—Qué mierda te ha pasado? —preguntó Vank al ver que Celso tenía los ojos inyectados y la tez pálida—. ¿Tienes resaca o estás enfermo?
—No. Solo estúpido —gruñó, dirigiéndose a la nevera.
Su amigo lo siguió con zancadas largas, haciendo muecas a su espalda.
—¿A qué vino el mensaje críptico? Me costó escaparme, pero decías que tienes problemas.
Celso le ofreció una cerveza y tomó un trago de la suya. Sabía más amarga que de costumbre.
—Sí —reconoció—. Tengo un problema —dijo, haciendo hincapié en el artículo singular del substantivo.
—Suéltalo, tío. No esperes a que te lo saque a la fuerza.
—Tengo un reborner aquí.
Vank pestañeó varias veces. Al momento, su cara se contorsionó en una máscara de incredulidad y furia.
—¿Estás loco? —vociferó.
Celso puso el dedo índice sobre sus labios, indicándole que debía bajar la voz. Ailyne se encontraba en su habitación, pero echó una mirada al salón para asegurase de que no hubiera salido sin darse cuenta.
—No es que lo buscara —le explicó a Vank, susurrando gruñón—. Sabes lo que pasó con el buque. La encontré cuando trabajaba, medio muerta.
—¿La encontraste? ¿Es una mujer? —Vank bajó el tono de voz, pero su cólera no siguió la misma dirección—. Por eso no la denunciaste. Te quedaste embobado por una falda, como siempre.
—No por eso. —Aunque embobado estaba, tenía que reconocerlo—. No se lo merece, tío. Es una persona.
—Es una reborner. Ellos te harían lo mismo a ti y a cualquiera de nuestra ciudad. ¿Qué piensas hacer?
—Necesito ayuda para que regrese a Reborn.
—¡Y una mierda! —exclamó Vank. La cerveza que procuraba tragarse cuando escuchó a Celso le salió por la nariz. Tosió, acusándolo con la mirada—. ¿Te das cuenta de lo que me pides? Las calles bullen de agentes, las montañas de patrullas, es imposible pasar hasta una mosca.
Se detuvo al escuchar el clic de la puerta abierta y miró a Ailyne que salió del cuarto en dirección al salón.
Celso quiso contestarle, pero su cara blanca e inmóvil como una pared de yeso lo hizo cambiar de idea.
—¿Qué pasa? —inquirió. Sabía que Ailyne podía dejar una impresión fuerte a primera vista, pero no para tanto.
—¡Imbécil! ¡Estúpido! —Vank le empujó en el pecho, pegándolo a la nevera, pero habló en voz baja—. ¿Tienes idea de quién es esa?
—Se llama Ailyne y es bibliotecaria. Es todo lo que sé de ella —contestó sin entender el porqué de su ira.
—Se llama Ailyne Varper. Sí, los mismos Varper, los fundadores de Reborn —farfulló, casi escupiéndole.
—Oh… —Celso se quedó con la boca abierta mirando de uno al otro a la espera de que su amigo se equivocara. Cuando no recibió la negativa, se recompuso e insistió—. ¿Qué vamos a hacer?
—«¿Vamos a hacer?» —se burló Vank—. ¿Por qué me metes a mí en esto? No quiero saber nada.
—Vamos, no tengo a nadie más que pueda ayudarme.
—No soy Dios, chiflado. ¿Qué esperas de mí?
—Estoy arrinconado, tío —suspiró Celso—. No puedo dejarla a merced de la suerte. La pillarán en cuanto dé dos pasos y tú sabes que la guerra empezará antes de que cierren la puerta de su celda.
Vank resopló y encogió los hombros.
—De acuerdo. Soy el primero que lo admite. Pero devolverla por la carretera de las montañas es una locura, Celso. Estás con vida porque te dejaron con vida. A la próxima se van a cobrar la deuda y te matarán dos veces. ¿Vale tanto como para dejarte la piel para ella?
—Te pones más dramático que una actriz en la escena final. Dame una idea mejor.
—¡Pues no la tengo! —casi le gritó Vank, cruzando los brazos. Instintivamente buscó con la mano el bolsillo donde guardaba los cigarrillos especiales. Necesitaba uno con urgencia.
—¿Entonces qué otra alternativa hay? —Celso lo presionó, forzándole a darle una respuesta. Cualquiera le servía.
No lo perdió de vista mientras paseaba por la pequeña cocina como un animal enjaulado.
—Dame unos días para pensarlo. Te avisaré. Hasta entonces te sugiero que la cuides como al más valioso tesoro.
—No le removeré ni un pelo de su preciosa cabeza —bufó Celso.
—Espero que por «preciosa» te refieras a la importancia que ella tiene en las negociaciones y no a sus cualidades personales.
—Ya, ya —replicó aburrido ante los consejos que no había pedido—. No entiendo algo. ¿Cómo has sabido quién es? ¿Cómo es que la reconociste?
—Su padre nos exige encontrarla. Promete montañas, océanos y vida infinita por cualquier información que lo ayude dar con su paradero.
—¿Entonces no podemos pasársela de alguna manera?
—Es lo que intentaré averiguar, pero no te ilusiones. No tengo acceso al equipo necesario, y ni puta idea de en quién confiar.
#34331 en Novela romántica
#8137 en Joven Adulto
humor romance pasión, accion comedia aventura, romance accion suspenso drama
Editado: 27.09.2020