Aprendiendo a ser un Zorro Dragón

CAPÍTULO 7

Era gracioso pensar que cada día podía obtener alguna enseñanza que me ayudaba a continuar en cada dificultad. Se sentía extraño, pero a la vez maravilloso. Por un corto tiempo me sentía como el protagonista de una serie o película, donde todo se iba a solucionar tarde o temprano, hasta que la espera solo hizo que las cosas fueran peores.

Había caído justamente donde muchos querían, entre ellos los que más confiaba en mi vida y eso era una dependencia que tendría que pagar al coste más grande que la vida misma me había ofrecido. Callado, obediente, listo para cualquier pedido y bueno escuchando cuanta palabra servía para el desahogo de sus dueños.

Había perdido demasiado tiempo, ilusionado en secreto de lo que se suponía que yo sabía, sin saber que era parte del deseo de alguien más. Dejándome tan atrás como la sobra que siempre veía a donde querían que caminara. Para muchos insignificante, para otros coincidencia y para muy pocos estudiados, el fenómeno de la exposición a las luces enfocadas de diferentes ángulos a un mismo objeto.

Yo era quien apoyaba la última teoría, cuando vi que ni el propio sol era capaz de borrar mi segunda sombra, ni tampoco era el causante de mi alucinación. Siempre había dos sombras que nacían desde la planta de mis pies, cada uno tan diferente, pero solo a la vista de mí.

La primera, era una que iba por delante de mí, sin importar la dirección, ni la hora del día. Podría hasta jurar que en la noche era más clara, siempre con un porte arrogante, superior e intuitivo. Mientras que la segunda sombra se escondía, si obedecía las reglas de la física, pero se notaba la diferencia. Inferior, caviz bajo y hasta patético.

Aunque la odiara, me sentía similar, por más que intentara disimular lo contrario, no tenía la fuerza que hace tiempo lo sentía para enfrentarme al mundo, que al final se había reducido a mi mundo, uno donde mis personas más cercanas eran quienes formaban tanto mi cielo como mi infierno.

El limbo era algo que también existía y lo consideraba en esos momentos en el que un desconocido tenía ganas de saber sobre mí, pero lo que encontré cierto día, jamás pensé que existía de verdad. Alguien capaz de ver más allá de mi cara de aburrimiento y tristeza.

—Realmente no le gusta su trabajo, ¿verdad? —Comentó un taxista que me llevaba al trabajo.

—No —respondí secamente sin ánimos a volver a recordar porque lo odiaba tanto.

Hace mucho dejé de pensarlo tanto, ya que solo me amargaba y hacía infeliz a las personas de mi alrededor.

—Hace mucho que yo deje de tener esa cara que usted tiene y es que empecé a trabajar por el bien y futuro de mi familia —mencionó aquel señor, que al mirarlo, parecía que ya pasaba los cincuenta años.

—Lo felicito, yo lo hago por mis padres, aunque aún no encuentro el gusto —mencioné tratando de hacer algo cómico en el momento.

—Entonces solo tiene que esperar —pensando que se refería a la muerte de mis padres me quedé callado. Recordando que mi padre fue el primero en irse. —Por ejemplo, mi hijo salió a estudiar de la universidad, yo me endeudé para que él estudiara, pero cuando quiso devolverme el dinero que invertí en él, me dio este taxi.

Estar confundido era estar poco. Quien en su sano juicio le daría trabajo a su padre, en vez de hacer que ya descanse. Aunque era cierto que las personas que alcanzan cierta edad, deben dedicar su tiempo libre a algo que los mantenga ocupado, el conducir en una ciudad no era de los más recomendados.

—Vaya regalo le ha dado su hijo —el sarcasmo era bastante obvio en mi tono de voz, aunque aquel extraño señor no se molestó en absoluto.

—La verdad es que es el mejor regalo que pudieron haber dado —la forma en que lo dijo fue de una verdadera alegría —. A mí me encanta conducir. Estar frente al volante y sentir el motor es algo que me gusta hacerlo todos los días, hasta salgo a donde quiera con mi esposa.

Sus últimas palabras finalizaron el recorrido, tras cancelarle y mirar esa felicidad en todo su rostro, me quedé pensando en las decisiones y el tiempo de espera.

Una risa fue el comienzo de un sentimiento que empezó a llenar de mi pecho, para finalmente salir a carcajadas dejándome como un loco frente a todos en la oficina. Al sentarme en mi pequeño escritorio comencé a deprimirme al pensar en cuanto tiempo tendría que estar ahí sentado para empezar a cumplir mi sueño, ¿Cómo tenía que criar a un hijo para que me hiciera un regalo igual? Y el más importante. ¿Qué es lo que realmente me gustaba?

Aquel señor sabía y no le importaba trabajar en aquello, era feliz, se sentía en paz y pudo lograrlo. Sentir envidia y celos era quedarse corto. Aquel hombre del taxi se quedó en mis pensamientos hasta la hora del almuerzo, en donde al momento de sacar el dinero, encontré una extraña nota.

"Si aún tienes sentimientos de odio, tristeza, frustración o algo negativo por el trabajo que no te gusta, no es del todo malo, en realidad es todo lo contrario. Significa que una parte de ti aún no se ha rendido por conseguir lo que te gusta hacer."




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