Un absoluto silencio tocó fondo en los corazones de los estudiantes dejándolos completamente estáticos, ante el sr. Miller quién tenía los ojos puesto en ellos con el deseo destriparlos. «Que esperan… ¿que nadie más desea ser asesinado?», de su boca empezó a brotar una especie de baba blanca mostrando una mirada extendida en forma de círculos con diminutas venas rojas que sobresaltaban de sus gafas transparentes, haciendo que su cabello oscuro, en una clase de peinado hacia atrás, pasara desaparecido junto a la camisa celeste y a los pantalones negros que llevaba puesto y que teñían de la sangre del estudiante que había asesinado.
«Este tipo va a matarnos ¿Que nadie hará algo?», pensó Allen temblando de miedo.
«No debí haber venido a clases hoy ¿ahora que voy a hacer?, ni siquiera tuve sexo con una chica. Moriré virgen», acontecía entre lágrimas lo sucedido Bud Wilde; estudiante de 4to “E”.
«Así que va enserio lo de matarnos y yo que creía que se trataba de una broma mal intencionada, pero ahora que los veo todos, dudo que alguien sea cómplice de esto», la inseguridad y el miedo se habían apoderado de la mente de Paul Geffre llevándolo a tomar la sabía decisión de rodearse de estudiantes por si se desataba una masacre.
«Me pregunto si todos saben igual de exquisitos que los dos estudiantes que me desayuné en la mañana», los pensamientos que tenía Miller lo llevaron a poner una sonrisa tétrica y a tener una agitada respiración que denotaba su ansiedad por comerlos «Creo que tendré que averiguarlo yo mismo», impaciente por ejecutar su plan macabro, abrió la boca convirtiendo a su faringe en un tubo de carne y liberó un grito desgarrador con un sonido agudo que dañó los tímpanos de los estudiantes «Duele», se quejó Sean cubriéndose los oídos al momento de estampar su cuerpo contra el piso. Cuando Miller detuvo sus gritos, miradas hambrientas aparecieron en los bordes del centro de la puerta de entrada, donde antes había un vidrio en forma de cuadrado, que los estudiantes tuvieron que romper para escapar.
«Desayunen bien que después de esto no habrá comida en 5 días», de alguna u otra forma Miller parecía conectar con los otros profesores como si fueran uno solo en pensamientos, llegando a mostrar sus verdaderas formas al unísono, saliendo uno por uno en busca de comida arrastrándose por los suelos a un ritmo acelerado al carecer de piernas. La ventaja que tenían sobre sus víctimas era limitada, así que la aprovecharon para devorar a unos cuantos estudiantes que estaban inmovilizados por el miedo, mientras que el resto huyó despavorido dispersándose hacía las zonas laterales de la escuela, pero solo consiguieron caer en la trampa de los otros maestros que al tenerlos a la vista, se arrojaron del segundo y tercer piso destrozando las paredes de cristales, para caer encima de algunos de ellos y devorarlos. Sean quedó perplejo viendo como los demás estudiantes morían frente a sus ojos, incluso cuando uno de sus amigos que estaba cerca a él había sido atrapado por uno de esos maestros hambrientos que moría por clavarle los dientes, ni siquiera pensó en ayudarlo.
–Sean ayúdame –le suplicó a duras penas.
Sin decir nada Sean solo lo miró fijamente a los ojos con una expresión de “lo siento” y salió corriendo de ahí, al sentirse incapaz de arriesgar su propia vida para salvar la de otros. En eso una voz familiar llegó a sus oídos. «¿Sarah?», puso a su mirada en retroceso y vio a una chica desesperada por impedir la muerte de una de sus compañeras que estaba siendo deglutida por dos maestros hambrientos que la devoraban con bastante deleite. «Pero que hace, acaso está loca. Si no corre también morirá», no obstante otras dos chicas aparecieron y la tomaron por la fuerza para llevarla a un lugar seguro pasando por alto sus gritos melancólicos, pese a que ella se resistía a ser llevada. Sean la perdió de vista dejando que se fuera y siguió su propio camino, ambos por lados diferentes.
Todos los estudiantes se habían dispersado por cada rincón de la escuela, ahora solo quedaban profesores y un montón de cadáveres siendo devorados en el patio frontal, vigilados por el sr. Miller que caminaba entre ellos con una total seriedad, para después detenerse al lado de un cuerpo sin vida y mirarlo con detenimiento. «Pero que desperdicio».
