El resto de la semana fue normal, algo aburrida pero así solía ser mi vida.
El miércoles cursé otra materia, Derecho Romano. Al oír por primera vez el nombre, me sentí entusiasmada, siempre me había gustado todo lo relacionado con Italia y, más aún, Roma. Como ya había dicho en otra ocasión, la historia me encantaba y esa ciudad contaba demasiado con solo ver sus hermosas y semejantes estructuras. Uno de mis tantos sueños era viajar y poder conocer cada rincón de ese fantástico país.
Cuando tuve esa primera clase, corrí suerte de encontrarme a Vin allí. Me había sentido aliviada, porque al menos conocía a alguien y no estaba sumamente sola.
Una vez el profesor llegó y comenzó a dar un resumen de todo lo que daríamos en el transcurso de las clases, mi entusiasmo creció. Era algo digno de escuchar como aquél hombre hablaba del antiguo Imperio Romano, se notaba a kilómetros que amaba el lugar y aún más contar cómo el Derecho había comenzado y todas sus etapas.
Me gustaba esa clase de profesores que ponían su corazón para que sus alumnos aprendan, contagiando aquella pasión que le tenían a su materia, relatando también curiosidades que provocaban querer saber más de eso.
Una vez que la clase había terminado, me sentí satisfecha e intrigada por seguir conociendo más de los antepasados romanos.
No podía decir lo mismo del viernes. Comenzando porque la clase iniciaba a las 7 de la mañana, hasta que la profesora apareció más de media hora después, además de que se trataba de Economía política, tema que nunca había atraído mi atención.
Ya en la escuela, la modalidad que mis padres habían decidido por mí consistía en Economía y Administración con la escusa de que ellos podían echarme una mano si lo necesitaba, cosa que cuando ocurrió no fueron de mucha ayuda.
Por lo que mi poca disposición a aprender de eso, también conllevaba a que no comprendiera muy bien los temas y me aburriera, además de sumar el hecho de que era demasiado temprano para que mi cerebro reaccionara de una forma positiva.
Lo bueno de todo esto era que la primera semana de clases ya había acabado y que tendríamos un pequeño descanso de dos días.
La discusión apareció cuando comenzamos a pensar qué podríamos hacer en nuestro primer fin de semana alejadas de nuestra ciudad y, por lo tanto, de nuestros padres.
Eso provocaba un poco de miedo en mí, ya que las veces que salía en mi ciudad, siempre estaban mis padres para llevarme y buscarme a donde fuera. Sí, era bastante dependiente de ellos, pero esa fue una de las razones de mi decisión de venir aquí, comenzar a valerme por mí misma.
Y la elección de salir a un antro que se encontraba algo lejos de nuestro departamento, sin alguna tener que llamar algún padre para que luego viniera por nosotras, era la mejor manera de demostrarnos que ya éramos lo suficientemente grandes como para manejarnos solas.
— Entonces podemos ir en taxi y luego volver en colectivo, ya que para esa hora vuelven a circular. —Comentó Zoe, observando algo en su celular.
Ella era la que se encargaba de averiguar siempre cómo llegar al lugar planeado, los locales que estaban cerca o los que necesitábamos encontrar y, también, de juntar el dinero cuando debíamos pagar algo juntas.
Asentí, de acuerdo con lo que ella había propuesto.
— Dale. —Dijeron las otras dos al unísono.
Y luego todas seguimos con lo nuestro.
Zoe continuó estudiando, de verdad admiraba la voluntad que ella tenía para hacerlo prácticamente todo el día. Siempre le decía que yo no podría hacerlo.
Mientras que Amy, Julls y yo habíamos comenzado una serie juntas. Claro estaba quién era la responsable y estudiosa en el grupo. Aunque Amy tenía todo el derecho a descansar, ya que su ingreso había sido unos días atrás y había logrado pasarlo, por lo que ahora solo debía esperar el comienzo de clases en su universidad que, como ya había dicho, se encontraba en otra ciudad.
— ¡Ay, me da tanta ternura! —Exclamé, al ver cómo el protagonista protegía a la chica que amaba.
— ¡Ay sí, es muy tierno! —Me siguió Julls, haciendo unos movimientos raros con las manos.
Ambas nos miramos y gritamos, pegándonos. Esa era nuestra manera de expresarnos.
— Uy, que idiotas. —Amy rodó los ojos y volvió a prestar atención a la serie.
Continuamos mirando la serie, y cuando los protagonistas al fin se besaron un chillido me sorprendió.
— ¡Ay, me muero! —Amy hizo los mismos movimientos de manos que Julls anteriormente.
Nos miramos entre las tres y gritamos, para luego reírnos como estúpidas.
— ¡Uy, que idiota! —Exclamé burlonamente.
Ella se limitó a rodar los ojos y llevar un pedazo de chocolate a la boca, ya que habíamos comprado para comerlo mientras mirábamos la serie.
Y así pasamos las siguientes siete horas, hasta que Zoe volvió a salir de su cueva y nos miró.
— Son las 10 de la noche, locas. ¿A qué hora se piensan arreglar? —Bufó. —Dios, parecen tres entes. —Negó con la cabeza, para luego dirigirse al baño.
Editado: 14.03.2019