Mercurio.
Lo último que recordaba era un dolor punzante en su pantorrilla. Recordaba la música, el olor a libros y el dolor. Recordaba que alguien lo había ayudado a llegar a su palacio, prometiendo que volvería a visitarlo más tarde, y recordaba haber sucumbido minutos después.
Ahora no sabía dónde se encontraba.
Había cierto aroma en el aire. Rosas y flores silvestres, advirtió. Le resultaba familiar pero no podía recordar por qué. Tampoco reconocía a las voces que discutían acerca de él. Quiso hacer el esfuerzo de abrir los ojos, pero inmediatamente sintió como las voces amenazaron con irse cada vez más lejos.
- ¿¡Qué ha sucedido!? — preguntó una voz, alarmada.
- No lo sé, yo… lo encontré así — explicó la otra. — Estaba tirado en el suelo, ¡murmuraba tu nombre!
Sintió como lo dejaban caer sobre lo que parecía ser una cama. El aroma se intensificó. Lo siguiente que sintió fue como unas manos examinaron su herida.
- Oh no — escuchó susurrar a la voz.
- ¿Qué sucede?
- Es abrina…
Silencio.
***
- Todo va a estar bien — susurraba la voz mientras colocaba paños fríos sobre su frente. — Vas a estar bien.
La voz parecía hablar más para sí misma. Sonaba triste, preocupada… su voz temblaba. Mercurio se preguntaba el por qué.
Pese a estar más inconsciente que consciente, percibió como una presencia entraba a la habitación.
- ¿Cómo está?
- Es difícil saberlo... Nunca — su voz tembló — he visto los efectos de la abrina en dioses. La fiebre ya debería de haber cedido…
- ¿Qué vamos a hacer? Lleva días sin despertar.
- Estoy bastante consciente de ello, gracias.
- Todo esto es culpa tuya… No sé lo que haya pasado entre ustedes, ni me importa, pero te advierto que, si no despierta, yo mismo haré que pagues por lo que sea que hayas hecho.
- ¿Me estás amenazando?
- Si hasta ahora no he ido a contarle a Universo es porque ya hay suficiente caos allá afuera. Si lo traje hasta aquí es porque confié en que tus cuidados serían suficiente, pero está claro que no es así.
Silencio.
- Despertará.
- Tienes dos días — sentenció la otra voz.
***
Se repetía el mismo sueño una y otra vez. Era exasperante. Por más que quería cambiar sus acciones, no lo lograba. El dolor se cernía sobre él de todas maneras, caía al suelo de todas maneras, lloraba de todas maneras. La traición llegaba de todas maneras. Luego llegaban los gritos.
Se arrastraba hacia la puerta e intentaba abrirla, pero era inútil. Pese al torniquete, la herida no paraba de sangrar. Estaba atrapado. Observaba a su alrededor en busca de otra salida, pero era en vano. Estaba atrapado. Asustado. Le faltaba el aire. Sudaba. Tenía la boca seca. Quería gritar.
Debo salir de aquí.
Pese al dolor, pateó la puerta una y otra vez, en vista de que era su única opción. No supo cuánto tiempo demoró, pero en cuanto ésta cedió, sintió la mirada de los dioses sobre él, pero él solo tenía ojos para aquella figura que lo observaba desde lo lejos.
Ceres.
***
Abrió los ojos muy despacio. Observó su alrededor, seguía sin saber dónde estaba. La habitación estaba apenas iluminada por un par de velas, pero aun así reconoció a la figura que dormitaba junto a él. De pronto, el aroma a rosas y flores silvestres se intensificó.
Quiso incorporarse, quiso huir, pero en cuanto lo intentó sintió como si le faltase el aire y comenzó a toser violentamente.
- ¿Mercurio? — Ceres despertó inmediatamente, abriendo los ojos de par en par.
- Agua — logró decir.
Ceres sirvió una copa y le rodeó para que bebiese.
- ¡Promitor, — llamó, rebosando en felicidad y alivio — avisa a Marte que ya ha despertado!
En cuanto el ayudante se retiró a cumplir sus órdenes, Ceres se dispuso a examinar la herida meticulosamente, en silencio.
- ¿Cómo te sientes? — preguntó al cabo de unos minutos, cautelosamente.
Pese a la semioscuridad de la habitación, Mercurio la observó de pies a cabeza. Estaba pálida, parecía que no había dormido en días, y de alguna manera se veía más delgada. Había estado llorando. Se veía exhausta.
- ¿Qué ha sucedido?
- Tu… ¿no lo recuerdas? — Ceres no se atrevía a mirarlo a los ojos.
De pronto, un tenue destello brilló alrededor de su cuello. Comprendió que su sueño no había sido sólo eso.
- Lo recuerdo — susurró.
Silencio.
- ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?
- Cuatro días.
Silencio.
- ¿Por qué, Ceres?
Silencio.
- ¿No dirás nada?
- No sé qué quieres que te diga… — susurró.
- Merezco una explicación ¿no lo crees? Podrías empezar con eso.
Ceres le sostuvo la mirada, luego la apartó. Apenas logró reconocer aquellos ojos oscuros que solían ser el reflejo vivo de la osadía, y que ahora solo reflejaban remordimiento.
- Yo… — comenzó a hablar mientras se dejaba caer sobre un diván alejado de él, a una distancia prudente, como si el estar cerca no hiciese más que incrementar ese remordimiento, cosa que probablemente era verdad — no he sido sincera contigo.
Si hubiese tenido las fuerzas para reír lo hubiese hecho.
- Pero supongo que ya dedujiste eso — suspiró. — Todo comenzó hace unos meses, cuando Helia me comentó sobre un sueño que tuvo.
Le contó todo. El sueño, el cómo desobedeció las órdenes de Universo y fue a visitar al dios de la Luna, el plan, las cosas que hizo para conseguir su propósito…
- Entonces, en todo este plan… este juego, ¿yo no fui más que un peón para ti? — la verdad lo golpeó como un balde de agua fría. — ¿Sólo una pieza más que podías mover a tu antojo y de la cual te ibas a deshacer tarde o temprano?