La tensión y el peligro se habían apoderado de las zonas laterales de la escuela donde cientos de estudiantes corrían despavoridos en una sola dirección, ya que venían siendo perseguidos por una muchedumbre de profesores hambrientos, la suerte no les duró mucho y varios de ellos fueron alcanzados y devorados sin piedad. En la desesperación Sean se detuvo en seco con un plan que le salvaría la vida. Esperó que el estudiante que venía detrás de él se acercara un poco más, y justo en ese momento dio media vuelta y lo embistió con toda su fuerza derribándolo en el acto.
–¿Que te pasa?, si no seguimos corriendo nos matarán a ambos
–Te equivocas… yo no moriré –sentenció Sean entre lágrimas de culpabilidad.
Lo sostuvo con fuerza para que no se levantará del piso, usando también el peso de su cuerpo y atestiguando al unísono las súplicas del estudiante, llorando en la amarga faceta de un chico que se perdía poco a poco en la locura.
–Por favor no lo hagas más difícil –pidió Sean esperando que comprendiera sus razones.
«Si pude hacerlo una vez, puedo hacerlo de nuevo. Solo tengo que resistir», vio como el estudiante enloquecía de temor tanto que ya no pudo sostenerlo más tiempo, y lo abandonó en el preciso momento en el que los profesores hambrientos lograron alcanzarlos.
«En verdad lo hizo», era Rhett Maynard; un estudiante de 5to “B” que parecía enterarse recién de la situación, oculto en medio de la oscuridad que había devorado el perímetro completo de los pasillos. Su mirada era seria y calmada y eran dirigidas a Miller, estando de pie en el borde de la superficie del segundo piso donde antes era una pared de cristal, analizando detalle a detalle como los profesores devoraban a sus compañeros en el patio frontal de la escuela, mientras que el sr. Miller luego de haber contemplado a un cadáver, lo vio girar hacia él para mirarlo fijamente a los ojos con el deseo de también comerlo. «Ni creas que nos olvidaremos de ti», Miller lo saboreó a la distancia y Rhett lo había notado, y aún así no mostró pavor.
Una respiración sumamente agitada brotó en Sean Allen al correr desesperado sin importarle el cansancio total que había en su cuerpo, deteniéndose casi al instante frente a una ventana abierta del cual provenía una espesa sombra que cubría por completo el interior del salón, siendo esa su única opción de escape, aunque no le resultó nada sencillo debido a que estaba un poco alto y tuvo que saltar para alcanzarlo, y los trozos de vidrios aferrados en los bordes de la ventana le generaron severos cortes en los brazos al querer llegar adentro. Ya en el salón no consiguió ver nada como si tuviese algo puesto sobre los ojos. Y tuvo que esperar que transcurrieran varios segundos hasta que logró vislumbrar a un grupo de once estudiantes arrinconados en un extremo diferente de la pared, rodeando el perímetro acompañados por un completo estado de silencio. Cuando vieron a Sean, uno de ellos llamado Bud Wilde le indicó con el gesto del dedo en los labios para que no hiciera ni el más mínimo ruido.
La vista panorámica de la escuela era tétrica dejando un aspecto muy desolado y sombrío en los pasillos, que no demoró en ser invadido por una voz oscura en modo de susurros revelando el lado más siniestro de Miller que provenía de los altoparlantes colocados en los tres pisos de la escuela, incluyendo en el borde central de la terraza.
/Que orgullo me da ser su director. Me sorprende que la mayoría haya logrado sobrevivir a la primera masacre, pero la siguiente no será tan fácil que digamos. Cómo no queremos un desequilibrio en este juego, seré breve: si hacemos esto es porque realmente queremos acabar con ustedes, pero la razón va más allá de una simple conjetura.
En décadas pasadas una nueva ley había sido impuesta por el gobierno. Era una ley que prometía proteger los derechos del niño generando seguridad y confianza en ellos mismos para que no se sintieran tan solos en este mundo, pero al transcurrir los años su funcionamiento se fue saliendo de control. Una nueva generación de niños había nacido y fueron ellos los que convirtieron al mundo en un maldito martirio para los adultos.
Un solo toque implicaba un severo castigo para nosotros, entre ellas las que más se destacaban era la condena de muerte y tener una larga vida en prisión… ¿y todo para qué?, ¿Para que sus amigos vieran que podían tener el dominio sobre sus padres?... que tontería. Casi la mayor parte de mi vida me pasé creyendo que mi generación era escoria, pero ahora veo que no fui un error.
