Los primeros tres meses del año pasaron muy rápido. Mi rutina de ejercicios en el gimnasio se había vuelto, más que un hábito, un estilo de vida. Me estaba volviendo fuerte progresivamente, y mi cuerpo lo gritaba a los cuatro vientos. Por primera vez en mi vida tuve un abdomen marcado, brazos fuertes y con músculos moldeados a base de lagartijas y puñetazos sobre el costal. Mis piernas, espalda, muslos, dorso y espalda, estaban tonificados gracias a una estricta rutina de ejercicio. Me sentía bien conmigo mismo, y aunque mi rostro reflejaba arrugas y el inevitable paso del tiempo, me sentía grande y capaz de mucho.
Por otro lado, Sophie, la débil y con sobrepeso que conocí al llegar al grupo, ya no existía. Rebajó demasiado y le dio un cambio radical a su imagen. Ya no había grasa corporal en ella, y la fuerza de la que carecía en el pasado, aparecía para decirles a todos que en un futuro sería un reto someterla en combate.
Las sesiones de combate con Sara iban de maravilla. En tan solo un mes, todos nos hicimos mejores peleadores. Gracias a Sara, mi percepción de combate cambió para siempre. Aprendí que un buen peleador se rige desde la postura correcta. Aprendí que un dominio aceptable de todas las artes de pelea, es lo correcto para una pelea callejera.
— No esperen a que su rival les dé tiempo de poner la postura perfecta de jiu-jitsu solo porque ustedes son expertos en eso. No esperen a que su rival les vaya a dar la oportunidad de buscar un cuadrilátero y unos guantes solo porque son expertos en el boxeo.
No. En la calle y en cualquier lado, gana el que aprovecha las oportunidades. En las peleas de verdad, no existe el combate limpio. Deben de estar preparados a recibir patadas, cabezazos, golpes bajos, rasguños, mordidas, insultos, agarrones torpes, y eso solo en el mejor de los casos. Deben de estar preparados para aquellos que no pelean limpio y recurren a rocas, palos y armas blancas de cualquier tipo. Deben de estar preparados para ser eficientes y noquear rápido, pues nunca se sabe si habrá un segundo o tercero por allí. Las cosas son así en combates reales. Si no están preparados, si son metódicos todo el tiempo, afuera los van a acabar. —La apertura de Sara antes de entrenar con ella, fue de lo más acertada y motivadora.
Sara era muy buena maestra, se le daba la disciplina teórica y práctica. Estaba convencido de que la calle fue su mejor maestro, y eso me daba más curiosidad por su pasado.
Fuera de nuestros entrenamientos privados, era un encanto. Dentro del gimnasio, bajó los entrenamientos de Jerry, era una dulzura. Pero cuando solo éramos nosotros cinco bajo su tutela, cambiaba radicalmente. No sonreía. Era muy estricta y siempre nos reprochaba cualquier error y mala postura. No tenía piedad para derribarnos, golpearnos o someternos a fuertes y tormentosas llaves. Y eso nos hizo aprender rápido, pues tenía razón en todo y era el método acertado. Allá afuera, donde los lobos aprovechaban cualquier engaño para someter a los débiles, seríamos aniquilados si no lo tomábamos enserio.
Rápidamente pasó un mes más, y al fin nuestro entrenamiento dio fruto frente a todos, pues me iba tocar tener otro enfrentamiento violento.
***
— ¡Buen día a todos! —Un día por la mañana, Will nos presentó a un nuevo recluta que recién se unía al grupo— Les presentó a Franky Smith, ex miembro de las fuerzas especiales de la CIA. Desde ahora, este joven formará parte de nuestra familia. Dentro de veinte días, luego que se reponga, recibirá una calurosa bienvenida. Ya saben a qué me refiero. Por lo pronto, recíbanlo. Explíquenle las reglas y deséenle suerte.
Esté chico se miraba algo desorientado, justo como casi todos al llegar aquí. Tenía una parte del rostro quemado. Era de estatura media y se le miraba algo desnutrido. Su piel era blanca, tenía cabello castaño y una nariz afilada y grande.
Acababa de llegar de un infierno a otro infierno.
***
A lo largo de los dos meses, mis sesiones mentales se volvían cada vez más intensas y de mayor dificultad. Will estaba siendo duro conmigo, pero estaba bien, pues sentía una evolución progresiva. Cada vez me sentía más estable emocionalmente y me volvía más frío para tomar decisiones dentro de las alucinaciones constantes.
Will me decía que esas alucinaciones eran de nivel básico. Y valla que lo eran, pues la mayoría de las veces me sentía como dentro de un sueño. Otras veces eran tan fantasiosas, que lograba identificar una salida en cuestión de un par de minutos. Cuando era así, Will me daba una sesión más. Las sensaciones después de volver eran aturdidoras, cegadoras y muy agotadoras. A pesar de las circunstancias, siempre llegaba al gimnasio para entrenar cada vez más duro.
Ha veces, me miraba envuelto en un accidente y al borde de la muerte. Al lograr calmarme, siempre regresaba a la realidad. Otras veces, al ir por la calle, era asaltado por mis antiguos seres queridos: Mis padres, hermanos o Elizabeth misma. Lograba someterlos, a veces de manera violenta aun siendo cercanos a mí.
En la mayoría de las alucinaciones, me miraba impotente al intentar salvar a Elizabeth, pero al recordar mi perdón concretado en el valle de los perdidos, lo pasaba por alto. Otras veces, monstruos y seres inexistentes me perseguían, pero me enfrentaba con ellos a pesar del dolor de ser destrozado por ellos. Era mejor morir peleando que ser perseguido por horas; al final moría igual.
Pesadillas o acertijos, el valle de los perdidos no tenía comparación alguna con las sesiones de cualquier nivel, y tal vez por eso se me hacía fácil.
Editado: 24.06.2019