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Llevo media hora esperando a que Isabella se marche ya que no la quiero ni ver y no sé por qué.
Hasta que escucho el deportivo de Isabella irse puedo salir tranquila de mi escondite para irme directo corriendo a la parada de bus, ya que sé me voy muy tarde y no quiero pasar la vergüenza de la otra vez.
Al entrar a la preparatoria lo primero que me encuentro es la carismática cara de Eva con su enorme sonrisa.
―Mi niña, ya vas muy tarde.
―Sí, lo sé Eva, lo siento ―lo digo lo más sincera que puedo.
― ¡Pero ¡qué sientes! Lo sentirás cuando te pongan un reporte. ―Me regaña y con eso salgo corriendo para la clase.
Subo las escaleras lo más rápido que puedo, lo malo es que siempre fui pésima en la clase de deportes y tengo miedo de volver a tener que ir a la enfermería una vez más.
Mientras paso por el pasillo para ir directo a clases puedo divisar a lo lejos a un grupo de chicos, aunque aún no los logro identificar.
Me voy acercando puedo identificar las caras y… ¡¿Porque el mundo tiene que estar en mi contra?! De un momento a otro solo me le quiero lanzar encima y acabar con él de una buena vez.
Lo primero que mi cuerpo hace por instinto es dar media vuelta y por un momento pensé que toda iba estar bien pero delante de mí tengo a Evan, el capitán del equipo Fútbol.
―Oye preciosura, ¿pero para dónde crees que vas? ―me pregunta tomándome de los brazos para pegarme a él.
―De un manotazo me suelto y le respondo―. Eso a ti no te interesa, así
que con permiso. ―Intento rodearlo, pero es inútil, no me deja irme.
―Uhhhhhhh. Oye Hunter, nomás mira a esta chica. ―Y como buen chico él se voltea al ser llamado junto con los demás, los cuales no recuerdo sus nombres.
Quedo atrapada entre todas las miradas, mi cuerpo empieza a sudar y mis nervios se alteran.
―Hey Evan, ¿quién es tu amiga? ―le pregunta el otro chico.
Yo solo me quedo viendo a Evan para que responda algo, pero el muy inútil solo sonríe y yo me muero de vergüenza.
Por un instante mi vista choca con la de Hunter, pero no puedo descifrar su mirada y ya que nadie dice nada yo prefiero largarme.
Atravieso los pasillos lo más rápido que mis piernas me lo permiten, a lo largo puedo divisar la salida y el aire regresa a mí.
Sin embargo, por estar viendo la puerta no me doy cuenta cuando mi pie se dobla y caigo de bruces al suelo.
Cuando intento levantarme una mano se posa frente a mí y sin ver quién es la acepto.
―Gracias. ―Cuando por fin estoy de pie levanto la vista y ¡oh Dios! ¿Por
qué solo a mí me pasa esto? ―. Yo… y-yo... este yo... ―Dios, ¿por qué no puedo terminar una simple frase?
―Yo... ¿qué paso, Caperucita? ¿Te comió la lengua el lobo? ―Me mira de una manera burlesca y lanza una carcajada.
― ¿Qué? No, es que yo...
―Eres una mentirosa. ―Lo miro y no entiendo a qué viene eso.
― ¿Qué?
―Que eres una mentirosa, pequeña. ―lo dice mientras se recuesta en uno de los casilleros.
―Discúlpame pero yo no soy ninguna mentirosa y no tengo ni la menor idea de porque me dice así. ―Le suelto de una sola vez.
―Uch, la gatita sacó las garras.
¿¡Qué?! ¿Me acaba de decir gatita a mí? Nadie me dice gatita y él no va hacer la excepción. ―Escúchame bien pedazo de yeso, yo no soy ninguna gatita, mi nombre es...
―Alaia, lo sé.
―Correcto, mi nombre es Ala... ―De un momento a otro todos mis sentidos vuelven a mí y capto me acaba de decir ¡Alaia! ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Cómo es posible que se acuerde de mí? ¿Será que recuerda la cachetada?
―Ehhh sí, este tú... te dijo, digo hablaron y ya... ―Lo último lo digo en un susurro que apenas se escucha.
― ¿Que si me acuerdo de lo que me hiciste? ―Se me queda viendo con sus ojos color miel.
―Sí. -―Se lo suelto de una sola vez y bajo la mirada.
Así pasaron unos segundos hasta que siento su mano rodeando mi rostro y mi cuerpo se tensa, lentamente levanta mi rostro hasta que nuestras miradas se conectan. Por un segundo me quedo perdida en su mirada hasta que habla y tengo que volver a la realidad.
―Aún tengo la duda, hasta cuando me volverías a dirigir la palabra. ―No puedo creer que tenga una sonrisa tan hermosa.