Atracción Destructiva

Capítulo veinticinco

Skyler:

Miré el reloj de mi muñeca. En definitiva la clase ya había empezado y si llegábamos a terminar la charla temprano no me iba a dar la cara para entrar al salón. Sería juzgada y avergonzada frente a todos, y no sé si había quedado claro antes, pero a mí no me gustaba atraer tanto la atención de las demás personas, mucho menos de adolescentes que se reían cuando el profesor te llamaba la atención cada que hacías alguna cosa fuera del reglamento o fuera de sus gustos. Y con las palabras de White en la mañana —algo que me daba mucho coraje recordar— que seguían en mi mente me provocaban vergüenza cuando me imaginaba siendo humillada una vez más.

«¿Cómo se le ocurría decir eso?» Volví a preguntarme pero opté por sacar eso de mi mente. No era importante y ya había sido parte del pasado.

Miré a mi alrededor y temí que una araña estuviese tejiendo su tela sobre mi cabeza, por lo que me dispuse a mirar el techo. Quedaba claro que ahí hacía tiempo que nadie pasaba una escoba o un plumero. Seguramente las ratas estaban escondidas esperando nuestra distracción para comernos vivos. Sonaba estúpido, pero era tanta la acumulación de cosas y tanta la mugre que quería salir corriendo. Era como el sótano de una casa que había sido abandonada un siglo atrás. 

El foco era sostenido por un cable negro lleno de polvo y prácticamente estaba rodeado por telarañas. Las paredes estaban llenas de lo mismo y de inutilidades como una televisión vieja, almohadas, un par de bicicletas de niños y entendía muy poco qué hacía eso allí, pero estaba segura que una explicación habría existía para ello. El piso también tenía mucha tierra y nuestras pisadas quedaron marcadas en ella. Al fondo de todo había un ropero enorme muy viejo con un espejo mugriento pegado en una de las puertas. También tenía varios orificios en él y unas marcas de arañazos que me llamaron mucho la atención. 

La temperatura había bajado desde que cruzamos la puerta, de eso no cabía duda alguna. Me abracé a mí misma y miré a Jason, el cual tenía que darme una buena explicación sobre varias cosas que no estaba logrando entender por mi cuenta. 

Levanté las cejas. 

—¿Me vas a decir...?

Tosió con fuerza e hizo una mueca cuando estaba por responder. Joder... Jason estaba aún peor, su cara me lo decía a gritos, en realidad, todo su cuerpo lo expresaba así. Tiritó de frío y respiró profundo antes de contestar. 

—Necesito que me ayudes con algo. 

—Antes que todo... ¿estás bien? Luces pésimo, Jason —comenzaba a preocuparme por él, por su estado de salud y por lo que sea que él necesitase. Algo me decía que las cosas no andaban bien; bueno, eso estaba clarísimo, pero tenía la sensación de que estuviesen peor que mal. 

Di un paso adelante y él retrocedió, pero yo no le quise preguntar el motivo y lo dejé pasar. Me centré en lo quería hacer, que era nada más que tocarle la frente para comprobar una teoría que rondaba por mi cabeza. 

Estaba volando de fiebre. 

—¡Joder! Jason, necesitas que un doctor te revise, estás volando de fiebre. Has pasado los treinta y nueve grados, estoy segura.

—Estoy bien. 

Sí, claro, y yo soy Miley Cyrus. 

Rodé los ojos. 

—No, no lo estás. Puedo ser muy tonta a veces, pero sé diferenciar cuando alguien tiene mucha fiebre y cuando no. 

—Sólo tengo un poquito de fiebre, no exageres. 

—No estoy exagerando.

—Necesito que me ayudes —respondió con impaciencia. Cuando él tenía esas actitudes me caía mal—. ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes ayudarme?

—Sí, llevándote a la enfermería, con eso te voy a ayudar —de reojo vi que negó.

Se frotó la cara con frustración y suspiró largamente para luego empezar a respirar con una dificultad que me asustó. Su cuerpo estaba tenso y la camiseta que Jason llevaba puesta estaba comenzando a mojarse de la transpiración. Sus ojos pararon en los míos y los vi lagrimosos, como si estuviese a punto de llorar, como si le pasase algo sumamente feo y volvió a toser con algo de fuerza, seguramente raspándose la garganta en el acto. Lucía como si no hubiese dormido en una semana, estaba demacrado y la palidez que llevaba era la de un muerto. El cabello estaba despeinado y algunos mechones se pegaban a su frente.

—Jason —empecé a decir y me acerqué para sostenerlo cuando se tambaleó. Respiró pesadamente y cerró los ojos un instante. La mueca en su rostro me hizo pensar que mi tacto le molestaba, que le hacía daño, pero no me dijo nada y yo tampoco, sólo lo observé pensando en su estado de salud, en qué le estaba pasando, y en qué cosa podía llegar a tener para estar de esa forma tan llamativa.

—Estoy bien —apretó los dientes y al fin me miró—. Necesito que hables con tu tía, tienes que pedirle algo de mi parte. Tiene que ayudarme.




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