Abro los ojos. El muchacho de cabello rojizo está al frente mío apoyado sobre una roca. De inmediato intento levantarme y huir de la maldita caverna, pero cuando lo hago, mis muñecas son presionadas y me tiran hacia atrás, provocado que caiga al suelo y me golpee con la pared. Me cuesta unos segundos captar de que estaba encadenada desde mis muñecas hacia una piedra gigantesca, la cual me llevaría años en poder jalar de ella y huir de ahí.
Pongo la mirada al frente otra vez, hacia el ángel que me noqueó justo cuando me hallaba a punto de salir. No entiendo sus intenciones pese a lo bipolar que es. Primero me salva la vida antes de cruzar la frontera, luego me hidrata y me cuida, y posteriormente me deja en el suelo inconsciente. ¿Qué les está pasando a los ángeles? Se han vuelto locos.
Los dos nos quedamos intercambiando miradas por un rato. El silencio entre ambos resulta bastante incómodo. Estoy esperando a que él empiece a hablar y me cuente sus verdaderas intenciones, sin embargo, solo permanece ahí, intimidándome con sus ojos celestes penetrantes. Al saber que vamos a seguir igual, decido yo romper el silencio:
—Gracias por el fuerte golpe en la cabeza—le digo y me toco la frente, pero en vez de sentir la herida, siento una tela que la cubre. El ángel me ha curado. Vaya, enserio es bipolar—.No entiendo: me salvas, me proteges, me golpeas y luego me curas otra vez. ¿Qué quieres de mí? Mejor dicho, ¿Qué quieren los ángeles de nosotros?
Abigael desvía la mirada, pareciera que le costara poder hablar. Nuevamente mis ojos chocan con los de él. Parece que no puede soltar las palabras. Es increíble, nunca pensé conocer a un ángel tímido, aunque tiene un carácter fuerte cuando se trata de defensa. Abigael empieza a sobarse la parte de la nuca; al parecer, sí le di fuerte, pero no lo suficiente.
—Quiero que me digas, quien eres o que eres—me dice él, y por un momento, me da la sensación de que está jugando conmigo.
—No entiendo cual es tú juego. Solo te imploro que me informes que es lo que está sucediendo con los ángeles. Tengo derecho a saberlo—digo en forma autoritaria.
—No puedo confiar en ti si es que no me dices la verdad. Te prometo que si contestas mis preguntas, podré brindarte toda la información que está a mi alcance—dice él.
Si no fueran por las cadenas, hace rato que hubiera salido corriendo. La que debería estar interrogando soy yo. ¿Acaso no comprende que su especie se ha llevado a la raza humana?
Bueno, si quiero rescatar a mi madre, tendré que seguirle la corriente. Es mejor obtener unas cuantas respuestas a permanecer encadenada sin hacer nada, esperando a que los humanos sean destruidos.
—Ok. ¿Qué quieres que te diga? Me llamo Sareya, tengo dieciséis años. Mi madre ha sido secuestrada igual que todos los humanos de mi aldea por unos ángeles y una masa negra del cielo. Ahora estoy aprisionada por uno de ellos que me acaba de golpear en la cabeza. Eso es lo único que sé.
Abigael me mira molesto, y la verdad ya no me interesa, No tengo claro a donde quiere llegar.
—Antes que nada, me disculpo por haberte golpeado, pero fue un acto de defensa. Aparte, no podía dejarte ir si no estaba seguro de lo que eras.
¡Y sigue con lo mismo!
—No entiendo de que hablas. Soy una humana común y corriente.
—¿Estás segura?
—¡Si!
—Es extraño. Mis sospechas son ciertas.
Lo observo con indiferencia. Cada palabra que suelta me pone los pelos de punta. Esto se parece a un interrogatorio, cuyo objetivo es tratar de sacar todos los datos posibles de una adolescente sin gracia alguna.
—¿Cuáles son tus sospechas?—le pregunto.
Él se queda callado, como si a él mismo le costara asimilar lo que está a punto de decir.
—La conclusión que he sacado: es que estoy charlando ahora mismo con el primer humano en haber podido cruzar la frontera.
¿Qué? Eso es imposible. Me está tomando el pelo. Ni un humano ha podido cruzarla sin haberse convertido en polvo.
—No te creo nada. Tú me salvaste justo antes de que la atravesara.
—No. Yo te encontré en la frontera de mi mundo desmayada. Te cargué y te llevé a dentro de esta caverna. Al principio pensé que eras un alma glorificada que se había perdido explorando los demás mundos, o que tal vez eras un demonio que tomó la apariencia de un humano. Pero entonces, vi como tus labios se resecaban por la deshidratación. Eso significaba, que no eras un cuerpo glorificado o cualquier otro ser, ya que ellos no pueden deshidratarse. Muy al margen de las almas pecadoras, las cuales apariencias son demacradas, solo quedaban dos opciones: o eras una humana u otro ser que jamás he oído hablar. Es por eso que te noquee, y te pido perdón, pero no podía permitir que un ser extraño deambulara por El Mundo de los Ángeles. Serías encarcelada e interrogada con torturas que ni te podrás imaginar.
Hace una breve pausa mientras que me analiza de pies a cabeza.
Podría sospechar que me estás mintiendo, pero su forma de actuar me resulta natural y sincera, por lo tanto, no tengo otra opción más que creerle.
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Editado: 13.01.2020