—Ponte de rodillas puta—le dice Garsemeo.
Como se atreve a hablarle a mi madre de esa forma. Es un golpe bajo, muy bajo. Estoy a punto de gritarle, pero mi madre alza la mirada de inmediato y niega con la cabeza con dirección hacia mí, como si ya supiera que iba a reaccionar de ese modo. Mi madre se coloca de rodillas al tanto que Garsemeo desliza la punta de la espada por el torso de ella, desde arriba hacia abajo, hasta que se detiene justo en el abdomen. Me muerdo el labio al ver lo cerca que está el filo de su carne, solo faltaría un pequeño empujón para que le perfore el estómago y comience a desangrarse.
Maldito bastardo, que ni se atreva hacerle daño. Trato de tranquilizarme obedeciendo a mi madre; al final, ella siempre tiene la razón en la mayoría de los casos, y no creo que este sea una excepción.
—Ok Luciana—dice Garsameo aún con la espada en dirección a su abdomen, noto como le ha llegado a rasgar un poco su vestimenta—.Me vas a decir quien es tú hija, o que lleva adentro que la hace especial.
Ella me observa fijamente, arruga la frente y se encoge de hombros. Presiento que ella sí lo sabe, solo que nunca ha tenido la valentía de decírmelo. A estas alturas ya no me interesa si hay un secreto sobre mí, solo quiero que ella salga viva de esta. Es evidente que Garsameo está dispuesto a torturarla hasta que revele la verdad.
—No sé de qué hablas—dice mi madre.
¡Pum!
Garsameo le da un golpe en el rostro con su mano izquierda. Ella se coge la cara gimiendo de dolor. No resisto más, intento liberarme mientras que grito cantidad de insultos al maldito demonio. Sarahí me jala de los brazos y escucho como se me retuercen los huesos. El dolor es tan fuerte que me deja inmovilizada. Mi madre baja las manos y se recompone nuevamente a su postura original. Garsemeo vuelve a apuntarle con la espada en el abdomen.
—Esta vez, sino recibo una repuesta concreta por parte de una de las dos, te voy atravesar la espada lentamente—dice Garsemeo acercándose a su rostro, su pelo canoso alborotado le rosa a la mejilla derecha de mi madre—. Tú sabes que ella no es normal. Por una extraña razón, ha podido hacer contacto con los espíritus de Dios y poder atravesar las fronteras, cosa que solo los seres celestiales pueden hacer. Así que no me vengas con estupideces. ¡Dime ahora o te perforo el estómago!
—¡Mama dile!—grito desesperada.
Igual Garsemeo me va a matar para poder utilizar mi sangre, al menos espero que tengan piedad de ella, aunque lo dudo bastante.
—¡Dime maldita puta!—le dice Garsemeo y le escupe en la cara.
Mi mamá permanece callada. El maldito demonio de túnica roja comienza a alzar la espada. Tengo que hacer algo, lo que sea. No puedo permitirme verla morir de esa manera tan macabra. Miro hacia todas partes en busca de ayuda. Entonces, mi mirada se clava en Elian, noto que desvía sus globos oculares por debajo del mentón, está haciéndome una seña. Lo analizo de pies a cabeza, y me percato de que tiene un objeto dentro de su muñeca izquierda que se encuentra bien escondido por la fuerza con que la aprieta.
¡Es la esfera con la que atrapé a María!
Asiento con la cabeza. A continuación, Elian abre el puño y la esfera cae por debajo de sus pies. Elian consigue librarse de los dos ángeles por unos cuantos segundos y aprovecha en aplastar la esfera con su pie derecho.
Garsemeo se queda petrificado del susto igual que todo su ejército, contemplando a la masa verde que se iba extendiendo poco a poco hasta quedar suspendido en el aire, a unos tres metros del suelo. La masa toma forma y se convierte en una silueta que se va manifestando en el cuerpo de María Magdalena: desde su cabello negro ondulado hasta sus pies descalzos blancos como la nieve. La mayoría de seres se asombran ante su espectacular presentación. María abre los ojos como platos observando enfurecida su entorno y a cada uno de los presentes.
—¡Ustedes no deberían estar aquí!—su grito es tan fuerte que me sobresalto de la impresión—. ¡LARGUENSÉ!
Nuevamente, de las manos de María sale un humo blanco que provoca unas fuertes ondas de viento que hacen volar a todos los ángeles y demonios que se hallaban detrás de Garsameo. Cada uno de ellos sale disparado a diferentes direcciones, Garsameo da vueltas en el aire y choca con una de las casas de oro media derrumbadas. Sarahí se debilita, lo cual me permite liberarme de ella.
Analizo lo que está sucediendo rápidamente: Elian también se ha liberado de los ángeles y se halla peleando con Abigael a puñetes y patadas, lo raro es que no localizo la caja de los espíritus. Mi madre se encuentra echada boca abajo con las manos por encima de su cabeza, protegiéndose de las ondas de aire por parte de María. Voy hacia ella gateando para resguardarme de los ángeles y demonios que pasan por encima mío, mientras que otros intentan detener a María que no para de gritar y votar su humo blanco que continúa generando un gran caos. Una vez que llego a mi madre, le cojo la cabeza.
—¡Mama soy yo!—le grito.
Ella se arrodilla y me contempla por unos segundos, como si no pudiera asimilar que fuese yo la que le esté hablando. Estira sus brazos y me coge de las mejillas, sus manos están heladas. Ella me da un beso en la frente y me rodea con sus brazos apretándome con fuerza, siento su pulso acelerado y su agitación al respirar. Enserio extrañaba sus cariños. Yo también la rodeo con mis brazos y pongo mi cabeza en su pecho.
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Editado: 13.01.2020