El rencor es un abismo sin fondo. O un ardiente páramo sin fronteras.
-Miguel Gutiérrez
Capítulo 9.
Rencor.
(Escrito por: Chuxamia)
Al ver que la situación estaba empeorando y que ya no se trataba de una simple pelea entre ebrios, varios de los presentes comenzaron a alejarse para tomar una distancia prudencial. Si bien era algo un tanto acostumbrado que en los bares hubiera alguna que otra pelea, esta se diferenciaba por mucho: No era entre simples borrachos, no eran jóvenes impulsivos, y como todos habían podido llegar a escuchar, el motivo era de gravedad.
Se podía respirar el rencor, el odio, la amargura, la tristeza… Todo envuelto en cada golpe y empujón. Robert, siendo perjudicado por el alcohol, apenas podía responder los puñetazos de parte de Norman que llevaban tal desesperación por los sentimientos acumulados y un entrenamiento de años que, contra un payaso, resultaba de abusivo. Aún así, ponía todo de sí para seguir en pie y tratar de derribar a este hombre con el que, ahora no solo compartían un amor pasado y el dolor de haberlo perdido, sino también la culpa de verse involucrados en el asesinato de un inocente, un niño que nada tenía que ver en su conflicto.
—Y-Ya basta…
Cada golpe, cada herida, parecía que así podían desquitarse y liberar un poco de ese dolor acumulado por el que ambos pasaban. Perder a su amada Elizabeth, la dueña de sus sueños y princesa de sus corazones los había cambiado; y aunque no quisieran abrir los ojos para ver la realidad, lo que más los impulsaba a seguir luchando por algo que ya no podían resolver, era que los más bellos recuerdos que ambos habían tenido ahora se sentían como un engaño y una mentira. No querían aceptar la realidad. No querían dejarla ir junto con todo lo que ello implicaba.
—Ya basta —repitieron con un poco más de fuerza, pero no la suficiente como para detener el desquite de años de parte de ambos hombres.
Robert, en un momento de lucidez, lo tomó de la sudadera para luego estamparlo contra una de las mesas con todas las fuerzas que le quedaban. Todos observaban con detenimiento la pelea con emoción. Norman ni lo piensa o inmuta —o más bien, ha sabido ocultar el dolor por su vasta experiencia—, cuando haciendo uso de su buena derecha le propina un golpe que le hace trastabillar hacia atrás y escupir sangre.
—¡Fue tu culpa, ella me eligió a mí! —vociferó Robert— No te amó lo suficiente como para cambiarte por otro.
Aquellas palabras parecieron liberar algo dentro de Norman, porque de inmediato su rostro se descompuso en una mueca bestial, animal. Quizás de manera inconsciente estaba refrenando algo dentro de sí, algo que sus pesadillas de la guerra siempre querían recordarle y él trataba de ignorar: Siempre fue un asesino, solo que antes había tenido el permiso para serlo.
Interrumpiendo todo lo que pudiera pasar y el próximo asesinato de Norman Miller, un disparo resonó en aquel bar despejando a todos los presentes, haciendo que todos llevaran la mirada buscando de dónde provino. En definitiva, nada de lo que estaba pasando era de ocurrir en aquel pueblo, que tranquilo como cualquier otro, solo se destacaba por cosas triviales. Pero entonces, cuando finalmente un arma ya estaba envuelta en la disputa y una acusación de homicidio de por medio, el encargado del bar Fado no dilató más la situación para de una vez llamar a la Policía. Se estaban poniendo en un riesgo que nadie quería tomar.
El arma, aquel revólver Smith&Wesson calibre treinta y ocho ahora estaba entre las temblorosas manos de una niña —como ellos la describirían—, Maderin. Aquello fue lo que más logró sacarlos de combate: Su semblante irradiaba inseguridad, duda y miedo, y ahora no solo tenía el motivo para asesinar a uno de ellos, sino que ahora también disponía con los medios.
¿Sería capaz de jalar otra vez el gatillo, pero para matar?
Había disparado al techo del pobre bar para de esa manera llamar la atención de ambos, para que dejaran de golpearse y pudieran de una vez por todas enfrentar la culpa en el homicidio que cometieron. De enfrentarse a que, por sus rencores, miedos y dudas ahora ellos eran los responsables de quitarle la vida a un niño de ocho años, un inocente… su hermanito. Ya nunca más iba a poder verlo, abrazarlo, regañarlo, y lo que más le dolía era que los causantes de todo eso estaban justo frente a ella, frente al arma, y no sabía qué rayos hacer. Creía tenerlo seguro, creía estar convencida de que, ni bien lo viera asesinaría al culpable de robarle a su hermano, de quien le quitó la vida frente a sus ojos y no hizo nada más que huir… Pero ya no estaba segura. Aunque su objetivo era Norman Miller, en estos momentos donde la confusión estaba haciendo estragos en ella, decidiendo si terminar con su venganza y atenerse a las consecuencias, o, lo que nunca hubiera pensado hacer: Perdonarlo por tal infamia.
Eran segundos, pero parecían eternos en aquel ambiente donde todos parecían contener la respiración, expectantes de lo que esta jovencita estaba a punto de hacer. Nadie se movía de su lugar, simulando ser ellos los enfrentados al arma de fuego, bajo las manos de aquella niña que batallaba una lucha interna.