Aquél verano

Capítulo 1.

Capítulo 1: La toalla rosa. 

Lunes 4 de marzo del 2024 

Hora 6:30 AM.

Suena la alarma y estiro la mano para apagarla, pero la cosa se cae, el ruido de los vidrios rotos fue tan fuerte que me levantó, camino al baño enojada ¿Por qué lunes? Pensé —odio los malditos lunes—. Me bañé y salí del baño cubierta en toalla de color rosado, mi color favorito; sin embargo, siento el frío recorrer por mis piernas, miré a todas partes ¿Por qué frío?, Ah, claro, tonta Amanda, la ventana estaba abierta y las cortinas se alzaba debido al aire, me acerqué a ella para cerrarla sin darme cuenta de que alguien me observaba a lo lejos.

Escucho un grito muy cerca, como si estuviera a dos metros de mí. 

—Buenos días, vecina, ¿lista para ir a la escuela?.— saluda Matthew con una sonrisa burlona en su rostro. 

—Cállate niño degenerado…— respondí molesta, le miré fijamente y el muy idiota tenía la cara roja conteniendo la risa. 

—¿De qué te ríes? — pregunté rechinando los dientes. 

—Creo que necesitas ayuda con la toalla, cariño.— murmura, señalando con su alargado dedo. 

¿Toalla?, ¿Qué quiere decir?. Dejé de mirarlo y me pongo a pensar en la frase que dijo, no obstante siento algo deslizarse y que el viento entra por mi pecho, bajo la mirada y veo la toalla ya casi por el suelo; avergonzada lo sujeto inmediatamente, ya debo imaginarme como estaré de roja. ¡Mierda! Dije dentro de mi mente.

Ruborizada, levanto lentamente mi cabeza, distorsionando la mirada y con vergüenza le digo:

—¿Ya te puedes marchar?.—No me atrevía a mirarlo directamente a los ojos, lo sé, soy una cobarde. 

— Tengo la solución perfecta para ti. —dijo sonriente, en su voz parecía divertido.

Tontamente, asentí la cabeza. 

—Querida, si deseas puedo ser tu toalla para cubrirte y ajustarte bien.— Dijo con picardía y guiñó el ojo. 

—Ni en tus malditos sueños, dejaré que seas mi toalla. —respondí hastiada, su comportamiento de niño estúpido me estaba molestando demasiado.

—Oh, que pena, bueno, toalla rosa, ahí te dejo ¿Sí?, No llegues tarde a la escuela, bye, bye.—Se despidió imitando voz femenina y lanzando besos volados. 

Yo solo observé cómo él desaparecía a través del vidrio de su ventana, hasta hacerse polvo. 

 Con rabia en las venas, cerré las ventanas de un portazo retumbando mi habitación, de un brinco salté a la cama y comencé a darme vueltas con las sábanas hasta llegar al filo y caerme. Ya en el suelo golpeó la parte baja por medio de mis puños; seguramente pensarás que estoy loca, pero cuando tengo estos ataques de ira o impotencia hago estupideces como lo estoy haciendo ahorita. 

Seguramente, se preguntarán por qué a Matthew no le mando a la mierda, ¿La razón?, Bueno todo empezó cuando éramos unos mocosos que ni siquiera sabíamos limpiarnos los mocos, ay ya, suena asqueroso; bien prosigamos, la familia Bernard arribó a nuestro barrio hace aproximadamente 13 años, ahí tenía unos dulces 4 añitos y Matthew igualmente, mi apreciada y hermosa madre se acercó a ellos entregándoles una tarta de bienvenida, desde ese entonces ella se ha encargado de juntarnos, de hecho sus padres quienes están conformados por Don Julián y Doña Margaret son mis padrinos; así como lo oyen; es ese el verdadero motivo por la cual no puedo enviarlo a Marte. 

Matthew es muy atractivo, es más, su padre también lo es, por lo tanto, a leguas se nota que la belleza lo lleva en los genes; quién sabe, tal vez sus antepasados fueron los mismísimos dioses griegos, en fin él es el chico a la que todas las mujeres babean, la pregunta es, ¿Quién no se resistiría a un hombre con esos ojos azules como el mar y al infartante cuerpo que posee? En mi humilde opinión creo que nadie, incluyéndome.

Estoy bien adentrada en mis pensamientos, cuando de pronto el grito de mi madre hace que pise tierra. 

— ¡Amanda!, ¡Son las 8:15!.

— ¡Ya voy mamá!. 

Carajo, perdí mucho tiempo con el tarado de Matthew, ¡Coños!, Ni siquiera estoy vestida y ni peinada, creo que esta vez llegaré tarde en mi primer día de clases, ¡Te felicito Amanda!. 

—¡¡AMANDA GREY!!.

— ¡Madre ya bajo!. 

Pero ni creas que esto se va a quedar así Matthew Bernard, juro por mi vida que te haré pagar. Lo prometo. 

 

 

 

 




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