Amor Salvaje

Capítulo 94º Visita Inesperada.

El sol de la tarde se filtraba entre los árboles del camino que llevaba al rancho, provocando destellos sobre el parabrisas de la camioneta de Cole. Conducía en silencio, con la música apagada, dejando que los recuerdos llenaran los espacios vacíos durante el trayecto. Había pasado mucho tiempo en Dallas, en el hospital, con los médicos y el cuidado de su pequeñín, que comenzaba a recuperarse poco a poco. Aunque su corazón seguía en un puño, sabía que tenía que volver a su vida y controlar un poco el rancho, aunque sabía que estaba en buenas manos.

El rancho se alzaba en el horizonte, rodeado de praderas verdes y cercas de madera blanca. Cuando cruzó la entrada, todo parecía estar en orden. Los empleados seguían con sus tareas, las yeguas pastaban tranquilas y los caballos entrenaban en los terrenos fuera del establo. El olor a tierra, a heno y a establo. Lo necesitaba más de lo que creía. Lo echaba mucho de menos; su vida era aquí en Texas. Pero ahora la viviría junto a su pequeñín Junior.

—¡Señor Mitchell! —lo saludó uno de los peones con una sonrisa. Qué bueno verlo de vuelta.

Cole se quitó el sombrero, mirándole con una leve sonrisa.

—Tenía que comprobar que no hubieran convertido esto en un circo —bromeó.

El trabajador rió, y Cole continuó su camino hacia la casa principal. Revisó algunos documentos, firmó informes, saludó a viejos conocidos y conversó brevemente con la veterinaria sobre la salud de las yeguas que acababan de parir. Todo estaba bajo control. Sin embargo, una sensación de nerviosismo persistía dentro de él, una que no tenía nada que ver con su rancho ni con su familia.

Así que, sin pensarlo demasiado, volvió a subir a la camioneta y tomó la carretera que lo llevaba al pueblo.

Las calles estaban tranquilas esa tarde. El aire olía a pan recién horneado y a café, y la gente caminaba con la calma típica de los pueblos pequeños. Aparcó frente a la cafetería. Ni siquiera sabía si ella estaría allí, pero su corazón latía con fuerza solo con la posibilidad de poder verla.

Empujó la puerta con suavidad. Un par de campanitas anunciaron su entrada. No la vio de inmediato. Detrás del mostrador, había una chica nueva que atendía a una pareja de ancianos, y en las mesas, varias mujeres conversaban entre risas. Se acercó a la barra, mirando alrededor.

—¿Puedo ayudarte? —le preguntó la camarera.

—Sí, un café solo. Para llevar, por favor.

Mientras lo preparaba, escuchó una risa conocida detrás de él. Se giró. Emma entraba por la puerta trasera, con una caja de repostería en brazos. Llevaba el cabello recogido en una trenza desordenada, y su rostro brillaba por el esfuerzo del calor en el almacén. Al verlo, se detuvo en seco.

—Cole... —dijo, claramente sorprendida.

—Hola, Emma —dijo él.

La camarera los miró, de manera curiosa, y luego se apartó con discreción.

—No sabía que habías vuelto —añadió ella, dejando la caja sobre el mostrador.

—Solo por un par de días. Tenía que revisar algunas cosas en el rancho... y bueno, vine al pueblo.

Emma le sonrió, acomodándose un mechón detrás de la oreja. Su mirada se cruzó con la de él por un segundo largo. Había tanto que decir y, al mismo tiempo, una barrera invisible que los mantenía en silencio.

—¿Cómo estás? —preguntó finalmente.

—Bien. Gracias por preguntar.

Sin saber muy bien cómo seguir. A lo lejos, una de las clientas llamaba a Emma, sacándola de ese momento junto a Cole.

—Tengo que atender... pero me alegra verte, Cole. De verdad.

Él la sonrió, tomando el café que la camarera le daba.

—A mí también me alegra. Cuídate, Emma.

Y salió, sin mirar atrás. Sin decir nada más.

En la puerta, se detuvo un segundo, respirando hondo. Sabía que regresar no había sido un simple chequeo al rancho. Sabía que algo dentro de él seguía anclado a esa mujer, aunque todo fuera un mar revuelto de dudas y decisiones difíciles. Pero al menos, por ese día, la había vuelto a ver.

Y eso, de momento, le bastaba.

Con tantos buenos momentos vividos con ella en Canadá, risas, abrazos, besos y esas excursiones por la nieve, esos juegos en la nieve como dos críos, esas noches junto a la chimenea, cubiertos con una manta, pegaditos, tan juntos, compartiendo miradas intensas...

Y ahora, como le costaba hablar con ella, qué difícil era poder contarle todo, aclararlo de una vez por todas.

Qué duro era mirarla, haberla hecho sufrir, haberse ido de esa manera.

Pero no iba a rendirse, solo necesitaba allanar un poco más el camino, y le contaría lo de su pequeño hijo. Y como se derrumbó al perder a su esposa, refugiándose en el rancho.

Lo difícil que fue todo para él, y al mismo tiempo lo cobarde que había sido después de perder a su esposa.

Necesita contarle todo desde el principio, sincerarse con ella, y que ella le comprenda, que vuelva a creer en él; no habrá más secretos ni mentiras.

Espera de todo corazón que Emma le perdone.

Pero esta Emma no es la misma que el abandono tiempo atrás.

Esta es otra mujer totalmente cambiada...




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