Capítulo 34: ¿Me Amarás Alguna Vez?
Mikhail.
Toda mi vida he estado estancado en una sola tesitura: no enamorarse de nadie.
La únicamente vez que me sentí atraído por una chica, no terminó en lo absoluto bien. Esa fue Nox. Después de ello no he vuelto a sentir lo que se supone que debo sentir con ninguna otra chica... hasta que conocí a la niñera. Kathleen Taylor.
Por primera vez, mis intenciones no son las que tendría con cualquier otra chica. No pretendo hacerla mi esclava sexual, ni siquiera pretendo llevármela a la cama a menos que ella sea quien me lo pida. Aunque no debo negar que cada vez que estamos juntos, cada vez que nos besamos, cada roce me vuelve completamente loco. Mi autocontrol ha sido tolerante, pero estoy consciente de que pronto no será así.
Ella me hace sentir diferente, y lentamente ha cambiado cada parte de mí.
Lana suspira, recostando su espalda contra el casillero de al lado. Tiene una expresión triste en su rostro, y me pregunto qué le habrá ocurrido ahora.
Lana Smith es la chica perfecta. La chica que mi madre querría para mí, la chica que me ha conocido y soportado desde que teníamos dos años. Esa chica que siempre tiene palabras de aliento, y consejos para hacer de tu vida menos miserable, para calmar tu culpabilidad. Para apoyarte, reconfortarte, consolarte, y sacarte una sonrisa cuando más lo necesites. Sus sentimientos son genuinos pero al mismo tiempo tan frágiles como un vaso de cristal, como todos tiene su propio caos, y aunque siempre trata de parecer fuerte y alegre, hay días en los cuales se desmorona, y así como ella siempre está para todos, necesita de alguien que este allí para ella.
Sus ojos verdes se centran en la taquilla de en frente, su mirada carece de expresión mientras su dulzón aroma a colonia me embriaga. Me duele verla así.
Los padres de Lana jamás están en casa, y aunque su hija es una de las próximas aspirantes a la aplicación de una beca en Harvard, ellos no hacen más que construir más muros entre ellos.
Cierro mi taquilla con cuidado, y tomo su rostro entre mis manos, obligándola a mirarme. Sus tristes luceros se fijan en los míos, pero su expresión es distante como si su cuerpo estuviese presente pero su mente volando en otra dimensión.
—Ey... ¿Qué ocurre? —le pregunto en un timbre suave.
Ella se muerde el labio inferior, y puedo notar el esfuerzo que hace por tragarse las lágrimas.
Hace más de tres semanas que no nos vemos, he estado ocupado en el equipo de básquetbol, el entrenador nos está exigiendo más de lo que estamos hechos para dar ya que el campeonato se aproxima, además de pasar parte de mi tiempo acosando a la niñera. Mi niñera.
La niñera de tu hermano, estúpido.
Mía.
—¿Es por tus papás? —cuestiono, acariciando su suave piel con la yema de mi dedo pulgar. Ella suspira, soltando su labio tembloroso.
—Es difícil de explicar... —su voz se quiebra, y recurre al llanto.
La sostengo entre mis brazos masajeando su cabello con mis dedos. Es suave, y huele a acondicionador de vainilla. Puedo sentir la vibración que produce su cuerpo, y sé que está llorando.
Debería preguntarle porqué, pues la intriga, los nervios, y la culpa están matandome a sangre fría. Sin embargo, esperaré por su respuesta cuando esté preparada. No quiero presionarla...
Ella rodea mi abdomen con sus brazos con tanta fuerza, como si no quisiera soltarme nunca.
Minutos después se desliga de mis brazos debido al estrepitoso ruido de la campanilla. Ella tiene su nariz roja al igual que sus ojos, pasa el dorso de su mano para limpiar el residuo de las lágrimas, y evita el contacto visual a toda costa.
—Lana... —musito pero ella se mantiene ocupada arreglando la corbata de su uniforme—. Lana si necesitas hablar con alguien sabes que puedes contar conmigo siempre —le aseguro.
Ella asiente, entrecerrando los ojos ligeramente hacia mí. Forza una triste sonrisa en sus labios que se asemeja más a una mueca.
—Lo sé, Mik. Debo irme a clases —dice en un murmullo de grillo. Tuerzo los labios, y me acerco para depositar un suave beso en su frente, haciendo que un sollozo vuelva a escapar de su boca.
—¿Nos vemos al rato?
Ella mira hacia al suelo aún con la nariz, las mejillas y los ojos rojos.
—Seguro.
Mi pecho se estruja al verla caminar con desgano hacia su salón de clases. Ella no es así.
Lana está escondiendo un secreto. Y algo me dice que no puede ser bueno para dejarla caer en ese estado de depresión.
Suspirando, cuelgo mi mochila negra en mis hombros para dirigirme al salón de química cuando de pronto me tropiezo con un cuerpo. Una chica cae en el suelo, y junto a ella una pila de folletos. Estrecho mis labios, y me coloco de cuclillas para ayudarle a levantar cuando de pronto la identifico. Su cabellera chocolate con abundante rizos además de unos ojos grandes, y escrutadores.
Ladeo la cabeza, y esbozo una sonrisa lobuna.
—Rosie Hamilton.
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Editado: 17.11.2021