Amor sin Cara

CAPITULO 1

 

 

 

 

 

El misterio lo encierra la magia en closet, he aquí un cuento para la familia sin distinción alguna. Mis queridos, les traigo una historia más, para soñar, dentro de un reino llamado Ricky Landya.

 

 

 

1

 

En alguna parte del mundo se ubica una pequeña isla llamada Puerto Rico, conocida por sus habitantes como La Isla del Encanto. En una de sus ciudades se escondía el reino Ricky Landya, donde hace muchos años vivió su primer rey: Inrry Martínez. En aquel entonces, el rey era muy joven, el fue quien decretó que su reino se llamaría El Encanto, porque en el jamás faltaría la música, el baile, la alegría, las aventuras, las mujeres y la variedad. Pero aquel decreto sería su mayor condena, una maldición que arrasaría con varias de sus generaciones familiares.

El rey Inrry era feliz y no deseaba volver a casarse después de enviudar a tan corta edad. Era poco responsable, a pesar de tener dos hijos del matrimonio, él vivía su vida como un joven liberal, le encantaba bailar, era conocido como el alma de las fiestas de aquella ciudad, gustaba del libertinaje. Le encantaba deleitarse con el placer sensorial, cantar, reír, gozar y divertirse con cualquier mujer, hasta que un día, la hija de un carbonero de las cumbres entre las más altas y oscuras montañas, bajó y cruzó el bosque nacional «El Yunque» una fea mujer, tan fea que solo podía vérsele entrar a la ciudad con un largo velo que cubría su rostro. El rey, con su altanería, orgullo y soberbia hombruna, que lo hacía creer que no había mujer que se resistiera, porque aquella que lo probaba, volvería a querer repetirlo, no le importó enamorarla, porque él pensaba que tras esa cubierta estaba el cuerpo de la mujer más bella. En poco tiempo el rey enamoró a la mujer que se hizo llamar Alma del Monte.

El rey Inrry consiguió intimar con la doncella del velo, tras mirarle el rostro le perdió interés, no dudó en sustituirla por otra, ella pudo haberlo encantado con sus secretas artes mágicas y obscuras, pero no solía atar sentimientos contra la voluntad del prójimo, desconoció que ella, no solo era una mujer fea con exuberante cuerpo, también era la última bruja de carbónales. No tardó en casarse por segunda ocasión e hizo una gran fiesta, la celebración del siglo, pero jamás se esperó que fuera su mayor desgracia, menos que la mujer fea lo desafiara, al maldecirlo públicamente en el quiosco donde se organizaba la ceremonia religiosa, junto con la princesa Claudia del Mar.

El obispo se encontraba procurándoles la bendición cuando una brisa puso a todos los invitados a temblar, la voz de aquella mujer interrumpió a gritos, se podía percibir la maldad, mientras de su cabello se desprendía el extraño velo que se convertía en efímero humo negro. Las burlas e insultos de la gente no se hicieron esperar. Así le dieron vida al más oscuro odio contra el rey.

—Deténgase, señor Obispo, falta mi bendición para su majestad —se escuchó el estruendo de unos pasos, lentamente se iba mostrado una vestida despampanante dama en celeste cielo, su voz era suave pero maléfica, su cuerpo se movía con pasos sensuales. La mujer llamó la atención de los invitados con su exuberante cuerpo, larga cabellera y vestimenta.

— ¡Alma! ¿Qué haces aquí? —exclamó el rey, ella lo veía como si desease estrangularlo.

—Ese es mi nombre, soy inolvidable como usted dice ser irresistible —dijo manifestando en sus negros ojos temor y riéndose con unas siniestras carcajadas que hacían que el cuerpo del rey se sintiese flemático—Su majestad, que bueno que aún lo recuerde, porque nunca lo podrá olvidar. ¡Ah! la respuesta a su pregunta es fácil, vine a traerle el obsequio de bodas, para la que se suponía sería nuestra boda. No es muy sano para su salud espiritual, mentir.

Una tropa de murcielagos voló frente a los novios, una mariposa negra se posó primero sobre el rey, luego sobre el cabello de Alma quien no quitaba su vista del rey, este como hechizado, también la miraba.

—¿De qué se trata esto, amado mío? —preguntó la princesa Claudia.

El rey Inrry tomó las manos de su novia, viéndola a los ojos le dijo:

—Después te lo explico —murmuró y se dirigió a la otra mujer—. Dejad tu dádiva y retírate, Alma.

La bruja de las montañas hacía movimientos con las manos y le mandó un beso al rey, se acercó a él y tan burlesca se expresó:

—Por supuesto —la mujer se dio la vuelta en un giro y comenzaron a salir de su boca las maldiciones contra las generaciones de la familia del Encanto.

—No le veo ningún presente en sus manos —expresó con propiedad la princesa Claudia, buscando con su mirada el presente que según Alma traía para la nueva reina.

—Es mágico, princesa, si no tienes ojos de amor, no lo podrás ver, supongo que la realeza tiene todo menos buenas impresiones —Alma le dijo, mientras una extraña vibra intentaba atrapar por completo el alma del rey. Entre tanto, la mujer siguió surtiendo palabras sucias—: Escúchenme bien, habitantes de El Encanto, hagan que esto llegue a todo Puerto Rico. El Rey en su soledad vive divirtiéndose, un libertino al estilo Sodoma y Gomorra, ciudad del pecado, me usó, se burló de mí, me hizo promesas de un matrimonio. Y he aquí, la que debió ser mi boda, se la dio a otra. Mi rey, por ese dulce y bastante cruel agravio contra mí, te condenaste y contigo a los tuyos. A partir de hoy tendrán que esperar quince décadas para que los miembros de su familia sufran enclaustrados entre la luz y la obscuridad de un closet emocional que puede ser uno mismo.




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