Atlas

Sabor agridulce

El vino giraba en la copa que giraba en sus manos, al ritmo de una canción ochentosa que de casualidad habían sorteado en la radio. Era sábado, llovía, y no existía plan más perfecto en el mundo que hacer una rica cena, recostarse abrazados y ver una película. Pero eran jóvenes, vibrantes y llenos de energía, por lo que ahí estaban ambos bailando, sin ton ni son, descostillados de la risa, como dos locos enamorados disfrutando de la compañía del otro sin preocuparse por el informe de la semana que viene, o los impuestos con nuevo aumento, ni la patente del coche que casi estaba vencida. Iban descalzos, disfrutando la alfombra mullida bajo los pies, enredando sus manos, sus pechos, sus lenguas. Estaban enamorados y se veía por la forma en que él suavemente rodeaba su cintura, atrayéndola hacia sí, y le sonreía con infinita dulzura antes de besarla. Y ella se sujetaba de su cuello, en puntas de pie, y disfrutaba del aroma a colonia y del sabor a vino de cereza. Y nada ni nadie podía interrumpir su felicidad ni las descargas eléctricas que recorrían sus cuerpos cada vez que se tocaban. Nadie sería testigo nunca de sus corazones palpitantes en consonancia, siguiendo el ritmo añejo pero nunca oxidado de sus cuerpos unidos bajo las sábanas.

Pero la noche comenzaba a dar paso a la aurora, e incluso ellos sabían que era hora de descansar. Entre risas suaves y caricias en el pelo, ella le dio un último beso antes de retirarse a la habitación para quitarse la ropa.

Se sentó en su tocador y le echó una ojeada al espejo, riendo al notar que, en efecto, estaba algo ebria. Cuando comenzó a quitarse el maquillaje, ese tan bonito que a él le encantaba, el algodón pasó con demasiada presión por debajo del ojo, causándole un pinchazo de dolor. Retiró la mano de inmediato, advirtiendo en su reflejo las manchas violáceas y amarillentas que comenzaban a vislumbrarse. El vino se le hizo agridulce en la garganta y ya no reía.

Escuchó un estallido de vidrios provenir de la cocina y su cuerpo entero se sobresaltó, cada poro de la piel, sintiendo de repente el corazón en la boca. Dos segundos más tarde sonrió y suspiró, retomando su tarea desmaquillante. ¿De qué se asustaba? Seguro se le había caído un plato. Además, él le había prometido que no volvería a hacerlo. Porque le había dicho que la amaba, que era su vida, que se había equivocado y realmente lo sentía. Y ella le creía. Porque lo amaba, era su vida, y se había equivocado al ponerse aquel vestido tan provocativo. Así, llegando a un acuerdo, las cosas se resolverían para siempre.

¿... Verdad?

 

(&)

Este es un relato sobre violencia de género. Yo, como mujer y como ser humano, denuncio y rechazo por completo esta clase de relaciones tóxicas. Dejemos de romantizar la violencia, dejemos de justificar el machismo. Por favor, seas hombre o mujer, si te sentiste identificado con la historia de esta pareja, por favor tómate unos minutos para reflexionar acerca de la posición en la cual te encuentras en tu vida. 

Muchas gracias.



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En el texto hay: naturaleza, reflexiones, humanidad

Editado: 18.01.2019

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