Amor Eterno #2 - Resurgir

Capítulo 27 - BRUSCO

Llevo unas semanas viviendo con Marco en su casa, al principio me costó bastante hacerme a la idea, tener que llevarme todas mis cosas allí, compartir todo con él y ya no tener un lugar solamente mío. Pero la verdad es que amo a Marco y esto es un paso importante para los dos, para nuestra relación.

Marco está entrenando así que aprovecho para salir a hacer la compra. Voy caminando porque no está muy lejos y así puedo despejarme un poco. Al llegar al supermercado compro todo lo necesario y cuando salgo una oleada de fotógrafos se abalanzan sobre mí.

María, ¿Marco y tú os habéis ido a vivir juntos? – pregunta una reportera.

¿Cómo te lo ha pedido? – pregunta otra persona.

Y así un millón de preguntas que provocan que me agobie. Últimamente no hacen más que perseguirme haya donde vayan por lo que decido volver a casa lo más rápido posible. Y las redes sociales… No han hecho más que hablar de nosotros, unos están contentos y aprueban nuestra relación pero hay otras personas que no hacen más que insultarme. Era consciente de que esto iba a pasar pero no sé… No me conocen cómo para juzgarme, no saben si soy buena o no para Marco, deberían dejarle escoger a él y si es feliz… ¿No se supone que deberían querer verle feliz? A veces no lo entiendo.

Veo nuestra casa y casi corro hasta llegar a ella. Cuando traspaso el lumbral de la puerta no puedo evitar soltar un suspiro y dejar las bolsas de la compra en el suelo. Voy hasta la cocina para dejar las bolsas y después voy en busca de Marco, ya que por la hora que es seguro que ya está en casa.

Hola – me saluda haciéndome sobresaltar y girándome para verle en la puerta de la cocina.

Hola – respondo al mirarle - ¿Te vas? – pregunto sorprendida al verle arreglado.

Sí he quedado – me responde – no me quedo a cenar ¿vale? – me dice y yo solo atino a asentir con la cabeza – adiós cariño – me dice depositando un beso en mi frente.

Lo veo salir por la puerta y me quedo allí plantada, no me había dicho que iba a salir hoy. Podía al menos decirme algo más pero bueno… Voy a prepararme algo para cenar que me muero de hambre.

 

Un ruido me hace despertar. Me giro en la cama y no encuentro a Marco a mi lado, están frías las sábanas. Cojo mi móvil y miro la hora, son las cuatro de la mañana. La puerta de la habitación se abre y aparece Marco con la ropa de vestir, acaba de llegar a casa.

Marco ¿has visto la hora qué es? – le pregunto medio dormida.

Vuelve a dormir María – me dice mientras se deshace de la ropa.

Porque tengo sueño – le respondo – mañana hablaremos – vuelvo a decir.

Sí, sí ahora solo quiero dormir – me dice metiéndose en la cama.

Me llega el olor a alcohol en cuanto se tumba. ¿A este qué narices le pasa? Pero no puedo seguir pensando porque el sueño me invade.

La alarma suena y la apago como puedo. Son las siete de la mañana y se nota. Me revuelvo en la cama y un brazo me aprisiona, lo aparto con cuidado y me giro para encontrarme a Marco completamente dormido. Me levanto y me ducho, me visto y bajo a desayunar para después salir e ir al colegio a trabajar.

 

Ha pasado una semana, una semana bastante horrible. No sé qué le pasa a Marco. Últimamente no hace más que salir de fiesta por las noches. He intentado varias veces hablar con él pero no he conseguido sonsacarle nada. Son las cuatro de la mañana y Marco aún no ha llegado. Lo sé porque no suelo dormir bien hasta que no llega a casa, por lo que ando todo el rato con el móvil en la mano. A estas horas son las que suele venir siempre, en torno a las dos y las cuatro. Nunca ha venido más tarde aunque creo que hoy es la excepción.

Son las cuatro y media y todavía no ha aparecido. La angustia me invade. ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará bien? ¿Por qué no viene a casa? Todas esas preguntas surcan mi mente una y otra vez. Al final no aguanto más y decido llamarle por teléfono. Un tono, tres tonos, seis… no me coge el teléfono. ¿Por qué coño no me coge el teléfono? ¿Dónde está?

Las horas pasan y yo ya no me puedo estar en la cama. Bajé al salón hace una hora. Son las seis de la mañana y todavía no ha aparecido. No hago más que dar vueltas por el salón con Rome a mis pies, él está también igual de nervioso que yo. No sé cuantas llamadas perdidas ya le he dejado, mensajes que no me ha leído. ¿Cómo le haya pasado algo? Yo… no sé que voy a hacer…

Un sonido procedente de mi móvil me asusta y me temo lo peor. Lo cojo de la mesa del salón esperando que sea él pero solo es la alarma del móvil para indicarme que me tengo que preparar para ir a trabajar. Así que eso es lo que hago, en un intento patético por no pensar en cosas horribles, pero se queda en eso en un intento, porque no dejo de pensar en él, en dónde estará.

Estoy a punto de salir de casa, son las ocho y cuarto cuando la puerta de casa se abre y aparece por la puerta. No se da cuenta ni siquiera de que estoy allí plantada mirándole. Tiene el pelo desordenado y la camisa por fuera.



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Editado: 25.05.2019

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