El resto del día los dejaron en paz, asunto que a Celso le sacó de sus casillas. Esperar a que algo pasase era un suplicio. Tuvo tiempo de imaginar los peores escenarios posibles, pensar en la opción de fugarse, incluso inventar nuevos métodos de tortura para su falso amigo que le había jugado una tan buena.
Repasó las últimas conversaciones que habían tenido ellos dos sin llegar a una conclusión. Quizá fuera expresión de mujeres, pero Vank y él supieron que eran almas inseparables en el bien y el mal desde el primer día en que se conocieron. Cada uno contaba con el apoyo del otro si hacía falta, en cualquier minuto del día o de la noche. Por eso la traición ardía como ácido, goteando sin fin de su garganta inflamada al estómago, creando arroyos en carne viva, comiéndole la esperanza y dejándolo amargamente desilusionado.
No había intentado oponerse en el refugio. Entendió qué era lo que pasaba en el mismo momento en que la puerta reventó. Los agentes de la ciudad no podían encontrarlos en la cabaña; no era su territorio y no estaban equipados para seguirlos. Había sabido que eran los de la DUAL antes de que el primero pusiera un pie en la estancia. Y desde ahí la conclusión fue dolorosamente fácil de sacar, aunque no hubiera visto a Vank. Oponerse era un suicidio y había pensado que si se comportaba como un niño educado, tendría oportunidad de encontrar una salida. Tal vez le vendría alguna idea salvadora, aunque en aquel momento, imposible. Seguía esperando, pero hasta el último minuto no se daría por vencido. Salvar a Ailyne era su prioridad.
—¿No te duelen los pies? —preguntó ella, espiando su vagar e imaginando su discusión interior.
—¿Qué? —Celso pestañeó, sacado del trance.
—Deja de dar vueltas. Dijiste que no podemos hacer nada.
—Así es. —Él la miró, maldiciendo por dentro. Se veía cansada, con el rostro pálido y sombras bajo sus hermosos ojos. Su sufrimiento aumentó y le consumió un trozo más de los órganos vitales. Presionó los dedos sobre los ojos hasta que pensó que le entrarían en las orbitas. Se sentó en la cama a su lado y le acarició el pelo—. Lo siento, Ailyne —susurró.
—¿Vamos a tener «la discusión»? —Ella sonrió retraídamente y le tocó con suavidad el moretón que tenía en la sien derecha.
Celso asintió, esbozando una sonrisa.
—Sí, creo que vamos a tener «la discusión». Te pido perdón, por mi culpa estás aquí.
Ailyne le cerró los labios con el dedo índice.
—Porque me ayudaste estoy con vida. No soy tonta, Celso, puedo ver con mis propios ojos y opinar. Sé que no habrías podido hacer más de lo que hiciste. No eres culpable de nada.
—Consideraba a Vank mi amigo y confié en él.
—Cierto. Y la conclusión evidente es que él es el responsable. No te permito castigarte por sus decisiones.
—No puedo creerlo —le confesó Celso, arrepentido—. No lo esperaba. Me fiaba de él como de mí mismo.
—Lo entiendo. Pero debes dejarlo pasar.
«Ni hablar», pensó Celso, sin considerar necesario compartir sus reflexiones con Ailyne. No lo dejaría pasar. En algún momento la rueda iba a girar y su suerte volvería. Y aunque esos días parecía que tenía los cuatro vientos en contra, por lo pronto tendrían que cambiar de dirección.
No conocía al dual que les llevó la cena y no pudo averiguar nada más.
Se quedó mirando el techo hasta que el cansancio lo venció y cayó en unos sueños no muy agradables.
***
Bajó tambaleándose cuando alguien gritó desde el corredor que debía presentarse en la puerta. La cama era demasiado pequeña para los dos y estaba adolorido por la posición que se había impuesto para no molestar a Ailyne. Aunque le había encantado tenerla entre sus brazos toda la noche, su cuerpo protestaba. Añadiendo los últimos eventos, los sentimientos reprimidos, la falta de ejercicio y de luz solar, se sentía con ánimo de dañar físicamente a unos cuantos gilipollas.
Le tendió las manos al guardia y esperó las instrucciones que llegaron sin que se lo pidiera.
—Vamos —dijo este, empujándolo para que saliese al corredor.
Ailyne se levantó, amontonando la manta en el pecho.
—¡Espera! —gritó—. ¿Dónde vas? ¿Dónde lo llevas?
—No es asunto tuyo —el dual replicó con voz gélida, escupiendo en el suelo.
Celso hizo una mueca. Le daba la impresión que no le habían permitido tomarse el café antes de enviarlo a trabajar, pero eso no excusaba el comportamiento grosero. Se volvió hacia Ailyne, sin hacer caso a los empujones del otro.
—No te preocupes. Estaré bien.
—Yo no apostaría si estuviese en tu lugar —comentó con sarcasmo el guardia.
Ailyne dejó escapar una exclamación ahogada y Celso le dedicó una mirada de «cierra-el-pico-cabrón» al hombre y otra tranquilizadora a ella.
—Nos vemos enseguida —le aseguró, mirándola hasta que despareció de su campo de visión.
Al salir descubrió que era temprano por la mañana, el sol no había salido todavía. No intentó conversar con el otro, sospechando que sus personalidades eran incompatibles. Miró las construcciones y verificó si había cambiado algo. Contó a los dual, incluso a los que no se veían en los puestos escondidos, y su ánimo descendía con cada paso dado. Era imposible escapar. Aunque por arte de magia consiguieran salir de la cueva, no había manera de huir del campamento. Incluso si por un milagro disponían del poder de ser invisibles, después ¿a dónde irían? Conocía el territorio y sabía que Ailyne era incapaz de hacer el trayecto más rápido que ellos. Encima no podía desactivar su dispositivo de rastreo y de intentar quitarlo perdería el tobillo.
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Editado: 27.09.2020