A una corta distancia de la casa patronal vivía Dominga con su pequeña hija de 3 años y medio, Dominga era una jovencita de 20 años, que había quedado viuda a causa de la muerte de su esposo Francisco. La pareja, desde su unión conyugal había vivido en una pequeña choza que habian heredado de sus abuelos, quienes habían trabajado con la familia Guerrero. Francisco había muerto en un accidente, cayendo de un peñasco, una tarde que había salido en busca de una cabra que era una de las pocas posesiones de su familia. Francisco y Dominga conformaban una pareja muy joven, en este parte del país los jovenes se comprometian para vivir en pareja muy jovenes; por lo que también se habían convertido en padres, siendo aún menores de edad.
Alma se había enterado del terrible suceso; la situación de Dominga era muy dificil ya que se encontraba de 6 meses de embarazo y cuidando de su pequeña hija Flor, que para hacerlo más doloroso había nacido ciega, quedando Dominga sola en este mundo, debido a que sus padres ya habían fallecido y su difunto esposo tampoco contaba con familia que pudiera apoyarle.
Alma pasaba todas las tardes visitando a la triste Dominga, que en su estado de embarazo no podía hacer muchas cosas para proveerse de alimento y proveerle a su pequeña, que era una niña muy dulce e inteligente y que se había ganado el corazón de Alma; quien les proveía de todo lo necesario para que pudieran sustituir, insistiendo además de que Dominga y la pequeña se trasladaran a vivir con ella, a lo que Dominga se había negado, aduciendo que no podía dejar el hogar con el que había vivido con su esposo. Alma tenia un gran cariño por Dominga y estaba muy enamorada de la pequeña Flor, que ya conocía hasta el ruido del vehículo de Alma y que la esperaba siempre con un dulce abrazo, tocaba su rostro para asegurarle que era su amiga y luego la inundaba de besos por todo el rostro.
A pesar del corto tiempo en el que habían convivido, Dominga le inspiraba un cariño sincero, era dulce y amable y Alma disfrutaba de su compañía; sin embargo empezó a notar a Dominga cada vez más agotada y eso la preocupó mucho, insistiendo en llevarla al médico más cercano y de nuevo recibió una negativa de la joven, por lo que un día se decidió en ir en busca del médico y llevarlo hasta allí. El doctor González le indicó que debido al estado de salud de la chica y además el estado de ánimo, las pocas vitaminas, etc....la joven estaba muy débil y lo mejor era que consumiera medicamentos adecuados a su estado de gestación y pudiera estar en constante observación de otras personas.
Alma después de recibir otra negativa de la chica tomó la firme decisión de trasladarla sin su consentimiento; la vida de ella y del bebé estaban en riesgo. Una tarde, Alma se estacionó frente a la choza de Dominga y decididamente descendió de su 4X4, Dominga sonrió timidamente al ver a su amiga. -Hola Almita- dijo Dominga recostándose sobre la puerta de la casa. Alma le había pedido a su amiga que la llamara por su nombre y no como la mayoría de personas "la patrona" era la forma típica en que las personas gustaban llamarla. Sin embargo ella preferia que la trataran con más familiaridad y sin tanta formalidad; pero aún no lo había logrado con el resto de colonos que sentían que merecía todo el respeto por su generosidad y por ser quien mantenía la estabilidad en el pueblo.
-Hoy te vas conmigo Dominga-. Dijo Alma y puso toda la seguridad que le fue posible en sus palabras. La joven inmediatamente abrió los ojos como platos; sabia que no era una pregunta, era una orden. -No voy a permitir que sigan acá-. Camino rápidamente hacía dentro de la choza en la que Florecita, como ella la solía llamar aún dormía. Tomó las pocas pertenencias de Dominga y dentro de una enorme cesta fue colocando lo que consideraba les podía ser necesario. Dominga intentó decir algo, pero sólo lograr hacer un pequeño balbuceo. Finalmente tomaron a la niña que aún dormía y se dirigieron hacia la hacienda. Dominga observó con nostalgia su hogar, le dolía dejar aquel lugar en el que había sido muy feliz, sin embargo comprendía que estarían mucho mejor con Alma, su amiga, que se había vuelto como unángel para ella y su pequeña hija.
Después de una hora, Dominga y Florecita ya se encontraban instaladas y seguras. Alma ya más tranquila por lo que había logrado, tomó su vehículo y salió de regresó al campo, aún habían algunas cosas por hacer; de camino encontró a su administrador que ya había supervisado el trabajo de la fabricación del nuevo cercado de la hacienda y el trabajo de los mecánicos en la reparación del tractor. -Hola Amilcar-. Alma caminó directo hacía su administrador; quien era un hombre de unos 40 años, silencioso, pero muy servicial. -Hola patrona-. -¿todo bien por acá?-. -Todo muy bien patrona, ya me encargué de lo que habíamos conversado por la mañana-; ella asintió y con una sonrisa Amilcar supo que estaba satisfecha con su trabajo. -Si no hay nada más...puedes ir a descansar -. -Gracias patrona, pero creó que daré otra vuelta por la hacienda para corroborar que no hay nada más urgente y luego iré a mi casa-. -Me parece muy bien, te agradezco tu ayuda-. -Que descanses, salúdame a tu esposa-. Él agradeció con el gesto de quitarse el sombrero y se alejó sobre su caballo.
Alma pensó que merecía un descanso y no pudo pasar por su cabeza un lugar más idóneo que aquel lugar secreto en el que solía bañarse, rodeado de grandes y viejos arboles con el olor a tierra que la envolvía y ese color tan peculiar en el agua que la hacía imaginar el paraiso.