En el momento exacto en el que apareció el sol, yo ya me encontraba lista para partir junto con la caja de los cristales incrustados bien aferrado a mis manos. Fue un alivio salir y ver a Abigael y a Elian afuera de sus casas también preparados. Nos dimos un rápido saludo, al tanto que Abigael me entregó una manzana y dos peras que pudo haber recolectado con la ayuda de sus poderes celestiales. Me los comí con rapidez; acto seguido, nos adentramos en el bosque. Elian empezó a volar por encima de los árboles sin hojas con el fin de guiarnos hacia la ciudad en donde “Él Espíritu Santo” había rodeado.
Abigael camina junto a mí mientras que conversamos de nuestras diferentes culturas, claro que él no tiene mucho que averiguar, ya que ha sido testigo desde la primera aparición de los humanos en la Tierra, así que prácticamente no hay nada nuevo que decirle con respecto a los humanos, salvo algunos que otros sentimientos y necesidades. Por otro lado, El Mundo de los Ángeles es extenso y me demoraría un año en saber todo de él.
Hemos caminado casi por una hora. Me duele un poco los pies, menos mal que estoy usando las botas que José me regaló, pero, aun así, no evita que sienta cansancio. De repente habrá sido por la noche en vela, o de seguro los nervios que se están manifestando en mis músculos. Otro detalle que me percato, es lo asquerosa que está mi boca, y me ruborizo al saber que he estado hablando con Abigael y con Elian todo este tiempo sin haberme cepillado los dientes. Un calor invade mis mejillas. Lo bueno, es que nunca nadie me ha dicho que tengo mal aliento, así que hay una posibilidad de que Abigael y Elian no hayan olido nada desagradable…Aunque quizás sí.
Sin dejar caminar, pongo mis manos alrededor de mi boca como si estuviera bostezando, pero en vez de eso, dejo soltar todo el aire como creando una máscara de mi aliento que invade mi rostro y se esparce hasta llegar a mis fosas nasales. Abigael me observa y se ríe un poco, creo que era imposible pasar desapercibida; al menos yo, nunca puedo ser discreta.
—¿Qué haces?—me pregunta con su bella sonrisa.
—No sé hace cuantas horas no me cepillo los dientes.
Abigael asiente con la cabeza como si se estuviera acordando de las necesidades básicas de los humanos. Pues, los ángeles no tienen de que preocuparse, sus alientos no tienen olor; no necesitan estar preocupados por su higiene.
—Sí quieres te puedo ayudar—me dice él.
—¿Cómo?—pregunto.
Abigael se detiene en seco, yo también lo hago y lo analizo con la mirada intentando saber que es lo quiere hacer. Su rostro se acerca el mío, puedo sentir su respiración y el palpitar de su corazón. Me coge de los brazos con sus manos cálidas y doy un pequeño salto. Me siento tan nerviosa, pero al mismo tiempo segura de tenerlo a mi lado. Es la primera vez que aprecio a un ser tan cerca de mi cara, muy al margen de mi madre cuando me besaba en la mejilla. Mis manos sudan y mis ojos tratan de mirar a cualquier otro lado que no sean sus bellos ojos celestes que son más hermosos que el cielo mismo.
—¿Qué haces?—le pregunto tímidamente.
—Ayudándote.
Entonces sus labios rosan con los míos…y no me reconozco. ¡Nos estamos besando! En otra ocasión, le hubiera dado un golpe en el estómago y otro en la cara, mi madre siempre me ha enseñado a respetar mi cuerpo. Sin embargo, con Abigael es distinto: me hace sentir en paz, con alivio. Es…maravilloso. De pronto sus labios se separan y un torbellino de aire se propaga por mi boca. En cuestión de segundos, noto mi aroma fresco y limpio. Estoy impactada, no sé si por su extraño poder o su forma de besarme tan tentadora.
—¿Mejor?—me pregunta.
—Mucho mejor, pero si otra vez quieres limpiar la boca de un humano, tienes que advertirle que vas a besarlo—digo en un tono amigable.
—Pero yo no te he besado, solo he rosado mis labios con los tuyos—dice él y me quedo decepcionada.
—Ya lo sé, pero entiende que para los humanos eso no es normal. Nadie rosa los labios al menos que sean…
—Novios—termina la oración.
—Exacto—digo.
—Ok, tienes toda la razón, perdóname, no volverá a suceder—dice Abigael y continua hacia adelante.
Sigo sin reconocerme. Debería estar molesta y refutándole en su cara que lo que hizo fue una malcriadez, a pesar de sus buenas intenciones. No obstante, estoy caminando en las nubes, queriendo dar brincos por lo que queda del trayecto. Su rose de labios ha sido increíble. Mi corazón late con fuerza y me dice a gritos que vaya de nuevo hacia él y lo bese, pero esta vez que sea un beso de verdad. Quiero saber que se siente besar a esa hermosa criatura de cabello rojizo y ojos resplandecientes. Es tan tierno y lindo conmigo. Si lo anterior solo fue un rose de labios, me gustaría experimentar al dar el siguiente paso; una pegada de labios más profunda. Por un momento, creo que los ángeles tienen un don de obsesionar a los humanos; si ese es el caso, pues está dando resultado.
Me pongo de nuevo al lado de él. Me es imposible dejar de observarlo una y otra vez. Mi corazón late cada vez más rápido y mi ritmo respiratorio aumenta, lo que provoca que camine más lento, puesto a que cuando estoy agitada soy propensa a cansarme más rápido. Necesito tranquilizar a mi subconsciente. Tal vez si comienzo a hablarle de un tema diferente, consiga distraerme y dejar de pensar en sus labios junto con los míos.
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Editado: 13.01.2020