Antes de los veinte

CAPÍTULO VEINTINUEVE - EN UNAS SEMANAS

Lunes, 22 de agosto del 1988

—Lo siento —se disculpa Gabi después de que por primera vez nuestros labios se hayan unido sin que el alcohol corriera por las venas de, al menos, alguno de los dos.

—Yo, no —respondo, porque después de este beso, me niego a continuar con la relación que teníamos hace unos minutos, no puedo seguir siendo solo su amigo.

—¿No? —se extraña.

—No, Gabi. No suelo mentir y no quiero comenzar ahora contigo. Me ha encantado que me besaras y no lo siento en absoluto. Si de algo puedo arrepentirme es de no hacer nada para que sucediese antes —me sincero.

—Colacho —me responde, casi con un susurro.

—Sé lo que estás pensando, que en unas semanas te irás y que no volveremos a vernos, pero nosotros tenemos muchas más posibilidades que otras parejas que han tenido que vivir separados durante meses, incluso años. Podemos llamarnos todos los días, quedar en cualquier BBS e incluso yo podría visitarte una vez al mes —le explico antes de darle la oportunidad a que me rechace.

—¿Parejas? —me pregunta y, por cómo brillan sus ojos, sé que está conteniendo una sonrisa.

—No me vas a decir que después de ese beso, no te has dado cuenta de que estamos hechos el uno para el otro —la intento convencer para que se percate de que deberíamos estar juntos.

—¿Tú sí? —me pregunta y puedo apreciar que no va a ponerme las cosas fáciles.

—Yo lo sé desde hace unas semanas, pero saber que te volverás a tu casa al final del verano, hacía que no me atreviese a decir en voz alta lo que siento. No obstante, es una tontería, es mejor aprovechar el tiempo mientras lo tengamos, porque no sabemos cuánto nos queda. Y que conste que no lo digo porque te vayas a Nueva York, sino porque la vida da muchas vueltas y a veces caemos de pie y otras no —le digo mientras tomo sus dos manos y le miro a los ojos.

—¿Eso qué significa? —me pregunta, fijando su mirada en la mía.

—Significa que yo me muero por estar contigo, por besarte, tomarte de la mano y pasar todo el tiempo que pueda sin separarme de ti hasta que llegue el maldito día que te tenga que llevar al aeropuerto para despedirme de ti.

—¿Me estás diciendo que estemos juntos hasta que me vaya? —me pregunta Gabi, sin entender todo lo que le acabo de decir.

—No, te estoy preguntando si quieres ser mi novia, incluso después de que me dejes aquí, solo. Yo podría ir a verte y quizás tú también podrías venir alguna vez. Y el año que viene podríamos elegir juntos un sitio donde estudiar los dos —le digo con el corazón en un puño.

—Te aburrirás de mí cuando solo puedas verme una vez al mes.

—Al contrario, te echaré de menos —le respondo, acercándome más.

—¿Qué van a decir todos? Seguro que tu abuela pensará que es una locura y...

—¿Qué piensas tú? —la interrumpo.

—Que estás loco, pero...—deja la frase sin terminar.

—Lo único que a mí me importa es lo que viene detrás de ese pero —le hago saber.

—También me muero por estar contigo, por besarte y todas esas cosas que me dijiste y que ahora no puedo recordar —me contesta y yo dejo escapar el aíre, que no sabía que estaba reteniendo.

—Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que no te arrepientas nunca —le digo, antes de tomarle otra vez la cara y volverla a besar.

Joder, es indescriptible la sensación de poder besar a Gabi sin tener que controlarme. Nunca había estado en una situación en la que no podía besar a la persona que deseo, pero es que tampoco me había sentido así por nadie.

Creo que algo se cae al suelo mientras los dos nos besamos con hambre, pero nosotros seguimos con lo nuestro como si nada hubiese sucedido. Por suerte, no fue algo de cristal.

Cuando sus labios me parecen poco, comienzo a besarla en el cuello y solo de escuchar sus suaves gemidos, me pongo duro, tanto que siento que el pantalón se me va a romper.

—¿Qué te parece si seguimos con esto en mi habitación? —le pegunto en voz baja.

—¿Y la cena?

—¡Qué le den a la cena! Ya Samuel hará algo o pedirá unas pizzas de esas que te traen a casa —le digo sin dejar de besarla otra vez en los labios.

—No, Colacho. Ayúdame y terminaremos antes —me dice antes de separarse de mí, dejándome con las ganas.

No quiero parecer desesperado, así que no me queda otra que acatar sus órdenes y ayudarla a cocinar, aunque no puedo tener las manos lejos de ella. Ahora que hemos decidido que la distancia entre nosotros no importa, necesito tocarla y besarla en todo momento, parezco un novio pesado que no puede dejar de comportarse como un pulpo.

Media hora más tarde estamos los cuatro comiendo chilaquiles, no son tan picantes como me los esperaba, aunque entiendo que los habrá adaptado un poco al gusto europeo.

—Esto está muy bueno, Gabi —le dice Samuel, echándome una mirada furtiva para advertirme que tenía que haber dicho esta frase yo.

—Ya se lo dije antes cuando estábamos probándolo —me defiendo para que mi mejor amigo no piense que soy un insensible y un maleducado.




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