Cada año, cada nueva generación que surgía de otros era peor que la anterior, y si no cortamos las podridas ramas que provienen de ustedes, brotaran más y más y el mundo en corto tiempo será historia. Y para hacerlo más divertido decidí inventar un juego que nos mantendrá a todos más despiertos que nunca.
Las reglas serán las siguientes:
•En este juego existen solo dos bandos, los que cazan a sus presas y los que serán cazados. La partida da inicio en el momento que un bando pierde de vista a su oponente, es ahí cuando se efectúa la primera masacre donde por lógica alguien tendrá que morir. Por lo tanto, cada hora cuenta como una pieza importante a tu favor, ya que será tu vida la que estará en juego.
•Y si hablamos de hora, los números pares nos representan a nosotros como maestros y será el punto esencial para efectuar cada masacre que realicemos, mientras que los números impares serán ustedes, unos seres imperfectos que ni siquiera pueden controlar su miedo. Será el momento perfecto para que se planteen sus objetivos y decidan cuál sería la más conveniente seguir: Escapar... Esconderse... O enfrentarnos.
•Como participes de este juego podrán usar cualquier tipo de armas en contra de nosotros que serán dispersados en toda la escuela para su propio beneficio, incluso en ustedes mismos si así lo desean. Recuerden que aquí no existe ninguna salida que no sea por medio de este juego, pero si deciden intentarlo, solo tengan en cuenta una cosa: matar o suicidarse o traicionar a los miembros de tu propio bando, sea cual sea la decisión que decidan tomar todo tendrá un efecto secundario al final del cual dependerán si viven o mueren.
•Imaginemos que esto es como un examen de fin de año y que cada punto representa una masacre, entonces será cuando los alumnos más destacados se darán a conocer no por su inteligencia, lo que aquí determinará será la capacidad que tengan para sobrevivir. Y como ya saben, en un examen se necesita por lo menos de 20 puntos solo 15 para aprobar, y solo lo conseguirán si participan en este juego, eso será sus boleto de salida.
•Lo bueno de esto es que no existe un límite que nos detenga. Podrán matar como nosotros, desquitarse con las personas que tanta odian en esta escuela y hasta satisfacer sus propios deseos impuros. Y contenerse no será una opción mis queridos estudiantes, ya que eso los lastimara aún más. Solo no olviden que nadie estará aquí para juzgarlos.
•Y por cierto, la libertad no será lo único que ganaran en este examen. También podremos borrarles la memoria, así no tendrán que recordar nada. A fin de cuentas no queremos que nuestro campeón sea un demente como nosotros.
•El plazo de supervivencia será de 5 días, hasta entonces procuren no morir pronto, que no queremos cazarlos a todos en un día. Ahora sí, sin más que decir, que la cacería empiece./
|Salón del club literario|
Doce vidas yacían en las penumbras de un salón lúgubre con una distancia separada para evitar incomodar al otro. Sean los miraba a todos con detenimiento sentado debajo de la ventana con el peso de su cuerpo apoyado en la pared. «Soy un monstruo… soy un maldito monstruo… como pude dejarlos morir», liberó unas cuantas lágrimas con la cabeza inclinada hacia el suelo, a consecuencia del remordimiento que lo llevó a perderse en los más imborrables recuerdos de su vida. «Mamá perdóname… papá perdóname... siempre fui una decepción para ustedes... lo siento mucho».
Sean Allen: recuerdos de su vida de hace una semana
Una madre angustiada parada en medio del pasadizo de su casa trataba de dialogar con su hijo para comprenderlo por qué solía actuar como actuaba. Era tan distante y frío con ella, pero no siempre fue así, algo había ocurrido en su infancia que hizo que cambiara de personalidad y eso era una gran preocupación para la madre que intentaba remediar el error que había sembrado la familia Allen en uno de sus integrantes.
–Sean ábreme la puerta. Soy tu madre y merezco saber lo que mi hijo hace las 24 horas del día.
Con tanta insistencia parecía que ya iba a derribar la puerta, y Sean no tuvo más remedio que alejarse de su escritorio para atenderla.
–Ya mamá, tranquilízate ¿quieres?, trato de chatear con mis amigos y me estás interrumpiendo.
La puerta de su habitación estaba medio abierta y apenas se podía ver lo que había adentro con Sean parado en el umbral.
–No me hables así, soy tu madre.
