Ángel de sangre

Capítulo 10. La suerte está echada

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La suerte está echada

 

El razonamiento de Aiken no logró influir en ninguna de sus acciones. Aun si temía lo que Levi podía llegar a causar si lo deseaba o no, ignorar su naturaleza suponía ignorarse a sí mismo.

Por sexta vez en ese día desde el amanecer, Aiken tomó el paño mojado y repitió el mismo proceso que ya había hecho unos minutos antes. No consistía en más que secar, mojarlo de nuevo, situarlo sobre la frente de Levi y esperar hasta que la tela se sintiera un poco más caliente de lo que debería.

Se había pasado, por lo menos, las dos últimas horas dentro de la habitación del castaño. Trataba que la fiebre desapareciera o disminuyera, pero solo parecía empeorar.

A pesar de lo aterrado que estaba Aiken sobre lo que Levi pudiera llegar a hacer o, de lo contrario, que los reguladores se enteraran de su presencia en la colonia. Al final se rindió por su propia naturaleza, a la cual no renunció desde que era un niño y no la dejaría de lado ahora que era un hombre capaz de tomar mejores decisiones y de hacerse responsable de las consecuencias. Tenía un corazón débil y amable, ayudar a otras personas era lo único que le brindaba tranquilidad.

Levi trató de decir algo al mismo tiempo en que detenía a Aiken de colocar la tela de nuevo. No llegó a formular una frase completa antes de perder la conciencia otra vez.

—Debería ir por un poco de agua —murmuró para sí mismo y observó el cuenco que aún estaba por la mitad. En realidad, necesitaba pensar.

Lo tomó entre sus manos y tuvo que maniobrar hasta que consiguió abrir la puerta sin derramar nada. Llegó a la cocina lo más rápido que pudo y solo recordó que no estaba solo en su hogar cuando los otros dos residentes entraron, hablaban entre bostezos y miradas cómplices.

—Vaya noche tuviste, ¿eh? —A pesar de su mirada inexpresiva, la burla en la voz de Xero no pasó desapercibida para nadie.

Aiken abrió la boca para negarlo, ya que en realidad lo que sucedió no se acercaba ni un poco a lo que ellos pensaban. Decidió que era mejor la ignorancia de personas que no tenían nada que ver. Yannik se mantuvo serio en todo momento, miraba con el ceño fruncido a Aiken y se giró hacia Xero para susurrar algo que el pelinegro no alcanzó a escuchar.

—Creí haberte enseñado un poco de paciencia —dijo Xero de mala gana. Dejó de lado cualquier intento de discreción que intentó tener el más bajo.

Aiken los contempló sin entender nada por un momento más antes de salir de la cocina con el cuenco rebosante de agua. Tal vez eso ni siquiera era necesario ahora, pero debía distraerse un poco.

Al llegar a la habitación que Levi escogió como su escondite, se quedó paralizado en su sitio. La puerta se encontraba abierta y dentro estaba Xero inclinado sobre sí mismo. Observaba con atención al híbrido, que jadeaba por un opresivo dolor en su cabeza.

—Muy curioso —murmuró el rubio para sí mismo.

Aiken reaccionó por fin en el momento que el intruso tomó el brazo izquierdo de Levi y comenzó a examinarle la muñeca o, más específicamente, su marca.

—¿Qué haces? —Su voz resultó ser un poco más temblorosa de lo que hubiera deseado y pronto se encontró encogiéndose por la amenazadora cercanía de Xero.

Retrocedió un par de pasos para alejarse pero de un momento a otro, el hombre había desaparecido de su vista sin dejar ningún rastro de su pequeña estadía ahí. Sacudió la cabeza un par de veces para tratar de concentrarse mejor, asegurándose a sí mismo que no fue más que una visión provocada por el pánico que sentía de ocultar a Levi.

Al entrar, se aseguró de atrancar la puerta después de dejar el cuenco en el suelo, justo a un lado de la cama. A pesar de que continuaba con el corazón desbocado y una renovada preocupación, no olvidó revisar de nuevo a Levi y para su sorpresa, su temperatura era estable e incluso su respiración era regular.

El encontrarlo dormido ahí, igual al primer día en que lo llevó a su hogar, por alguna razón le provocó una pequeña sonrisa. Poseía la misma paz que emanaba luego de haber sido golpeado con su auto. Daba la impresión de que Levi encontraba descanso aun en los peores momentos.

—¿Aiken? —El aludido se aproximó a toda velocidad hacia Levi. Acercó un poco sus rostros para alcanzar a entender mejor lo que quisiera decirle—. Tengo hambre.

Su sonrisa se ensanchó con diversión ante el puchero que el menor hacía para que su capricho fuera cumplido lo más pronto posible.




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