02 DE JULIO DE 2015
19 AÑOS DE EDAD
Yo nunca había demostrado mi afecto hacia las personas, siempre era tan hostil y sombrío, quizás si
fueras la persona más feliz de este jodido mundo, yo podría derribar toda tu felicidad con tan sólo
un comentario muy pesimista. Así funcionaba las cosas. Tú una personas positivas, yo una negativa.
Y tal vez yo no veía en ese momento la lógica del electromagnetismo, no me daba cuenta que ella
era un más y yo un menos. Eso fue lo que nos atrajo uno con el otro.
La vi entrar por la puerta del salón, con el cabello revuelto y enredado, casi como si se hubiera
peleado con el peine para poder aplacar un poco aquella melena negra, flexioné mis brazos por
detrás de mi cabeza y observé atento cada uno de sus movimientos, sus ojos miraban los míos y
cuando vi que se sentó a mi lado; enarqué una ceja. Se le estaba haciendo costumbre esto de
sentarse conmigo, sin embargo, esta vez no dije nada.
Con mi dedo índice metí un mechón que salía de mi beanie para acomodarlo, ella se giró hacia mí y
su entrecejo se frunció, inspeccionó mi chamarra y regresó su vista hacia mis ojos. — ¿Por qué
traes eso?
Se pregunta sonó firme mientras apuntaba la prenda. Me quedé en silencio unos segundos y la
atisbé con los ojos entrecerrados, me incliné un poco hacia ella y apoyé mis codos sobre el pupitre
antes de contestarle.
—Ha ocurrido un accidente con la lavadora — confesé, separé mis manos y con una de ellas bajé la
parte que cubría mi hombro derecho, Weigel soltó una risa y yo negué varias veces —. Metí un
calcetín rojo que pintó de rosa las otras prendas.
Una pequeña parte de toda esta historia era verdad, aunque eso había sucedido hace un mes, sólo
trataba de omitir la paliza que mi padre me había metido el día de ayer. Todo esto era porque
intentaba ocultar las marcas que el cinturón de cuero había dejado en mis brazos. 201
—Jamás debes combinar la ropa de color con la blanca — murmuró riendo, yo rodé los ojos,
seguido me encogí de hombros y mordí mis labios —. ¿Tu madre no te lo ha dicho? ¿Por qué lavas
tú?
Solté un suspiro. Oh, Weigel, jodes mucho.
—Haces muchas preguntas ¿ya te lo he dicho? — demandé y sin descaro, ella asintió —. Y no, es la
primera vez que lo hago. Mis padres salieron de viajes y tenía que ver por mí solo sino, ¿quién lo
haría?— sonreí.
—Tienes razón.
Ella sonrió de oreja a oreja y regresó su vista al frente, me coloqué más a su dirección y la aprecié
durante unos segundos. Hasley era tan bonita, no era más la pequeña niña de hace unos años, había
crecido y mi gusto por ella también. Relamí mis labios y hablé.
—Necesito tu dirección.
—¿Mi dirección? ¿Para qué? — preguntó girándose hacia mí.
Quise rodar los ojos o fingir un derrame cerebral, me rompía las pelotas que las personas fueran tan
lentas, pero podía hacer la excepción sólo porque era ella. Jodido favoritismo.
Me acerqué a una distancia tan corta que pudiera sentir la tensión entre ambos. — ¿Piensas que
llegaré mágicamente porque adiviné en donde queda tu casa? — su voz salió ronca. La chica me
miró confundida y supe lo que estaba pasando, reí con un poco de gracia — ¿Lo has olvidado?
—¿Olvidar qué?
—Lo has olvidado — afirmé.
Eché un suspiro y dejé caer mi espalda al respaldo de la silla, arrastrándola hacia atrás para poder
estirar bien mis piernas por debajo de la mesa. Me sentí un poco desilusionado porque por un
segundo creí que sentiría esto como algo importante, pero después de todo no podía hacer nada. Ella
a penas me conocía.
—Haz prometido venir conmigo el sábado... Mañana — dijo mirándola serio.
Sus ojos se abrieron y sus mejillas se sonrojaron. Lo había olvidado, aunque por alguna extraña
razón mi estado de ánimo cambió, Dios, ¡era Hasley Weigel! Probablemente igual en algún
momento olvidó su fecha de cumpleaños.
—Cierto — asintió —. ¿Pretendes pasar por mí?
—No sabrás a donde llegar si te digo el lugar.
—¿Es algún lugar de mal agüero?
Entrecerré mis ojos y quise insultarla, pero no pude.
—No — reí para volver a acercarme hasta ella.
—¿Cómo sé que aquello es verdad?
—Weigel, ¿confías en mí?
—No.
Auch.
—Excelente.
Solté una carcajada. Ahora sí podía insultarla. Patética.
Sentí mis labios secos, así que lleve las yemas de mis dedos hasta ellos y sentí el corte que estaba
debajo de mi piercing, el que mi padre me había hecho ayer, esto era como una manía que tenía,
arrancarme la pequeña costra de las heridas.
—¿Qué has hecho? — Hasley murmuró un poco horrorizada por ello.
Estaba sangrando.
—Tienden a resecarse, es normal — comenté normal pasando el dorso de mi mano por mi labio
lastimado —. ¿Me darás tu dirección?
Segundos después, cogió de su mochila una hoja de papel y un lapicero para anotar su dirección.
—Ten — me lo tendió. La miré con una sonrisa triunfante y la agarré, ella no entendía mi
satisfacción, así que podía disfrutarlo con cinismo —. ¿A qué hora pasarás por mí?
—Cierto — asentí. Rápidamente saqué mi celular y empecé a buscar el horario de los partidos de
básquetbol, en estos momentos le agradecía tanto a Neisan por darme el horario de Michael. Alcé
mis vista y le sonreí —. A las cinco.
—Bien.
—Weigel, ni un minuto más ni un minuto menos. Suelo ser puntual — le regalé un guiño y me
acomodé en mi asiento para poder mirar al frente.
No sabía si esto era jugar sucio, pero después de tantos años de querer hablarle y que por fin tuviera
su atención puesta en mí; no iba a dejar que aquello se esfumara.
[...]
Weigel hablaba demasiado y me estaba hinchando los testículos, quería taparle la boca durante una
hora, juro que había contado ciento dos palabras en un minuto. Solté un suspiro y me giré hacia ella,
sus ojos me miraron cuestionándome.
—Entra por aquí — le señalé una abertura que había en la barda de madera que daba directo hacia
el callejón.
—¿Estas seguro? — cuestionó no muy convencida.
—Vamos, Weigel — hablé firme y un poco irritado. Pude respirar normal cuando acató mi petición,
yo la seguí por detrás y cuando estuve al otro lado con ella, volví a hablar—. Ahora cierra los ojos.
—¿Qué?
—Sé que no confías en mí y no me molesta en nada — reí volcando los ojos —. Pero juro que no te
haré daño, solo cierra los ojos y los abres cuando te diga.
Hasley accedió. La observé unos segundos antes de tomarla por los hombros indicándole el camino
y la guié hasta el otro extremo del callejón, nos detuvimos, y me alejé de ella para ponerme al
frente.
—Abre los ojos — indiqué firme y por lo alto. La chica abrió los ojos poco a poco y sonreí —.
¡Bienvenida al boulevard de los sueños rotos, Weigel!