Amor, Poder Y Obsesión: Nivel 1 Vol 1

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO DIEZ

27 de septiembre 2014

Kathleen

Abro los ojos de golpe, y miro de repente hacia el reloj sobre mi mesa de luz.

Son las diez de la mañana y yo aún permanezco en la cama. Otra vez el pitido del timbre retumba en toda la casa, me calzo mis pantuflas de garras de oso, y me ajusto el cordón de mi pantalón a cuadros, evitando quedar en ropa interior por si estos se cayesen.

Me sobo los ojos, caminando hacia las escaleras, mientras trato de abrir bien los ojos para evitar parecer que recién me levanto, cuando en realidad así lo es. Nunca duermo hasta tarde, me molesta hacerlo por dos sencillas razones: cuando hay gente en la casa, todos ya están levantados; y la otra razón, es que siento que el día se me fue por la tangente, al margen que muchas de las veces mis días son menos que productivos.

Antes de abrir la puerta, me asomo por la ventana de la izquierda, y miro hacia el pequeño porche, y la cabeza del niño aparece de repente frente a mí. Me da un susto de muerte, y enseguida emito un grito asustado, él hace señas incomprensibles. Entonces apaciguando mis latidos con una mano en mi pecho, me dirijo a la puerta para poder oír una explicación razonable.

El niño Wilson está parado delante de la puerta vistiendo el uniforme de los Sixers, el equipo de básquet de la ciudad, y tiene una expresión de pánico en su rostro, que me hace preguntarme acerca de la causa que puede ocasionársela a un niño de unos doce años.

—Uh, Hola ¿Qué pasa? —digo, intentando sonar amable, pero mi voz está algo agitada aún del susto.

Lo primero que dice, no lo entiendo. Habla rápido en un tono tan bajito que ni él debe haber escuchado lo que dijo.

—Repíteme lo mismo, pero más alto —pido, y él parece extasiado al oírme pedirle aquello, porque enarca una ceja, pero aun así lo repite.

—Mi pelota se fue a tu patio de atrás —dice él, suena desesperado, y su voz aguda, está perforando mis tímpanos.

—Ve a buscarla —le ofrezco, y él niega con la cabeza—. ¿Qué pasa, Clayton?

—No está —suelta, dando saltitos de su inquietud en su lugar—. Me fije, y no está —repite, sonando cada vez más alterado.

—Quizás alguien la tomo —opino, sin saber cómo ayudarlo.

—No, no puede ser —musita él, parecería asustado—. Tienes que ayudarme a buscarla.

Es muy bajito para su edad de doce años, pero su cabello negro que cuelga en una corta melena sobre sus orejas esconde sus ojos verdes, que algún día, las muchachas se derretirán por solo verlos.

Ese niño, siempre está haciendo travesuras en el barrio.

Una vez, el año pasado, estaba en su etapa de querer incendiar lo que se le cruzara por el frente de sus ojos, y esa fue la razón por la cual, termine un viernes por la tarde llamando a los bomberos para que apagaran el fuego del árbol que antes estaba justo frente a su casa, porque el niño tuvo la ocurrencia de probar que pasaría si prendía fuego a una circunferencia hecha de hojas secas, en torno al árbol. Resultó que el tronco estaba más seco de lo que cualquiera podría haberse imaginado, y eso casi le cuesta que el fuego propasará al techo de la cochera.

Aún recuerdo muy bien lo fuerte y claro, que se oyeron los gritos de su madre al regañarlo cuando llegaron esa noche y ver el pequeño desastre que el niño había ocasionado.

Me había sentido mal, al verlo recibir los escarmientos de sus padres; pero no estaba en mi derecho el hecho de  intervenir en una situación, de la que no tenía como dije, ninguna clase de derecho, pero en el fondo, estaba bien que un niño travieso recibiera un reto, pero no tan agresivo y frio que podría dejar consecuencias en la dulzura de un niño.

—Clayton, es una pelota —contesto, restándole importancia, porque era cierto, desde que le conocía, él siempre andaba con una pelota de un color diferente cada vez—. Usa otra, ademas ¿No deberías estar ya en la escuela?

—Es que no puedo —insiste él, su voz es cada vez más desesperada, intentando encontrar la forma de explicarse conmigo—. Mamá tiene que llevarme al médico, o bueno el taxi que vendrá a buscarme.

Suspiré. No quise imaginarme, yéndo solo en un taxi con un desconocido al médico de su familia. Parecía independiente, al margen de pasar gran tiempo jugando, suponía que hacía muchas cosas de la casa por su cuenta.




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