La feria.
Amelie.
Nos encontramos en el veterinario esperando el turno para que atiendan a Drex –así nombré al perro– para asegurarme de que no tenga heridas de gravedad, también para que le hagan un chequeo general para descartar enfermedades, como también para que le pongan todas las vacunas correspondientes para poder llevarlo a casa.
Se me irá todo el dinero que tenía ahorrado en esta consulta, pero el lo vale.
Y es que me lo voy a llevar a casa, será mi perro, mi hijo y mi bebé.
Es tan hermoso, es un bebé que al parecer abandonaron, lo cual es triste y nada sorprendente, ya que, es totalmente casual que abandonen a los perros si no logran venderlos.
Finalmente llega su turno y lo llevo en brazos hacia el interior del consultorio, donde el doctor se queda con él un largo rato hasta terminar todo.
Me lo entrega dándome la buena noticia de que gracias a Dios no tiene heridas graves, según el doctor las heridas que tiene son irrelevantes, le causan dolor debido a que es un bebé que tendrá menos de tres meses y pues son muy delicados a esa edad, asegura que el dolor se le pasará pronto con el medicamento ya puesto y las pequeñas heridas que tiene en su patita sanarán rápido si le coloco las cremas recetadas.
Aseguró que no tiene enfermedades y le aplicó las debidas vacunas.
Está listo para ser llevado a casa.
–Amy mira, es del estilo de Drex. –mi amiga me muestra un collar azul marino con un dije plateado que tiene una huella canina en el centro.
Aquí en la clínica veterinaria tienen un apartado de productos para las mascotas y mis amigos se encuentran viendo los distintos objetos.
Pongo a mí perro en brazos de Andrés y me dedico a observar.
Al final decido tomar la propuesta de mi amiga y además, compro víveres y objetos para la comodidad del nuevo integrante.
Vamos de camino a mi casa a dejar a Drex y luego iremos a la feria.
«Aún es temprano, tenemos tiempo.»
Pienso al ver la hora en mi teléfono.
«7:11 p.m. »
Llegamos y salgo del auto apresuradamente tomando a Drex en brazos, mientras Andrés me sigue llevando las cosas que compré al interior de la casa y mis amigos esperan en el auto.
–Mira bebé, esta es tu nueva casa. –le hablo a Drex al cruzar la puerta.
–En unos días me mudaré, tranquila.
Ruedo los ojos ante las palabras de Andrés y este ríe.
Acto seguido, acomodo su camita al pie de la mía, lo acomodo en ella y a su derecha le dejo un recipiente con comida y otro con agua.
Checo que todo esté en orden.
–Meli.
Volteo para ver a Andrés e inmediatamente siento como el flash me ciega.
–¿Me has tomado una foto?
Asiente.
–Oh por Dios, Andrés. Habré salido fatal. –digo irritada.
Jamás he sido fotogénica y si no me preparo para la fotografía es seguro que saldré mal.
–Saliste bien, no te amargues. –dice sonriente.
–Muéstrame.
Me muestra la foto sin dejar que tome el celular y realmente no me veo mal, pero igual no me gusta.
–Bórrala ya. –ordeno.
–Jamás Meli.
–Andrés no seas así, he salido fatal.
–Has salido hermosa –se acerca y pone sus nudillos en mi mejilla– eres hermosa, no hay manera de que salgas mal.
Dice e inmediatamente quedo petrificada.
Siento una especie de escalofrío recorrerme todo el cuerpo.
Por inercia ubico la palma de mi mano sobre sus nudillos aún acariciando mi mejilla.
Sus ojos han adquirido un brillo peculiar, siento mis piernas flaquear y mi corazón amenaza con salirse de mi pecho, latiendo tan fuerte y rápido. ¿Estoy nerviosa? ¿Por qué me he puesto así?
¿Significa algo?
–El amor es una magiaaaa…
Entonces, con la voz de mi conciencia cantando la tonta canción de Tito El Bambino, reacciono.
Alejo mi mano de la suya, doy un paso atrás ocasionando que Andrés separe sus nudillos de mi rostro.
El ambiente se torna un poco incómodo al momento en que nos quedamos viendo fijamente y es por ello que decido romper el contacto visual y hablo al fin:
–Deberíamos irnos. –hablo en un hilo de voz casi inaudible.
Parece reaccionar al escucharme y va hacia la puerta, la abre y se hace a un lado dejando que pase primero.
Quince minutos más tarde.
Nos encontramos en la feria y yo solo observo como mis tres acompañantes se pelean por a qué juego mecánico subirán primero.
Le doy otro mordisco a mi hot dog, escuchando atentamente la absurda discusión.
–Meli, tienes la última palabra. –dice Andrés.
–¿Yo? ¿Por qué? –pregunto incrédula.
–Porque eres la sensata y confiamos en tus decisiones. –expresa Ray.
–Si saben que no subiré a nada ¿cierto? Les tengo pánico.
–Amy, no pasa nasa, decide e iremos. –vuelve a hablar mi amiga.
Miro a mi alrededor, veo la altura y velocidad en la que va la montaña rusa.
–Escalofríos entrando al chat.
Miro hacia el otro lado y veo la rueda de la fortuna.
–Imagina que estando en lo más alto deje de funcionar y se detenga.
¡NO AYUDAS CONCIENCIA!
Sigo observando cada aparato y con cada uno desarrollo una fobia distinta y solo con el mero hecho de observarlos, no quiero imaginar los traumas que crearé si subo a alguno.
–Oh por Dios, no subiré a nada de eso. –exclamo aterrorizada.
Las tres personitas que tengo por amigos empiezan a reír como focas retrasadas.
–Deberías ver tu cara de horror, niña cobarde. –dice Andrés.
–Si Amy, tu expresión fue muy graciosa. –dice entre carcajadas mi amiga.
Los miro a ambos con el ceño fruncido, lo cual hace que estallen aún más en carcajadas.