Lunes 4 de abril.
Hace pocos días comenzó un mes nuevo, mucho ha cambiado, las cosas no son lo que eran desde hace mucho tiempo. El vacío dentro de mí me ha consumido por dentro. Me aburro desde hace meses, solía concentrarme en la escuela hace más de un año, pero cuando te vuelves el mejor de toda ella las cosas se quedan inmóviles y aunque todos crean que es genial ser así, la verdad es que se vuelve simple, aburrido y tedioso. Con los días he perdido emociones indispensables para ser adolescente. No tengo muchos amigos, ni novia y la mayoría de las personas me tienen miedo o un desagrado que ciertamente duele. El cielo sigue así, lleno de nubes grises, manteniéndose inmóvil frente a mí con toda su magnitud. El aire tiene sabor amargo y un aroma de nostalgia. No sé quién refleja a quién, pero mi mirada posee el mismo tono triste que el del cielo gris.
Estoy en vela, una vela que lleva varios meses, no es agradable, tiene mucho tiempo que las cosas están poco tranquilas. Calma, paz y poder respirar con libertad total no es algo de mis días. Soy incapaz de poner la mente en blanco sin interrupciones, tengo en quién pensar la mayor parte de mi tiempo. El corazón ya no late con normalidad, nada lo estresa y ya no bombea sangre al cuerpo. Estoy muerto mientras sigo contemplando el cielo.
Ha pasado un año exactamente desde aquel día de paz y tranquilidad en el que inició mi historia. Y por mucho tiempo ni siquiera supe que vivía en una, en una narrativa complicada y demasiado emocional, que puede llegar a ser tediosa y dramática. Y sin embargo aquí estamos, al borde del final contemplando el abismo de la conclusión.
Mi cuerpo está mal y mi alma peor, una herencia del amor. Me cuesta dormir y dejé de sonreír, vivo en un manojo de nervios. Estoy instalado en el mes de enero, aunque afuera de mi cuarto dicen que es abril. El reloj se encuentra olvidado en una gaveta del cuarto, dejó de girar hace poco y el mundo se detuvo, mi mundo dejó de girar. Incluso pegué una foto suya en mi ropero para imaginar que está aquí. He tocado fondo y me dedico a derretir el aire que me dejó en su último suspiro junto a mis labios.
Faltaba un día para su cumpleaños, mis ánimos derrochaban entusiasmo en todo mí alrededor. No quería parecer muy alegre, así que sutilmente le pregunté a mi madre si iríamos a verla. Pero mi madre me veía preocupada y nerviosa cómo si estuviese guardando algún secreto. Pasaron minutos para que se acercara y finalmente nos sentamos en la sala a hablar durante un tiempo que no pude contar.
Hicimos el viaje a Ambertag y llegamos para el velorio hasta la noche. No dormí nada, me quedé velando junto a la caja durante la obscura y fría noche sin proferir palabras. No tuve el valor de asomarme, no quise verla así, quise que se quedara como mi recuerdo para siempre. A las dos con siete de la mañana mis ojeras crecieron más desde aquella noche al lado de Alicia. Mis ojeras siempre han sido recuerdo de mil desvelos con una historia cada uno y a veces me gusta pensar que podría tomarme un café con alguien y narrar todas las noches de unos ojos cansados, todas mis cavilaciones en esa madrugada bien podrían llamarse: “Delirios de medianoche”.
Poco a poco el ataúd bajó por el hoyo en la tierra rojiza de Ambertag y lo único que pude hacer fue arrojar la rosa azul inmarcesible que había conseguido para ella.
Me retiré lentamente del lugar y comencé a caminar hasta salir del cementerio. Vi un anuncio sobre el centro de la ciudad donde una vez cruzamos la calle juntos, pude ver a un par de niños cruzar tomados de la mano como si fuesen novios a los diez años y luego frente a la iglesia tomarse una foto que el niño cuidaría durante todo el tiempo en que dejó de verla.
Vagué en silencio por las calles de esa ciudad colonial hasta que finalmente llegué a una que me pareció conocida. Las casas de ese lugar tenían una enredadera en sus muros. Di pasos rápidos y desesperados, hasta que comencé a correr sin parar, cerrando los ojos… Pensé en que estaba esperándome al final del camino como en el estupor, por lo que debía apresurarme y alcanzarla.
De repente no pude más y caí de rodillas al suelo, abrí los ojos. La montaña estaba frente a mí, aunque ella no… Pensé que tal vez estaba en el pico de la montaña a casi tocar el cielo para irse, esperándome, pero todo podía ser una quimera más que mi triste imaginación me daba para seguir corriendo.
—Hora de despertar, corazón — Un susurro del viento invernal me dijo al oído.
Al volver con su familia para despedirnos, Jaime me devolvió un libro que Alicia tomó de mi cuarto hacía mucho tiempo, jamás me di cuenta de su ausencia, estaba enfocado totalmente en ella, posiblemente ese libro le serviría de excusa para hacer que la llevaran a mi casa para devolvérmelo algún día.
Regresamos a casa y mis vacaciones terminaron con el año nuevo, momentos grises y tontas clases de piano con las que me distraía. Por clases me refiero a ir a practicar a una vieja casa de donde había un grande y viejo piano que me prestaban. Era el único loco músico ahí que pasaba sus tardes interpretando las canciones que marcaron un año de su vida, recordando y tocando con la esperanza de que ella me escuchase.