Amor Salvaje

Capítulo 97º Un día especial.

No había edificios, ni farolas, ni ruidos de coches, ni gente de un lado para otro por las calles. Emma dejó eso atrás y ahora vivía tranquilamente en Texas, que le ofrecía confort y tranquilidad. Solo en una llanura extensa, dorada por el sol del atardecer, y el viento moviendo suavemente los altos pastos. Emma se sentía libre.

Libre como nunca.

Álvaro la esperaba junto a la camioneta, donde ya había comenzado a montar la pequeña tienda de campaña que había prometido llevar.

—¿Sabes que no soy precisamente una experta en acampadas, no? —bromeó Emma, quitándose la chaqueta y sonriendo.

—¿Y yo parezco experto? —le respondió él, muy divertido, enseñándole un termo de café y una manta enrollada—. Solo soy un domador de caballos con un buen gusto para las vistas.

Se miraron por un segundo, y esa chispa volvió a surgir entre ellos. A Emma le corrían unas hormiguillas por el estómago.

Montaron la tienda entre risas, aunque más de una vez terminaron enredados con las varillas y discutiendo sobre instrucciones que ninguno se leyó. Luego, cuando todo estuvo listo, se tumbaron sobre una manta extendida al borde de la tienda, viendo el cielo azul oscuro, totalmente estrellado.

—¿Sabes lo que me encanta de ti? —preguntó Álvaro de pronto, con la mirada fija en el cielo.

—¿Mi impaciencia? ¿Mi torpeza montando tiendas? —rio ella.

—Tu risa. Siempre me dan ganas de provocarla. Y que te enfades también, para luego calmarte —dijo él, girando la cabeza para mirarla.

Emma se mordió el labio, sintiendo una caricia en su alma.

—Eres un problema —le dijo—. Un problema encantador.

—Y tú… una mujer que no deja de sorprenderme.

Emma estiró la mano, rozando la suya.

—¿Alguna vez has sentido que estás justo donde quieres estar?

—Ahora mismo —dijo él, y se acercó, apenas sus frentes rozándose.

No se besaron. Pero no hacía falta. Sus miradas lo decían todo, no necesitaban hablar.

Más tarde, después de compartir historias tontas, anécdotas de su juventud y un par de canciones tarareadas mal, Álvaro sacó una linterna y la encendió bajo su barbilla.

—¿Lista para el momento de terror? —dijo, fingiendo una voz grave.

—¡Ni lo sueñes! —gritó Emma, arrojándole una galleta en la cara—. ¡Que tengo el corazón sensible!

—Sensible pero fuerte —dijo él, mientras la atrapaba entre sus brazos y la hacía rodar sobre la manta hasta quedar ambos riendo, cuerpo con cuerpo.

La luna los encontró así. Abrazados. Con la piel rozándose en cada movimiento mínimo y los latidos de su corazón latiendo acelerados...

—Tengo miedo —le dijo Emma, cuando se acurrucó contra su pecho, ya dentro de la tienda.

—¿De qué?

—De sentir esto. De que acabe. Es tan maravilloso estar a tu lado; me siento tan bien.

Álvaro acarició su cabello con ternura.

—Emma… Si algo me pasa contigo, es que todo lo siento de corazón. Y eso me da miedo también. Pero si tú te lanzas… yo me lanzo contigo.

Ella lo miró. No necesitaba más palabras.

Y entonces en ese momento sí se besaron.

Fue lento, sincero, lleno de pasión. Un beso que parecía sacado de una telenovela o de las novelas románticas que leía Emma cada noche antes de dormir.

Habían pasado una tarde perfecta y un atardecer bajo las estrellas impresionante; la había hecho reír, había estado pendiente de ella todo el tiempo, incluso después de la cena, donde él se había encargado de asar la carne en la lumbre, de hacerla reír contándole un chiste tras otro, hablarle largo y tendido de sus travesuras cuando era un niño y también de sus maravillosos padres. Álvaro apareció por detrás de ella, con un ramo de rosas rojas precioso.

—¡Oh! Son preciosas, no debiste haberte molestado.

—¡Claro que sí! De unas rosas para otra rosa. De mí para ti, por ser tú la mujer más maravillosa que he tenido la suerte de conocer.

—No exageres, soy una chica normalita, del montón.

—Para nada, Emma, eres una mujer espectacular, valórate más, me encantas...

—Gracias, Álvaro, por esta noche tan especial.

—Gracias a ti, preciosa, sin ti esto no sería posible. —Si me faltas tú, me rompes en mil pedazos.

—Además de bromista, poeta.

—Soy un poco de todo, en serio, me siento superbién contigo.

—Yo también, me siento supergenial.

—Bueno, es tarde. Te acerco a tu casa, que mañana tienes que trabajar y quiero que descanses.

—Vale, muchísimas gracias. Te lo agradezco.

Cuando llegó a casa, estaba flotando como en una nube, ni tan siquiera se lo creía, pensaba que estaba en un sueño del que no quería despertar.

Y esa noche, Emma soñó con campos de trigo, con risas al atardecer, con noches bajo las estrellas y con un hombre que la miraba como si fuera lo más valioso de este mundo.

Y ese hombre era lo mejor que le había pasado; su presente parecía ir por buen camino. Y aunque a veces recordaba a Cole, y en el fondo lo seguía queriendo, Álvaro era totalmente diferente; eran dos hombres distintos, como el día y la noche.

Y ella lo estaba empezando a descubrir.




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