Iván se encontraba en el estudio y miraba distraído hacia la chimenea mientras recordaba la reunión de esa mañana. Él se había sentido algo ansioso con respecto a la misma debido a que, así como era cierto que conocía bien a Mael, no sucedía lo mismo con sus congéneres. Iván había pasado su primera infancia en su hogar y siendo como era un vampiro, los monstruos que poblaban sus pesadillas infantiles eran los enemigos ancestrales de su raza, los berserkers. Un hecho especialmente desagradable y que se había perdido en las profundidades de su memoria, lo constituía el de una oportunidad en la que su padre había requerido la presencia de los niños y su madre los había llevado al gran salón de Lorzii, pero mientras estaban allí, repentinamente se había presentado un grupo de vampiros que sin muchas explicaciones había lanzado al piso el cuerpo destrozado de Vlado, el padre de los Nekrasov, diciendo que había sido atacado por un berserker. Aquello en sí mismo y para los vampiros no era un hecho de naturaleza insólita, pero para unos niños de entre tres y cuatro años era un espectáculo aterrador. A partir de entonces, Eve viviría con un terror incontrolable hacia los berserker y solo pasados muchos años y con las enseñanzas de Eowaz, logró si no superarlo, al menos entender la naturaleza de unos y otros, especialmente porque había vivido en carne propia la crueldad de su raza.
Cuando Samantha les escribió contándoles acerca de Mael, Eve entró en pánico nuevamente y no solo Eowaz, sino Armel y Waleska habían tenido que aplicarse mucho para tranquilizarla, después de lo cual conversaron mucho con ella repasando lo que se sabía de los berserker, y al menos en el caso de Eowaz, le aseguró que, si bien no conocía al padre de Mael, sí había conocido a su abuelo, y según su experiencia, era un sujeto excepcional. Finalmente, Eve se había tranquilizado, y cuando llegaron las primeras vacaciones de los niños y recibieron la invitación de los Berserker a visitarlos en su propiedad de Noruega, aunque Eve seguía un tanto nerviosa, estuvo en mejor disposición para efectuar el viaje y comprobar por sí misma que eran buenas personas. Lejos estaba de saber en aquel momento, lo que el entonces pequeño Mael iba a significar para ellos y que llegarían a amarlo como el hijo en el que se había convertido.
A pesar de todo lo anterior y de lo mucho que Iván había estudiado a los berserker como raza, más que todo con el fin de estar adecuadamente preparado para hacer frente a la responsabilidad que había asumido al convertirse en tutor de Mael y poder ayudarlo en cualquier circunstancia que se le presentase en la vida, todos sus conocimientos eran teóricos, porque aun cuando se suponía que seguía habiendo más berserkers, ni siquiera cuando el padre de Mael murió éstos hicieron acto de presencia para reclamar la custodia del niño, algo que Eowaz le había advertido a Iván que podía ocurrir, y que por mucho que se hubiese apresurado a solicitar la tutela del menor, si algún pariente aparecía, no podrían hacer nada, pero como aquello no ocurrió, Iván asumió que o bien no se habían enterado, o simplemente no les interesaba.
Por todo lo antes expuesto, Iván no sabía muy bien qué esperar de aquellas personas, así como estaba consciente, como siempre le había dicho Eowaz, que sus conocimientos eran más bien limitados y se sustentaban en la información recogida a trozos a través del tiempo, pues ni Elijah ni Elouen, que habían sido los Berserker que más cerca habían estado de los arzvhaels, habían proporcionado mayor información acerca de su raza, era lógica la aprensión de Iván. Sin embargo, la reunión resultó toda una sorpresa, no tanto porque hubiesen decidido colaborar, sino por la personalidad de los individuos en cuestión y recordó algunos detalles de la entrevista.
Una vez que los arzhaelíes habían dejado de mirar tan indiscretamente a los visitantes y habían superado la sorpresa de ver a varios Mael entre ellos, Iván le concedió la palabra a Gwier.
Fue fácilmente perceptible por todos los presentes la incomodidad tanto de Gwier como de Loeiz, porque, aunque eran sujetos amables y con los que tenían excelente relación, seguían siendo elfos orgullosos y aquella pregunta se la tomaron como un cuestionamiento a su capacidad y habilidad bélica, de modo que Thorheld sonrió.
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Editado: 21.08.2023