Amor fuera de foco

Sabrina

Bien. Supongo que me quejaré como la típica, caprichosa y atolondrada adolescente venezolana: ¡Odio cuando Gabriel interviene en mi vida! Estoy a punto de llorar de la rabia. Como un loco entró en mi librería favorita para decir que no puedo exponerme así como así. Pero sé lo que pasa: teme que sus amiguitos me descubran en el centro comercial. Lo tengo todo calculado y me vale ser lo bastante ingeniosa para pasar desapercibido ante ellos, sin el hecho que me prohíban nada. Me tengo que vengar de él porque nadie me trata como una niñata recién castigada por sus padres, así que debo escaparme a hurtadillas para tener algo de libertad.

Ahora, tras haber reflexionar y drenar todo lo ocurrido, llego a esta conclusión: sé que mi hermano me quiere y me ama como un incondicional miembro de esta inestable familia, pero creo que está yendo muy lejos. Casi lanzo una inquietada risa cuando lo miré parado en la librería, como si fuera un policía con una orden de restricción. Lo primero que pensé, era que tal vez se creía el dueño del centro comercial y por eso todavía me prohíbe total acceso. Sin embargo, ayer tuve otro problemón con el cual lidiar: conocí a una chama, una extranjera de nombre Evanna. Es de México D.F, tiene quince años, coqueta e indiscreta, de aire difícil pero fácil a la vez, con miles de accesorios en sus ropas que la hace lucir como un árbol de navidad. Es simpática y lo demás, pero mi grado de desconfianza es tan grande que la quise poner como un cero a la izquierda. Pero, al saber que estoy sola me di cuenta que quiero tratarla bien. Por una fracción de segundo, estuve fuera de órbita.

Aquel día, cuando estuve con la mexicana no me sentí mal ni bien: me gusta estar encerrada en un cuarto porque hallo los motivos para sentirme simplona. Hablar con otras personas no es lo que tengo en mente, siempre me muestro como la chama majadera y timorata. No sé qué rayos hacer. Estoy parada frente a otra persona y me siento medio rara, es muy posible que me quede paralizada o el mal genio salga a flote, porque ignoro cómo proceder ante otra persona que no pertenece a mi pequeño e íntimo círculo social. Opino que es preferible ocupar mi mente en cosas más importantes, como leer y escribir hasta que me centro únicamente en los diferentes mundos que hay en cada libro.

Eso basta y sobra para la pesadumbre se vuele muy lejos de mí y mi ambiente. Pero ahora, saber que estoy sola es una sensación especial y refrescante, pero el ruido de la puerta principal arruina mi instante de deleite. Las voces de Gabriel y Terry hacen aguar el momento sintiendo que un baldado de agua fría se vacía.

— ¡Cómo se te ocurrió semejante ridiculez, Teresa! —grita Gabriel— ¡Casi te agarra la policía!

—Te dije que no volvieras a decirme Teresa, jamás en la vida. Odio que me llames así, no sabes cuánto odio ese maldito nombre — chilla histérica—. No debiste detenerme, Gabriel. La desgraciada quería quedarse con mi novio. ¿No sabes que yo también soy la perjudicada? Esa perra rompió dos uñas y arrancó cuatro extensiones. Además mi blusa de cachemir está hecha jirones. ¿Sabes lo que costó?

—Me importa un comino si la blusa fue un regalo del niño Jesús o Los tres reyes magos —dice molesto—. Entiende que Jack es un picaflor, mujeriego, casanova, Donjuán, promiscuo o lo que se te dé la gana decir. ¡No estará contigo para siempre!

—Eres igual de tonto que él —solloza.

— ¡Alguna vez se te ocurrió pensar que por algo somos amigos! —chilla— ¿Acaso piensas que pasa todo esto por medio de una intervención divina?

La llama estúpida varias veces y eso basta para que alce las cejas y reprima una risita. Terry no se queda atrás con sus inquietudes y molestias, piensa que con eso ganaría la disputa de hoy, pero no. Escucho pasos en la escalera y presiento que se trata de ella, pero me equivoco. Veo la sombra de mi hermano por la abertura de la puerta quizá para hablar conmigo justo como lo hacíamos antes, entre tragos de whisky y risas benignas, pero al no ser así veo que aquellos pies andar hasta el cuarto de enfrente. Escucho la puerta cerrarse moderado causando que alce las cejas, al minuto oigo otros pasos con esforzados y pesados, oigo que se tratán de tacones. Luego está el rechinar de la puerta al abrir y cerrar de un portazo. Suelto una bocanada de aire antes de volver a mi libro, dejo que el tiempo pase sin afán. Acabo mi novela literaria a las dos de la madrugada, me estiro y bostezo con mucho sueño, mi estómago ruge de hambre.

Pienso bajar a la cocina para hacer un sándwich de queso mozzarella con jamón de pavo, luego otro sándwich de mermelada con mantequilla de maní y un poco de chocolate caliente.

—Tienes que dormir, mañana tienes que ir a la biblioteca pública después de clases —balbuceo entre eructos, pues siento aventado mi estómago.

Con malestar estomacal voy al cuarto para tratar de dormir, pero al no conciliar el sueño me levanto de la cama y repienso en preparar té de anís estrellado. Salgo y camino a oscuras, choco con la pared y con algunos muebles, camino torpe en el pasillo y casi me caigo de las escaleras al no ver bien los peldaños; me sostengo de la pared mientras voy a la cocina.

Una tenue lucecilla llega desde la cocina, me detengo abrupta al escuchar voces e imagino que se trata de Gabriel o Terry, pero sucede que no logro identificar la segunda voz: no es femenina y chillona. Me escondo en el oscuro rincón cerca de la cocina. Así como la curiosidad mata al gato, dejo que la curiosidad me haga llevar el gran chasco del momento.

—No comprende muy bien que nuestra relación no está por buen camino —dice el segundo chico—. ¿Acaso le hablo en idioma mongol, chino cantarín o taiwanés?

—Sé que es difícil porque su cabeza está llena de aire comprimido —responde mi hermano—. No esperes una disculpa, no sirve que le digas sobre un rompimiento.

— ¿Alguien más lo sabe aparte de nosotros? —pregunta la tercera voz—. Estuvo a punto de ser arrestada.




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