En su habitación había una cama precisamente para el solo y a un costado estaba su escritorio donde tenía su laptop encendida y en la pantalla se mostraba el rostro de un chico que posiblemente era uno de sus amigos.
–¿Hey Sean sigues ahí?, si no te importa me dejaste a mitad de una conversación, ¿no crees que por lo menos deberíamos cerrarlo con un "adiós" o tal vez con un "te veo luego"?
La madre angustiada al ver a su hijo con la misma actitud de siempre, se sintió remplazada y fastidiada con él.
–Si piensas que esa cosa es más importante que tú familia, pues que así sea, pero olvídate que te volveré a traer el desayuno por las mañanas. Si deseas comer puedes bajar a la cocina y preparártelo tu mismo.
–No tienes que repetírmelo, ya estoy harto de que me lo digas siempre –respondió Sean mostrando su desprecio hacia ella.
La madre a punto de romper en llanto sintió que quería agarrarlo a bofetadas, aunque se la veía un poco dudosa.
–Solo inténtalo y haré que el resto de tus noches la pases encerrada en una prisión –amenazó con una mirada fría que no mostraba remordimiento alguno.
–Debí dejarte en un orfanato cuando apenas eras un bebé –dijo la madre llorando de rabia porque su hijo no era el mismo de antes.
–Si…debiste… y fue un error no haberlo hecho ¿no crees?, ahora lárgate, me aburres –le cerró la puerta en la cara.
La señora dolida por las palabras de su hijo, perdió la fuerza de sus piernas casi por desvanecerse en el pasadizo llorando con la angustia de ser ignorada.
«Ahí va de nuevo... que fastidio», pensó Sean al escuchar su llanto, mientras se mantenía con la espalda apoyada en la puerta. Luego se acercó a su escritorio y siguió platicando con su amigo.
–¿Oye viejo esa era tu mamá?, porque realmente casi quedo con la boca abierta al ver cómo la tienes comiendo de tu mano.
–No me admires. Tener padres es lo peor, siempre te dicen que hacer y que no hacer y tratan de controlarte hasta el más mínimo sentido como si fueras su marioneta.
Era una videollamada y su amigo solo se veía interesado en querer saber su secreto, y Sean al darse cuenta de eso fue directo al grano al sentirse no tan importante.
–Solo uso la ley del niño como excusa para librarme de ellos.
–¿Eso es todo? –preguntó sorprendido.
–Si… deberías intentarlo también. Te funcionará –le aconsejó Sean ya aburrido de tocar el tema.
–Lo haría si pudiera amigo… los míos al parecer están locos –bromeó el sujeto y ambos se pusieron a reír.
Era un día soleado y después de platicar por horas Sean al fin decidió salir de casa y dar una vuelta por la ciudad. Se sentía aburrido y fatigado, pero al ir a la cochera de su casa por su bicicleta se mostró más sonriente de lo habitual.
–¿Sean a donde crees vas? –preguntó su padre al verlo cruzar por la cerca cuando lavaba su auto.
–A dónde no tenga que ver tu estúpida cara –murmuró Sean y en instantes ya se encontraba merodeando por las calles de la ciudad.
El tránsito era desolador careciendo de personas y autos que transitaran por Boston, posiblemente por la lluvia torrencial que azotó la ciudad la mañana anterior, y el día parecía tomarse su tiempo para secar los charcos de agua que aún quedaban en las calles. Media hora más tarde Sean ya había recorrido gran parte de la ciudad y pensó que ahora sería bueno pasar por los lugares más abandonados. Cruzó por una calle desconocida dónde la mayoría de las casas eran mansiones abandonas en un estado deplorable. «¿Daniel?», se sorprendió al ver a su amigo siendo el saco de golpes de un trío de bravucones que lo tenían acorralado en el pasto deslucido de una vieja casa inhabitada. Justo en ese momento uno de ellos vio a Sean y le pareció sospechoso que los estuviera viendo y pensó en detenerlo.
–Hey tu, el de la bicicleta roja. ¿Conoces a este tonto? –exigió saber con una voz que reflejaba autoridad.
Sean trató de no entrar pánico y para disimularlo miró atrás de él, por si el tipo se estaba refiriendo a alguien más, pero cuando bajó la mirada supo que la pregunta le correspondía ya que su bicicleta si pintaba del color mencionado.
–Si… el es mi amigo y no lo molesten o se las verán conmigo –confesó Daniel feliz de verlo, pero por su atrevimiento recibió unas cuantas asestadas de golpes por parte de sus agresores.
