era así: eran mi lugar seguro.
Dejo mi trasero sobre el suelo del aula de artes, en la que el señor Bosch impartió su clase antes. Ahora está solitaria y siento que estoy haciendo un doctorado para ganarle en eso.
Estoy cansada de tantas cosas. Aprender a aparentar que todo está bien, no lo hace estarlo.
—¿Clover?
Levanto la mirada y termino bufando al entender la presencia de algún tipo de demonio con cartera Chanel.
—¿Qué necesita hacer uno para tener cinco minutos de silencio?
—Sabes, dicen que morir, me dices cómo te va, ¿Sí, querida?
La chica con la larga cabellera sonríe coqueta. Si tuviera que describirla, con todo el odio que le tengo, diría que es la chica más hermosa que jamás haya visto; pero tampoco es como que me ahorraría en llamarla el ser más despreciable que haya pisado la faz de la tierra.
—¿Qué? —digo cuando no veo intención de hablar o entrar al aula.
—¿Qué? —me mira con confusión.
—¡¿Qué qué quieres?!
Por más que subo mi voz, la señorita no parece sentirse intimidada. Simplemente comienza a caminar y el taconeo de su paso es lo único que resuena por unos segundos mientras me dice con su presencia cuan rota me estoy viendo ahora mismo. Supongo que Jules es justamente el tipo de hija que mi madre amaría tener. Su físico, su forma de ser, sus deseos de conquistar a todo lo que se mueva —o controlarlo, al menos—... es la hija perfecta de una megalómana.
—¿Qué miras, Clover? —pregunta burlona— ¿Ya entraste a la faceta de mirar a la nada por la droga?
Mientras ella viste un caro vestido de la marca Anker, yo estoy usando algo de segunda mano que compré en algún lugar de la zona muerta; mientras ella parece sacada de alguna película versión Clueless, yo podría ser una buena representación del cadáver de la novia; y a decir verdad, me encanta el cadaver de la novia y la zona muerta.
—¿Qué se supone que tienes? —antes de que lo niegue, ella vuelve a hablar— Estás arrodillada, en posición fetal, en una esquina del aula de artes, sola, en receso y dejaste a tus amigas fuera de todo el asunto. Querida, algo te pasa. Así que empieza a hablar rápido que el chisme siempre ha sido nuestro condimento favorito. ¿Entiendes?
—Quién te viera, cualquiera diría que estás preocupada —digo ocultando cuanto puedo mi mueca.
—Solo busco mi labial, querida.
No hace más que encogerse de hombros mientras rebusca en su bolso.
—Tú que te rodeas de personas repudiantes… Ya sabes, tú lugar de confort, ¿Es normal que tu grupo de amigas… de repente…?
—No me digas… —se burla— ¿Te caigan mal?
—No me caen mal —la miro con agudeza—, solo…
—¿Ellas cambiaron? —me corta.
Específicamente todo cambió, ellas incluidas.
—¿Tú cambiaste entonces?
No respondo nada, solo me quedo mirando su silueta. Ciertos tipos de pensamientos cruzan por mi mente y todos terminan en el mismo lugar: el cambio mató todo.
—Sí, eso pensé. Es normal, Clover, míranos, tú y yo éramos amigas en kinder —dice con risas y burla, y tiene razón, era mi amiga, ahora apenas la soporto y… el año pasado la ahorqué con sus extensiones, pero pequeñas cosas—. Las cosas cambian y hay que dejarlas ir, querida. Además, las personas cambian —me mira fijamente— y se cambia a las personas.
Comienza a alejarse luego de tomar algo que no identifico visualmente de su bolso.
—¿Qué? Nosotros… ¡No cambiamos a Sophie por Cecile!
Se ríe de mí a puras carcajadas —Que lindo, querida.
—¡No pasó así! —le grito mientras me comienzo a parar para lanzarle toda la rabia —¡Tú no sabes nada!
—Sé más de lo que crees, Clover.
—¡Solo porque crees tener la escuela en la palma de tu mano no significa que todos estemos besando tu trasero!
La pelinegra me da una última mirada de despedida y termina por caminar hasta la salida sin miedo. Me levanto rápido y casi corro tras ella. Tengo que alcanzarla, tengo que decirle sus mil mierdas.
—¡Espera, así no es cómo pasó! —no le debo explicaciones, pero ella me debe un desestresante por empezar este tema—, ¡Jules!
Corro hasta la silueta de ella, a través de la puerta, pero entonces choco contra algo. Que no es la escuálida en cuestión, sino un pecho duro que me hace perder el equilibrio un poco.
Maravilloso.
—¿Qué hace aquí? —le digo con confusión, viendo como Jules camina alejándose por el pasillo deshabitado, con su caminar coqueto. El olor de su colonia, o gel de baño, no estoy segura, me hace difícil el no dejarme caer.
—Me sorprende que eso sea lo primero que me diga la primera vez que nos reencontramos.
#2271 en Novela contemporánea
#17275 en Novela romántica
profesor alumna deseo pasion, amor odio aventuras rencor bromas pasado, adolescentes euforia malas decisiones
Editado: 30.09.2023