Muerdo el interior de mi labio inferior y siento el sabor metálico de la sangre, mezclándose con mi saliva, como un acto reflejo del nivel extremo de mi nerviosismo. Dirijo la mirada hacia la fachada y observo, en lo alto de la entrada principal, el nombre de la empresa fabricado en letras corpóreas de acero inoxidable. Imponente, poderoso. Mi corazón inicia una escalada de palpitaciones desenfrenadas que me tienen a punto de sufrir de un ataque de pánico.
―Respira hondo, Andrea, no es el momento para que te pongas nerviosa.
Cierro los ojos e inhalo profundo. Decirlo es más fácil que hacerlo. Había deseado tanto una oportunidad como esta y, ahora que la tengo, no sé si sea capaz de hacerlo. Mis piernas están tan flácidas como espaguetis cocidos.
―¿Comprendes que cualquier mujer en este planeta mataría por una oportunidad como esta?
Sí, pero es que mis piernas no quieren moverse. Giro la cabeza y la miro por encima de mi hombro.
―Mis pulmones están ardiendo ―le comento a mi mejor amiga con una exhalación―. Cuando salí de casa estaba decidida a tomar el toro por los cuernos, pero ahora que estoy parada frente a este enorme e imponente edificio ―señalo con mi mano hacia la estructura―, mi valentía se evaporó como el humo en el aire.
Ella me mira con incredulidad.
―¿Dónde está esa chica atrevida y arrojada de la que me he sentido orgullosa por tantos años?
Tengo la intención de decirle que está hablando de otra persona, que esa chica a la que se refiere nada tiene que ver conmigo, pero me reservo el comentario para mí misma. Bufo, resignada. Me doy la vuelta para mirarla de frente.
―¡Se trata de Rhys Jackson, Phoebe! ¿Tienes la más mínima idea de lo que eso significa para mí?
Comento, exaltada.
―Por supuesto que lo sé, amiga, pero dime ―coloca las manos sobre mis hombres y agudiza su mirada―. ¿Hace cuánto tiempo que ese hombre se convirtió en tu crush?
Bajo la mirada hacia mis pies. Me siento avergonzada con esta conversación.
―Desde que tengo quince años.
Respondo en voz baja.
―Entonces, ¿de qué tienes miedo?
Trago grueso. Levanto la cara y vuelvo a mirarla a los ojos.
―De que nunca note mi existencia.
Niega con la cabeza y sonríe con dulzura.
―Eres una mujer hermosa, Andrea ―expresa con un tono de voz dulce y afectuoso―. Tienes el corazón más puro que jamás haya conocido ―mis mejillas se ruborizan con sus elogios―. Eres leal, sincera y, lo mejor de todo, es que eres una romántica empedernida, de esas que todavía tiene fe ciega en el amor real. ¿Qué hombre no soñaría con tener a su lado a una mujer como tú?
Bufo con incredulidad.
―¿Lo has visto alguna vez con una mujer de mis características?
Ella me mira como si no encontrara palabras para refutar mi pregunta.
―No, Andrea, tienes razón ―mi corazón da un vuelco con aquella confirmación―. Pero tampoco lo he visto con una chica como tú ―sus palabras no me hacen sentir mejor, pero agradezco el intento―. Hombres como él suelen estar rodeados de mujeres superficiales, caprichosas, materialistas y frívolas, que viven de las apariencias y que no tienen ningún reparo en convertirse en esposas floreros a cambio de un matrimonio ventajoso que les permita disfrutar del poder con cierta comodidad ―pone su dedo con su uña pintada de negro sobre mi pecho―. Así que, está en ti, demostrarle de lo que se ha estado perdiendo al frecuentar mujeres de ese tipo ―sonríe con complicidad―. Hazle saber que a pesar de que lo bello siempre agrada, si no va asociado a un espíritu, deja de tener valor y termina convirtiéndose en un jarrón con unas flores que se marchitan. Por fortuna, tú eres una mujer hermosa, tanto por fuera como por dentro.
Tuerzo el pico, porque no estoy de acuerdo con ella. ¿Qué otra cosa iba a decir? Somos amigas desde que éramos niñas. Ha estado conmigo, en las buenas y en las malas. Así que comprendo que no se atreva a decir algo que hiera mi orgullo o dañe mi confianza en mí misma más de lo que ya está.
―No temas hablarme con sinceridad.
Rueda los ojos y cruza los brazos sobre su pecho. Ahora la he hecho enfadar. Bufo con resignación y me preparo para la avalancha que se me viene encima.
―No voy a endulzar mis palabras para hacerte sentir bien ―me recrimino mentalmente por haberlo dicho en voz alta―. De mi boca solo escucharás la verdad por muy dura que sea ―escupe con enfado―. ¿Crees que unos kilos de más te definen? ―niega con la cabeza y me siento terrible al notar su mirada de decepción―. Tienes que aprender a quererte tal como eres, porque aquí ―hunde su uña roja de perfecta manicura el lado izquierdo de mi pecho―, guardas lo mejor de ti ―me desinflo como un globo y me siento decepcionada de mí misma por ser tan pesimista y menospreciarme como lo ha hecho mi madre desde que tengo uso de razón―. ¡Por el amor de Dios! ―exclama con incredulidad―. Tienes el rostro más hermoso de esta ciudad y no conozco a nadie tan capaz y decidida como tú ―mete sus dedos bajo mi barbilla y me obliga a que la mire a los ojos―. No te dejes influenciar por los comentarios viperinos de esa amargada ―hace un mohín con su nariz de lo más graciosa que provoca una sonrisa en mis labios―. Ahora, repite conmigo ―respondo con un asentimiento―. ¡Soy una mujer poderosa y nada ni nadie se interpondrá en mi camino!