–Ahora que lo pienso, no recuerdo que nos hayamos visto antes –mintió Sean por temor a también ser golpeado.
–¿De que hablas amigo?, soy Daniel tu compañero de escuela, ¿recuerdas?
–Me estarás confundiendo con otro Sean porque yo no soy ese Sean que tu dices que conoces... ni siquiera mi nombre es Sean, mi verdadero nombre es... es George.. –volvió a negar–. Miren es tarde –contempló el cielo usando el atardecer como excusa para escapar–. debo irme. Adiós –se aferró a su bicicleta y huyó lo más rápido que pudo de ellos.
–Bueno ya oyeron al mocoso, no lo conoce, así que ya pueden jugar con él, muchachos –Daniel los miró nervioso con una sonrisa forzada–. Hoy será un largo día.
«Que bueno que no llegué antes de tiempo o nos habrían golpeado a ambos», la tarde se desvanecía y Sean tuvo que detenerse en una esquina al costado de una tienda de dulces con un letrero que decía “cerrado temporalmente”, frente a un semáforo, a pesar de que no había personas a la vista. Hasta que el semáforo cambiara de señal Sean miró en dirección a la tienda de dulces y notó que a un costado de la acera, en la misma autopista había un pequeño charco de agua que aún no se secaba en el que pudo ver el reflejo de su propio cabello rizado y lo pálido que era su piel. Cuando por fin el semáforo cambio de color Sean tuvo que seguir adelante. «El cielo es extraño y al mismo tiempo agradable que a veces desearía saber cómo será mi futuro. Me pregunto si llegaré a tener una esposa e hijos y un trabajo estable… o si solo seré un bueno para nada», continúo recorriendo por las calles de Boston contemplando con una sonrisa, la vista panorámica espléndida del atardecer. «Solo espero que la vida que me toque vivir sea mejor que la de mis aburridos padres. Odiaría terminar como ellos algún día».
–No deberías malgastar tus lágrimas si todavía no ha sucedido lo peor –la presencia de Caroline Boyle; una estudiante de 4to “G” lo trajo de vuelta a la realidad.
Sorprendido de verla, Sean no podía comprender como era que nada de lo que había pasado hasta el momento no pudo afectarla en lo más mínimo.
–¿Cómo puedes estar tan tranquila?
–Solo trato de no pensar... y se me olvida
Los dos mantuvieron un silencio incómodo en el que Sean seguía llorando sin importarle que una chica tan esbelta como ella lo viera en ese estado.
–¿No me preguntarás por tu novia? –se quiso reír de Sean al verlo confuso–. No me digas que ya se te olvido que tienes novia –bromeó ella tratando de levantarle el ánimo–. Eres raro sabes, pero igual te quiero –le dio un abrazo y luego lo recostó sobre sus piernas para que pudiera acariciar su rostro humedecido de lágrimas–. Si no tuvieras nada con mi hermana posiblemente nuestra relación sería otra.
Una mirada de odio recaía sobre Sean, y era la mirada de Edward Springer, uno de los doce sobrevivientes que se encontraban presentes en el salón del club literario. «Como es posible que una chica tan bonita como ella pueda estar al lado de un tarado como Sean... El hecho de no haber nacido en el mismo entorno me repugna… si yo estuviera en su lugar todo el mundo me amaría, pero en vez de eso solo recibo insultos y burlas. Es tan difícil soportarlo cuando el único deseo que tienes es querer tener amigos. Me odio a mi mismo por no poder matarme, pero gracias a mi sufrimiento sigo aquí... luchando contra lo imposible».
Edward Springer: recuerdos de su vida de hace un año
Un estudiante de 2 grado se había convertido en la burla de tres estudiantes que no lo dejaban en paz, no después de haber empezado a molestarlo arrojando su proyecto de ciencias al piso. Lo tenían aprisionado en el corredor central de la escuela aprovechando que los maestros no estaban presentes ni nadie que lo pudiera salvar.
–Edward es un llorón
–Me dan ganas de vomitar cuando escucho su nombre.
–¿Por qué mejor no te mueres?
–Cómo no quieren que lloré si acabaron con mi proyecto de ciencias –cuestionó Edward arrodillado en el piso levantando con nostalgia sus cosas, mientras lloraba de frustración e ira.
–El fracasado tiene razón no debimos haber acabado con su proyecto, debimos haber acabado con él.
–Por qué me dicen eso ¿acaso les hice algo?
