Ruslam Vadik atravesó los pasillos del Castillo a toda velocidad, pues había recibido el urgente llamado de Ioan y eso era algo que no podía ignorar por muy agradablemente entretenido que hubiese estado. No obstante, no había terminado de llegar cuando percibió el ánimo tormentoso del individuo, así que se preparó para lo que venía.
Como esa era una pregunta retórica Ruslam volvió a guardar prudente silencio mientras escuchaba a Ioan vociferar cualquier cantidad de cosas. Aquella era una escena que se había estado repitiendo durante más de treinta años, pero durante los últimos cuatro o cinco se había sumado a la misma la pregunta que Ruslam acababa de ignorar.
Pocos años después de que Ioan desterrase a sus hijos pareció arrepentirse de ello, algo que Ruslam no entendía, pero como su función no era entender sino obedecer, había hecho los arreglos para que los niños fuesen buscados, algo sencillo pues Izek se mantenía al tanto. Sin embargo, en realidad lo de Ioan no era arrepentimiento, o al menos no con relación a Eveska, y Ruslam llegó a la alarmante conclusión de que en verdad Ioan quería a su hijo, lo que en su opinión no solo era malo sino peligroso, pues Iván era el único hijo varón de Ioan y a quien por derecho le correspondería sucederlo, algo que en otras circunstancias no habría sido un problema, pero siendo que Ruslam estaba seguro que Ioan se había ganado el odio de su hijo, estaba igualmente seguro que el mencionado hijo mataría al padre en cuanto tuviese la oportunidad. Inicialmente Ruslam había seguido sosteniendo la teoría del arrepentimiento, aunque ya sabía que si bien Ioan quería a Iván de vuelta, no sucedía lo mismo con Eveska, pues sus órdenes no la incluían, pero aun así mientras Izek se encargaba de seguir y vigilar a Iván, él lo había hecho con Eve.
Ruslam era un individuo práctico, y aunque servía con fidelidad a Ioan, no estaba dispuesto a verse metido en una guerra por el poder de nuevo y era justamente eso lo que iba a suceder si lograban traer de vuelta al príncipe y éste mataba a Ioan, de manera que decidió que en el momento que Iván volviese, él reclamaría a Eveska como mujer, y si el príncipe mataba a su padre entonces Ruslam lo mataría a él y teniendo a Eveska se aseguraría que la sangre Natchzhrer siguiese en el poder, ya que nadie iba a cuestionarlo. No era que a Ruslam le interesase en forma particular ser la cabeza, sino que sin un Natchzhrer en el poder se verían envueltos en otra disputa por la supremacía, eso los haría débiles y retrasaría los planes con relación a la aniquilación de las otras razas. Sin embargo, con la inoportuna muerte de Eveska, las cosas se habían complicado, aunque por fortuna aquel obstinado muchachito se había vuelto casi inaccesible, pero Ioan seguía empeñado. Ruslam abandonó sus pensamientos cuando lo que estaba diciendo Ioan causó su alarma.
Aun así, Ruslam parecía no entender hasta que vio caminar a Ioan hacia la pared donde colgaba el tapiz; una vez allí extendió la mano y a continuación apareció lo que, a primera vista, un Arzhvael habría confundido con un Rum Tyd, pero a diferencia de éste que cuando era abierto se veía como una cortina de humo blanco, en el que acababa de abrir Ioan lo que se veía era una espesa niebla negra y los ojos de Ruslam doblaron su tamaño.
Dicho esto, le dio la espalda y se perdió tragado por aquel oscuro laberinto que despareció en cuanto él entró.
Ruslam nunca habría podido ser considerado un hombre como tal, o al menos no en el sentido de ser humano, ya que al igual que los Natchzhrer, los Vadik procedían directamente de la energía negativa. Sin embargo, las personas se equivocaban en cuanto a que estructuralmente fuesen muy diferentes, ya que poseían la misma constitución que los seres creados a partir de la energía positiva y lo que hacía la diferencia era la negatividad, pero en su caso los sentimientos, las emociones y las acciones estaban regidas por la energía negativa, de manera que una descripción aproximada sería que eran el opuesto en todos los sentidos y era algo que se correspondía con la teoría de la dualidad. Ellos podían amar, pero de la manera más posesiva y egoísta; evidentemente podían sentirse felices o furiosos, pero en ambos casos esto los llevaba a cometer excesos igualmente sangrientos; la compasión no figuraba en su lista de características, pues era un sentimiento demasiado positivo, así que sentían desprecio por cualquier debilidad, o al menos así era en su mayoría.
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Editado: 21.08.2023