La noche cayó sobre Texas. El cielo estaba completamente despejado y plagado de estrellas que titilaban como diamantes sobre su casa. Emma se miró en el espejo por tercera vez, intentando decidir si su vestido azul era demasiado cursi o feo, y al final optó por uno negro con escote y largo, ceñido a su cuerpo, justo lo que la noche pedía. Finalmente, se recogió un mechón de pelo detrás de la oreja y sonrió tímidamente. Su reflejo le devolvía la imagen de una mujer ilusionada.
Álvaro había insistido en que no se preocupara por nada, que él se encargaría de todo. Solo le pidió que se dejara sorprender. Y Emma, después de tanto tiempo, decidió hacerlo.
Cuando el elegante pick-up de Álvaro se detuvo frente a su casa, ella ya lo esperaba. Él bajó del vehículo con una sonrisa que parecía iluminar más que todas las farolas del porche.
—Estás preciosa —le dijo sin rodeos, devorándola con la mirada.
—Tú tampoco estás nada mal —respondió ella, mordiéndose el labio al ver cómo la camisa blanca marcaba cada músculo de su torso y cómo sus vaqueros se ajustaban de forma perfecta a su cuerpo.
Subieron a la camioneta; Emma notaba cómo su corazón latía más deprisa de lo habitual, y no era por los nervios, sino por esa emoción nueva, dulce, vibrante que Álvaro le provocaba.
—¿Adónde vamos? —preguntó ella, curiosa.
—A un sitio especial. Te lo prometo.
El trayecto duró unos veinte minutos. Condujeron entre caminos de tierra, campos abiertos y el sonido de los grillos acompañándolos. Finalmente, llegaron a una pequeña cabaña de madera al borde de un lago. Frente a ella, una mesa para dos, cubierta por un mantel blanco y velas encendidas. Una guirnalda de luces cálidas colgaba entre dos árboles, creando una imagen de ensueño bajo la noche estrellada.
Emma se quedó sin palabras.
—¿Tú hiciste todo esto?
Álvaro se encogió de hombros, como si no fuera gran cosa.
—Tenía que estar a la altura de la mujer que tengo enfrente.
Ella se mordió el labio inferior para contener la emoción. Nadie había hecho algo así por ella. Nunca.
—Es perfecto.
Se sentaron a la mesa. Él sirvió vino tinto y sacó un plato que había preparado con sus propias manos: pasta fresca con una salsa cremosa de champiñones y un toque de trufa.
—No sabía que cocinabas tan bien —bromeó Emma.
—Me defiendo. Aunque si tú quieres, podemos turnarnos. Una noche yo cocino, y otra tú... o pedimos pizza.
Rieron. Y luego, las risas dieron paso a las miradas largas.
Ella le tomó la mano sin pensar.
—Álvaro…
—Dime.
—No sé cómo lo haces, pero me haces sentir diferente. Como si todo lo que he vivido tuviera sentido solo para hacerme llegar hasta ti.
Él unió sus dedos con los de ella, tiernamente.
—Emma… No tengo mucho que ofrecerte. No soy un hombre perfecto ni tengo un plan de vida trazado. Pero lo que sí sé es que, desde que te vi, no dejo de pensar en ti. Que cuando no estás, te echo de menos. Y que esta cena… no es una cita cualquiera para mí.
Ella lo miró con los ojos húmedos. Por dentro, se derrumbaba y se reconstruía al mismo tiempo.
—Lo sé. Lo siento. Y creo que... estoy empezando a enamorarme de ti.
Álvaro sonrió, pero no dijo nada. En su lugar, se inclinó sobre la mesa y la besó.
Después de cenar, caminaron hasta el borde del lago, descalzos sobre la hierba fresca. Él se quitó la camisa y se lanzó al agua.
—¡Estás loco! —gritó Emma, riendo.
—¡Ven! El agua está perfecta.
—¡Ni loca! —dijo ella, pero no tardó en sacarse el vestido y lanzarse detrás de él.
Nadaron bajo las estrellas. Como dos adolescentes.
Al salir del agua se tumbaron mirando hacia las estrellas, cogidos de la mano.
—¿Ves ese lucero tan grande, Emma? —Pídele un deseo en silencio. Yo lo voy a pedir, pero no se puede decir, te lo tienes que guardar para ti.
—Claro, ya lo he pedido. Es un lucero enorme. Está el cielo tan precioso esta noche...
Se mantuvieron en silencio simplemente admirando las estrellas y ese impresionante lucero, cogidos de la mano.
Al cabo de un rato, ya envueltos en una manta frente al fuego, Emma apoyó la cabeza en su hombro y le dijo.
—Esto es como un sueño.
—Entonces no quiero despertar nunca.
Y en ese momento, Emma entendió que a veces el amor no necesita años, ni promesas, ni planes y tampoco finales perfectos. Solo necesita dos personas dispuestas a arriesgar el corazón.
Después de haberse secado del chapuzón, Álvaro se levantó y comenzó a recoger las cosas; Emma le ayudó a cargarlo todo en la camioneta.
Álvaro acercó a Emma hasta la puerta de su casa.
—Bueno, ya hemos llegado a tu dulce morada preciosa.
—¿Quieres pasar? Te invito a un café bien calentito.
—No, Emma. Gracias. Si paso dentro, no sé lo que pueda pasar, y no quiero forzar nada entre nosotros.
—Está bien, Álvaro, yo tampoco quiero forzar nada, ni planear nada, quiero que fluya.
—Pero acepto ese café, mañana en la cafetería.
—Vale, eso está hecho.
—Me encanta estar a tu lado. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Eres una mujer especial.
—Bueno, a mí también me encanta estar contigo. Respecto a una mujer especial, yo soy normal, o más bien clásica, no sé...
—Para mí eres una mujer maravillosa, Emma, y bueno... te dejo descansar y yo también me voy, que mañana tengo que madrugar; mis fierecillas me esperan bien temprano.
—Claro, que descanses, Álvaro, hasta mañana.
—Buenas noches, dulces sueños, princesa, que descanses. Hasta mañana.
Emma vio cómo Álvaro se subía a la camioneta y, con un guiño y sacando el brazo por la ventanilla, se despedía.
Entró en la casa descalza y se dirigió a su habitación.
—Pero bueno... Elvis, si tenemos que salir afuera a dar tu paseíto.
El pequeño chihuahua la miró, removiendo el rabo y colocándose junto a ella, preparado para salir.
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suspense, amor inesperado del destino, decisiones difíciles.
Editado: 14.07.2025