ABELARDO
Camino de regreso a casa, no dejo de procesar por qué hice eso.
Abro la puerta de casa y entro para dirigirme a la cocina, cuando soy interrumpido.
—AB, ¿Eres tú? —la inconfundible voz de papá Rafael que viene del sótano hace que me desvíe hacia la puerta que da hacia ese lugar.
—Sí, soy yo. Traje lo que me encargaron.
—¿Y por eso demoraste tanto? Es muy tarde. —me dice papá Alejandro mientras baja las escaleras para encontrarse conmigo.
—No, no fue por eso. Me tarde en la oficina porque tengo un caso complicado y Sofía está enferma y no pudo ir. —les digo y me dirijo a la cocina para sacar los comestibles. —Y además acompañé a una chica a su casa.
De inmediato escucho sus pisadas correr hasta donde me encuentro.
—Que hiciste ¡¿QUÉ?! —me cuestionan al mismo tiempo.
—Acompañé a una chica a su casa, para que llegara a salvo, no es seguro andar caminando tan tarde sola. —guardo las frutas y los vegetales en la nevera, y siento como ellos me miran. —No es gran cosa, es una chica que nunca pone atención a su alrededor, corre más riesgo que el resto de la gente.
—Entonces la conoces. —me interrumpe papá Rafaél.
—No la conocía hasta hoy, la había visto correr algunas veces en el metro, el otro día la salve de salir rodando por las escaleras. Les digo no pone atención.
—¿Cómo se llama? ¿Vive cerca? ¿Podemos conocerla?
—Ey, relájate. —le digo a mi padre el ingeniero Rafael. —Se llama Iris Sandoval, vive a dos calles de aquí y no sé para qué querrían conocerla.
—¿Sandoval? Ese apellido me suena. —comenta papá Rafa. Y pone cara de pensativo.
—Es el afamado cirujano, sabía que vivía aquí en el residencial pero no sabía que tan cerca. —le responde papá Ale.
—¿Lo conoces? ¿Conoces a su hija?
—No, Rafy, cariño. No los conozco, solo he escuchado hablar mucho de él. Sé que enviudó hace mucho tiempo.
Y mientras ellos se ponen a compartir anécdotas y chismes que han escuchado yo me preparo una ensalada y empiezo a comer recargado en la encimera de la cocina. Hasta que soy interrumpido.
—¿Vas a traerla? Queremos conocerla. —me vuelve a preguntar el hombre que me creó.
—No tendría por qué. ¿Para qué quieren conocerla? —le respondo y él hace ese gesto que tanto hace en mi presencia de rodar los ojos, como si quisiera ponerlos en blanco.
—Solo invitala a comer una tarde. —me dice papá Alejandro.
—De acuerdo, el sábado le preguntaré. —les respondo y ellos saltan.
—¿La verás el sábado? —preguntan al mismo tiempo.
—Sí, le dije que si quería acompañarme. Creo que ella es como las otras chicas que... ¿Cómo dicen que se llama esa sensación?
—Enamorarmiento, que se enamoran. —responde papá Ale.
—Eso, creo que es de esas chicas que se enamoran y debe tener muy claro que yo no puedo hacer eso, así que por eso la veré el sábado. —y diciendo esto levanté mi plato sucio, tiré el desperdicio en la bolsa verde de los orgánicos y empecé a fregar mis trastes sucios.
—AB, hijo ya te dije que si lo intentas sí puedes experimentar las emociones. —me reprende papá doctor.
—Papá, no empecemos de nuevo con eso, ya establecimos que papá Rafa no podía llegar a tanto con su tecnología como para que un robot experimente sentimientos o emociones. Puedo hacer muchas cosas para simular una persona real pero no puedo sentir nada. —y diciendo esto salí de la cocina y subí a mi habitación.
Me tiro sobre el colchón y miro el techo. Creo que no me he presentado, soy Abelardo Bravo Espinoza, soy abogado que hace sus especialidades en Derecho Penal y Derecho Internacional, trabajo en un buffet de abogados muy importante, pero mi aspiración es llegar a ser magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. En realidad soy un robot diseñado y creado por mi padre el Ingeniero Rafael Bravo Espinoza, que ya llevaba tiempo viviendo con mi padre el doctor Alejandro Rodríguez Zambrano, especialista en psiquiatría y más específicamente en hipnosis y terapias de electroshock, sí muy arcaico y antiguo. Al no poder adoptar a un niño por ser mal vistos por ser una pareja homosexual, papá Rafa decidió crearme. Y heme aquí, soy un robot que se asemeja mucho a un humano. ¿No me creen?
¿Por qué deberían creerme? ¿O por qué no creerme? El hecho es que si fuera humano tendría recuerdos, cosa que no tengo, solo tengo programación, papá Rafaél es un ingeniero en robótica, brillante y conmigo se superó así mismo, incluso dudo que haya compartido con sus colegas semejante avance, ellos quieren que me integre y me adapte como un humano más, pero lo que me lo impide es la falta de sentimientos, emociones o sensaciones. Ni siquiera siento dolor o alguna otra estimulación. Tal vez algún día papá pueda superarse aún más a sí mismo y pueda darme esas capacidades o tal vez no, tal vez estoy mejor así, a lo largo del tiempo y como abogado penal he visto lo mucho que sufre la gente a través de sus sentimientos y emociones, o cómo las emociones pueden llegar a destruir familias o matar. Tal vez sea mejor que yo nunca tenga que pasar por ello.
Sin embargo creo que necesito una revisión de circuitos, experimenté un curioso electroshock cuando ví a la chica alejarse de mí, como un impulso electromagnético que terminó con un movimiento involuntario que se representó a modo de un beso. Algún circuito debe haberse dañado, mañana le diré a papá que me revise.
—¡AB! —escucho a papá Ale gritando por mí, así que me levanto y salgo de mi habitación para bajar a buscarlo.
—Mande. —le digo entrando en la sala de estar donde está sentado leyendo un libro sobre neurociencia.
—Quiero platicar contigo, hijo. ¿Podemos? —coloca un separador entre el libro y lo cierra.
—Sí, está bien. —me dirijo hacia otro sofá, tomo asiento y lo miro.
—Me gustaría saber más de esta chica. Mejor dicho quiero saber, ¿Por qué la acompañaste? Y ¿Por qué la salvaste de rodar por las escaleras antes?
—No hay ningún motivo en específico, es una chica muy despistada, no es muy atenta y eso la hace muy vulnerable, sabemos cómo es ya la gente y simplemente decidí acompañarla para que llegara sana y completa a su casa. —me mira fijamente, con esa mirada que le da a sus pacientes de terapia. —Y antes la salvé porque estaba cerca y fue un reflejo.
—Bien. —deja de mirarme y se recuesta bien sobre el respaldo del sofá de orejas. —¿Te has sentido bien? ¿Has experimentado algo diferente?
—Solo hace rato sentí como un impulso electromagnético que terminó en una especie de beso en la cabeza de Iris. —lo miro abrir los ojos, y después desvía la mirada hacia un cuadro de una mujer desnuda pintada en diferentes tonalidades de colores pastel.
—Bueno, hablaré con Rafy para que mañana te dé una revisada cuando vuelvas del trabajo. Creo que deberías ir a recargar tu bateria. —y vuelve a abrir su libro, yo salgo de la sala de estar y subo a mi habitación de nuevo.