Uno de ellos se acercó a su lado inclinado a su altura para mirarlo a los ojos con desprecio.
–No, pero tú presencia nos estorba… nos aburre… nos da asco... eres un fracasado que nunca tuvo una familia, y jamás lo tendrás porque naciste siendo un fracasado y lo seguirás siendo hasta que te matemos nosotros o te mates tu.
–¡Josh... Frank, dejen de molestar a Edward, no me obliguen a llevarlos a la dirección está vez! –advirtió la profesora de lenguaje al llegar a la escuela y quedar indignada con el comportamiento de sus estudiantes.
–Es la profesora, yo me largo de aquí.
–Yo también.
Huyeron dos de ellos, el otro aún seguía intimidando a Edward.
–Que tengas un pésimo día fra-ca-sa-do.
Se alejó de él y fue junto a sus dos amigos para perder a la profesora.
–Espérenme yo voy con ustedes.
La profesora apenada por su estudiante Edward Springer decidió tratar de consolarlo ya que sentía que él lo necesitaba.
–¿Edward puedo ayudarte en algo?
–Aléjese de mi, no necesito su compasión.
Con lágrimas en los ojos Edward huyó de ella.
|Baño público de hombres|
«Cómo puedo desear tener amigos si todos me odian en esta escuela», lloró amargamente viendo su propio reflejo en el espejo, y repudiándose por tener un estilo de peinado muy anticuado con una línea en el centro, pero lo que más odió de si mismo fue el error de haber nacido siendo el más bajito de su salón.
–¿Ese no es Sean?
–¿Sean Allen el chico más popular de la escuela?
–Si es él.
–Guau… verlo en persona es más guapo y más sexy de lo que pensé.
–Les apuesto a que me acuesto con él después de clases.
–Quiero ver qué lo intentes.
–Trato hecho.
–Ya muero por conocerlo.
Edward no dudó en abrir la puerta del baño hasta cierto punto para ver lo que sucedía en los pasillos, y lo único que pudo ver fue a un tipo raro rodeado de una muchedumbre de chicas, presumiendo su popularidad. «Desde ese día... He decidido odiarte Sean Allen», regresando a la realidad Edward notó que todos seguían ocultos en la oscuridad, cada uno perdido en sus propios pensamientos. «Es difícil aceptar tu maldito destino si la vida de un tarado como Sean es más perfecta que la tuya. A veces solo desearía ser él y saber cómo se siente… ser amado por otros». El tiempo seguía transcurriendo muy lentamente llenándolos de angustia, en especial a Bud Wilde que para no perder la cabeza, buscó una manera de poder platicar con alguien ya que si no lo hacía pronto, sentía que se iba a volver loco por tanto silencio.
–¿Oye tu... crees que sobrevivamos? –le preguntó con una voz tensa al chico de al lado.
El momento se tiñó incómodo para Bud al ver que Christian Fletz lo ignoraba por estar leyendo un libro que había tomado de la estantería de madera que estaba junto a ellos.
–Si te digo que si o no te estaría mintiendo… todo es muy confuso ahora –habló al fin rompiendo el silencio entre ambos, pero sin desprender sus ojos del libro.
«¿Que tipo tan… raro», Bud parecía no comprenderlo mirándolo como un desconocido cualquiera.
Desde uno de los rincones más oscuros del salón literario yacía Kate Anderson recostada en el piso, en el espeso silencio de una tarde sombría sin poder abrir los ojos ni moverse por los efectos de una droga que había consumido horas antes de llegar al punto actual. Ella divagaba en sus pensamientos como una fantasma sin poder asimilar lo que realmente sucedía en la realidad. «¿alguien me podría explicar que sucede?, hello... Chicas estoy aquí, ¿por qué todo el lugar está oscuro?, ¿es una especie de broma o algo así?, ¿chicas?, ¿que nadie me oye?, no quiero interrumpirles lo que sea que estén planeando hacer, pero ya me están pareciendo aburridas. Si van a querer jugarme una broma por lo menos sepan como hacerlo chicas. No es divertido si todo lo tengo que hacer yo. Creo que tendré que... ¿q-que me pasa?.. mi cuerpo no me responde… esto ya no me gusta nada. Estar rodeada de tanto silencio es muy extraño, solo espero no estar internada en un hospital. Normalmente mis amigas estarían suplicando que despertara, pero no las escucho por ningún lado. En momentos como este es cuando desearía estar con mamá».