Amor Salvaje

Capítulo 87º " Gitana"

La brisa de la mañana traía consigo el olor de tierra húmeda; había llovido toda la noche, dentro el aroma de café recién hecho. La cafetería comenzaba a llenarse de sus habituales clientes, pero esa mañana, los ojos de Emma no estaban atentos al mostrador ni a la cafetera. Desde la ventana, lo vio.

Álvaro.

Apoyado con un aire distraído sobre la verja del parque, y vestido con una camisa arremangada de lino beige, unos jeans oscuros y unas botas gastadas de cuero. Una imagen sacada de un sueño o de una novela de esas que se leen en un piss pass.

Ahí estaba él, con el porte de un buen vaquero, aunque era español. Como un galán salido de una telenovela.

Emma apartó la mirada, disimulando el rubor en sus mejillas. ¿Cómo era posible que un desconocido removiera en ella emociones que creía enterradas? ¿Y por qué ahora?

—¿Estás bien, Emma? —le preguntó Charlie, dejándole un plato con tostadas y mermelada.

—Sí... —Mintió. Solo pensaba en lo rápido que cambia el clima.

Charlie la observó con una media sonrisa. No le dijo nada, pero sus ojos se posaron también en la figura de Álvaro que ya cruzaba la calle.

El timbre de la puerta sonó. Emma se puso nerviosa.

—Buenos días —dijo Álvaro con su inconfundible acento, cálido y muy sevillano. Se acercó al mostrador. ¿Me haces uno de esos cafés con leche espumosa que tú sabes preparar?

—Claro… —respondió ella, evitando su mirada.

Él no lo mencionó, pero sí la miró con detenimiento, como si quisiera leer en su rostro todo aquello que ella intentaba ocultarle. Charlie miró ligeramente al joven desde la barra, aunque no dijo nada.

—¿Tienes un momento? —preguntó Álvaro mientras recibía la taza de café. Me gustaría mostrarte algo. No tardarás.

Emma titubeó. Estaba a punto de negarse por inercia, pero algo en su voz, en su forma de mirarla, la impulsó a sentir una enorme curiosidad.

Caminaron hacia las afueras del pueblo, donde los árboles comenzaban a ganar espacio y la carretera se volvía más estrecha. Llegaron a una loma desde donde se veía el rancho donde trabajaba él: un terreno amplio, rodeado de montañas bajas, con caballos pastando en libertad.

—Siempre me han impresionado los caballos —dijo Emma. Tienen fuerza y libertad...

—Como tú —soltó Álvaro sin pensarlo.

Emma lo miró sorprendida.

—No soy tan fuerte como crees.

—No tienes que serlo todo el tiempo. Pero se nota cuando alguien ha aprendido a caminar sola.

Ella no supo qué decir. Hacía mucho que nadie le hablaba así. Con respeto y ternura.

Llegaron al establo. Una yegua color avellana se acercó a Álvaro, quien la acarició con naturalidad. Se la presentó como "Gitana". Emma alzó la mano, temerosa, pero el animal la olfateó y permitió el contacto de sus manos sobre su lomo.

—Los caballos sienten quién eres sin necesidad de palabras —le dijo él. No juzgan. Solo observan. Y sienten a una buena persona.

Emma acarició el suave pelaje de la yegua, mientras Álvaro se acercaba con calma. La cercanía entre ellos era inevitable. Cuando sus manos se rozaron sin querer sobre el lomo del animal, Emma contuvo la respiración.

—No quiero incomodarte —dijo él en voz baja. Pero me resultas... fascinante. Desde que te vi.

Emma apartó la mirada y, sin embargo, no se movió.

—Es complicado —contestó. Tengo una historia. Personas a las que quiero. Cosas que no he cerrado todavía. Ya sabes, lo más natural del mundo.

—Lo sé. No te pido nada ahora —respondió él—. Pero quería que lo supieras. Porque no todos los días uno encuentra a alguien que le cambie el ritmo del corazón. Y tú, me lo aceleras cuando estoy contigo.

Esa noche, Emma regresó a casa pensativa. Sentía que su vida, que hasta ahora giraba alrededor de Cole, Charlie y su pequeña rutina del pueblo, había comenzado a volver a dar vueltas como una noria. No porque hubiera dejado de amar, ni de sentir, sino porque había comenzado a ver desde otra nueva perspectiva.

Y eso era lo que más miedo le daba.

Los días siguientes fueron un lío total. Él pasaba por la cafetería a menudo. No con insistencia, sino con naturalidad. A veces solo pedía café. Otras, se sentaba con un libro y una sonrisa que despertaba suspiros entre las clientas. Pero sus ojos siempre buscaban la mirada de Emma.

Una tarde, mientras llovía y las luces del pueblo se habían encendido, Emma salió del trabajo y encontró a Álvaro esperándola bajo un paraguas. No le dijo nada. Solo caminó a su lado, en silencio, acompañándola hasta la puerta de su casa.

Antes de irse, se detuvo.

—Sé que tu pasado está lleno de nombres que no soy yo. Pero si alguna vez te haces preguntas… aquí estaré. Aunque sea para darte las respuestas que nadie a veces se atreve a contar. Puedes preguntarme lo que quieras saber de mí; no tengo nada que esconder. Y todos hemos tenido un pasado, ya sea mejor o peor.

Y se marchó bajo la lluvia.

Emma cerró la puerta, apoyó la espalda contra la madera y cerró los ojos.

No sabía qué sentía. No sabía qué quería.

Pero sí sabía algo. Álvaro no era un simple desconocido. Era un hombre que le estaba abriendo su corazón.

Era el comienzo de algo, que aún no sabía cómo iba a continuar...

Y quizás ese era el verdadero vértigo.




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