Apnea

Parte III: Tempestad de estío (1)

Lunes 4 de mayo.

Despierto de un dulce sueño meciéndome en la hamaca con el alba en mi rostro, mi gato fue a dormir encima de mí mientras mi perro me cuidó toda la noche al acostarse debajo. Las canciones sonaron durante mis sueños y dejaron de reproducirse en el dilúculo. 

Un nuevo día empieza sin clases, Alicia tampoco las tiene, pero ya no nos veremos. Ya han sido tres días hermosos, los necesarios para mantenerme en espera de la próxima vez.

Me levanto y dejo al mínimo dormir en la hamaca, pero mi perro prefiere acompañarme hasta la casa. Entro con el mejor humor que he tenido en toda mi vida.

—¡Buenos días! ¡Hora de levantarse! ¡¿Qué quieren desayunar?!

—Buenos días, hijo. Ahorita lo vemos —dice yendo a la cocina.

—¡Huevos, frijoles y unas salchichas fritas!

—¡Perfecto!

Comienzo a cocinar, dejo mi teléfono en la mesa con la música reproduciéndose. Odio los días muy soleados, el calor es mi mayor enemigo, sudo demasiado y no puedo usar los suéteres que tanto me gustan, en esta estación el calor es notable y va en aumento, pero esta mañana me parece un día hermoso. Siento como si el sol me sonriera al iluminarme. Cocino con tanta felicidad y entusiasmo, que hasta a mi madre le parezco extraño. Es obvio, Gabriela me contagió felicidad.

Leonardo: ¡Buenos días, mi vida! ¡¿Ya te levantaste?!

Después de mandar el primer mensaje voy a desayunar y cuando termino mi madre me ordena ir por un par de cosas al centro que está a algunas cuadras, es una buena oportunidad para buscar el arete que Alicia perdió ayer. Salgo de mi casa y me voy por esa calle, pero por más que busco el arete no está, es una desilusión ya que hubiese querido devolvérselo. Regreso con las cosas. Hasta las once con treinta y ocho Alicia me responde.

Alicia: ¡Mi vida! ¡Buen día!

Conversamos como todos los días, pero tengo el triste anhelo de querer besarla de nuevo, quiero sentir la sensación de sus labios junto a los míos y que me quede el cosquilleo toda la noche de nuevo, se vale soñar. Y mi día siguió como mi rutina de siempre: labores, ver televisión y un poco de lectura en la tarde. Justo a las siete con cincuenta y dos, Alicia me confiesa haber hecho algo terrible.

Alicia: Me corté de nuevo.

Hace mucho tiempo me contó que se cortaba por placer al dolor, una rara y tonta forma de acostumbrarse a él, se supone ya lo había dejado. Mi inteligencia no es suficiente para entender por qué hacerse daño puede hacerte sentir mejor, pero no quiero que ella siga haciéndolo por lo que recurro a un chantaje con toda osadía de ayudarla.

Leonardo: ¿Me amas?

Alicia: Claro que sí, ¿por qué lo preguntas?

Leonardo: Quería asegurarme… Si me amas, prométeme que no te cortarás de nuevo.

Alicia: Lo prometo.

Suspiro de alivio teniendo fe en su promesa, esperando que lo que siente por mí sea suficiente para que no quiera volver a sentir dolor, quiero ser la medicina que pueda curarla de todos sus males, por ello la he analizado psicológicamente, cualquier problema que tenga debo poder ayudarla.

Alicia: ¿Y qué haces?

Leonardo: Me estoy bañando, ¿y tú, mi cielo?

Alicia: Veo un programa…

Leonardo: ¿Puntos suspensivos?

Alicia: Es que mi cabeza es estúpida y se pone a imaginar. Lo siento.

Leonardo: No hay problema, no es algo que alguien no haya hecho.

Alicia: Esa frase me suena conocida.

Leonardo: Sí, la dijiste cuando imaginé lo mismo.

Alicia: Ah…

Leonardo: ¿Quién controla su imaginación?

En verdad, ¿quién la controla? Algunas personas somos nefelibatas, con la cabeza en las nubes o a donde nuestra imaginación nos quiera trasladar. La imaginación nos lleva a mundos que jamás fueron, pero sin ella no podemos ir a ningún lado. A mí me lleva a un mundo indecente, más allá de la ropa de Alicia. La imagino en interiores, una imaginación pervertida fusionada con un amor, que me brinda la maravillosa imagen de Alicia al salir de la ducha con el cabello mojado, su piel húmeda y la toalla ajustada a su cuerpo.

 Continuamos nuestra conversación mientras veo una película. Dice que no se separa de la cadena, que siempre la trae puesta, con alto valor sentimental, del que no se puede vender, pero que tampoco puedes comprar. La tarde llega a crepúsculo y este en noche. Voy a dormirme y ella también. Mi celular al lado de la almohada, un ventilador refrescándome, mi cobija los pies y el arete que Alicia me obsequió dentro de una almohada.



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En el texto hay: juvenil, drama, amor

Editado: 29.12.2019

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