Amor Sobre Polvo de Ladrillo

Día Doce

II

 

El viaje es muy estimulante, o las manos de mi hermana sobre mi cabello calmando todo el enojo que aún tenía. Es una de las personas que me transmite paz en medio de tanta odisea dentro de mi cabeza. Me importa poco que su cuerpo esté sudado al igual que el mio, solo importa que rodeada de sus brazos estoy tranquila. Cada tanto siento la mirada de Massimo en mi nuca, su rostro será de preocupación y tenso ante mi estado de ánimo. Sé que no está acostumbrado a ver este lado de mi persona, que es de depresión. Ni siquiera cuando mi padre me prohibió seguir entrenando, mas bien fue una motivación a abandonar a las personas que mas quiero. No me siento muy orgullosa de eso.

 

 

 

- ¡Chicas!- es lo primero que oigo nada mas que entrar al departamento- Llegan temprano, con Virginia apenas comenzamos a cocinar y...-choco con el rostro sonriente de Eva para luego cambiar a una de preocupación- ¿Que ha pasado? Cecilia, Chiara... Díganme lo que ocurrió...

 

Ignoro su pregunta, ignoro los pasos acelerados de Virginia acercándose a la pequeña reunión y llevarme la sorpresa de que Vera aun no se haya marchado de París, haciéndole compañía a las chicas. No quiero ver a nadie por un buen rato. Sabía que verlo me haría mal, y no solo por eso, me ha derrumbado por completo. ¿En que momento de mi vida me sentí así de débil? Nunca. Ni siquiera en el día de mi casamiento y encontrar a Giovacchino engañándome con Giovanna, es lo peor que una mujer puede descubrir en el día más importante de su vida, pero no fue así.

 

Cierro la puerta con tanta fuerza que oigo el vidrio de la ventana vibrar y caigo de rodillas al suelo. Mis manos cubren mi rostro mientras me dejo llevar por la frustración y la depresión, dejando que las lágrimas se pierdan entre los dedos. A mis veintitrés años soy una inexperta en el amor porque podría sobrellevar el dolor que tengo en el pecho al verlo. Las palabras de mi madre se hacen presente: El amor te hace perder la razón como también te llega a lastimar. La persona que este destinada a unir su vida con la tuya será fácil de encajar. No va a ser fácil, hay muchos obstáculos que atravesar hasta llegar a la felicidad. Y tenía razón, el amor duele como el infierno. Es como poner mis manos en el fuego, el ardor es soportable o te alejas porque no lo soportas. Lloro como una niña, mis manos en puños golpean el suelo descontroladamente y quito mi frustración como si fuese un saco de boxeo.

 

Una vez que me siento tranquila, no me tomo el trabajo de ponerme de pie. Arrastro mis piernas y trepo hacia la cama. La tensión en el pecho me impide respirar y observo mis hinchadas manos... No le va a gustar a Damiano, si no vuelve a la normalidad para mañana será más que incómodo tomar la raqueta. Otra vez tengo ganas de llorar y no se las impido. Las primeras lágrimas empiezan a descender por mis mejillas una vez que mi cabeza posa en la almohada. No recuerdo cuando fue la ultima vez que lloré tanto como ahora, y si mal no recuerdo ha sido cuando escape de la casa de mis padres. En ese tiempo he pasado dos semanas llorando en silencio, sin que Damiano, Mattia o Giovacchino se dieran cuenta. La idea de escapar era una decisión tomada y no había marcha atrás.

 

No se después de cuanto tiempo golpean la puerta, pero no quiero que nadie me consuele. Chiara es quien siempre aparece, sabe en que momento debe aparecer para luego desahogarme con ella. Pero solo quiero estar sola, ahogarme en mis penas. Desearía que todo esto fuese una pesadilla, despertar y ver que todo esto no sea verdad. Pero la verdad me golpea tan fuerte como el de la puerta y la voz de mi hermana hablándome, solo la ignoro y cierro los ojos. Quiero que desaparezca toda esta tortura. Abro los ojos y mi corazón late acelerado ante el susto que me llevo al escuchar que la puerta se abre abruptamente. La mirada se dirige a la persona que entro a la habitación sin mi consentimiento. Damiano cierra la puerta detrás de él y se sienta a los pies de la cama sin mirarme. Me da la espalda mientras sus anchos hombros no dejan de moverse. Me recuerda a una escena similar a la que viví hace un par de días con Gonzalo.

 

- Lo siento Cecilia.- suspira y escucho como sus pies golpean el suelo una y otra vez- Debí dejarme llevar por la paciencia, el exabrupto fue muy grande de mi parte sabiendo lo sensible que estoy al llevar esto que tienes con Gonzalo.

 

- No te preocupes, soy yo la que debería disculparme. Seguro me vi como una niña lanzándote el balón en tu espalda.- me siento apoyando una de mis manos en su hombro. No se en que momento desapareció mi hermana- O como una adolescente problemática queriendo buscar disturbios, ¡Tengo veintitrés años! No se donde quedo la madurez...

 

- Las personas no te ven así.- me interrumpe girándose a mí- Fui yo el inmaduro. Ningún entrenador trata así a su entrenado y no me perdono ni yo mismo por lo que te hice pasar allí.-asiento acariciando su hombro- Entonces, ¿Estamos bien?

 

- Como si nada hubiese pasado.- le sonrío.

 

- Bien, el almuerzo nos está esperando...



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En el texto hay: suenos, amor, discapacidad

Editado: 01.06.2018

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