¿aún hay esperanza?

Capítulo 4

En un segundo, solo en una milésima de segundo tu vida puede cambiar, ya sea por grandes cosas o puede cambiar drásticamente por cosas simples y sin importancia, dicen que las cosas grandes son las más importantes, pero la verdad es que las cosas pequeñas pueden ser devastadoras, como si alguien rompiese una ventana, los pedazos grandes serían los más fáciles de recoger mientras que los pequeños son los que se clavan en manos y pies causándote dolor si no tienes cuidado. Hay que cuidarse de las cosas grandes, pero más aún de las pequeñas, porque si no las valoras, las cuidas o simplemente no les prestas atención, se perderán causándote un gran dolor y difícilmente podrán ser recuperadas. Ellas, tres jóvenes ignoraron las pequeñeces, como una cena con su familia, como despertar y ver que a los que amas Dios los ha guardado, como los abrazos de su madre y la compañía de su padre, pequeñeces cotidianas sin importancia aparente o como el casi inaudible sonido de una rama al quebrarse, pequeñeces sin importancia decían, eso creía la gente, pero si nos ponemos a creerles a las personas y no a la palabra de Dios, lamento decirles que la gente varía, las creencias cambian, las modas se van junto con los “amigos”, el amor que te confiesan se lo lleva el viento, pero algo que nunca cambiará y siempre permanecerá es la palabra de Dios, el resto son puras falacias. Ellas ignorando, pero un día simplemente ya no pudieron más y aquel día había llegado, y aquel día era hoy.

La rama del viejo árbol se había roto tirando a las princesas al suelo, sus cuerpos rodaron por la pequeña colina ocasionándoles heridas y lo peor adentrándolas en la oscura cueva, las confundidas y magulladas muchachas corrieron para escapar, confundiendo la salida y sumergiéndose más en las tinieblas, cada una tomando un camino distinto. Acacia fue la primera en darse cuenta de su gran error, pues justo en frente de ella estaba un pequeño lago, de repente ella se encontraba avanzando hacia él, su cerebro no conectaba con su cuerpo, lo que veían sus ojos era tan hipnótico que la aterraba, sin darse cuenta ya estaba en la orilla, sus dedos apenas tocaban el agua, con toda la fuerza de voluntad que pudo reunir, se levantó y corrió en dirección contraria del mortal lago, sus pies se movían con rapidez, pero parecía no avanzar hasta que desafortunadamente tropezó y cayó en el lago, su destino era morir. Desobediencia la mató, no físicamente, no aún, los dioses sabían que el peor castigo no sería quitarle el sufrimiento, sino que viva con él, con la vergüenza y la culpa, esclavizarla a ella y que crea que no pueda escapar, después se encargarían de lo otro, ya habían logrado hacerla caer solo faltaba que ella siga creyendo que no hay escapatoria, de allí en adelante ella misma se pondría la soga al cuello. El cuerpo de la chica se comenzó a hundir lentamente, ya no se podían diferenciar sus perspicaces ojos grises entre el agua, faltaba poco para que el escaso oxigeno que le quedaba se escapara de su boca por medio de burbujas, inesperadamente una gran y hermosa cola comenzó a formarse sin dejar rastro de sus piernas, el dolor era insoportable como si le arrancaran parte de ella, una parte necesaria para vivir, al fin volvió a respirar, pero no se podía mover expresándolo más claramente no quería moverse, pues cada movimiento le dolía causándole una agonía indescriptible, no pudo más, su cuerpo no resistía tan drástico cambio, simplemente sus ojos se cerraron y ella cayó inconsciente en el fondo del lago, sin esperanza alguna de volver a salir viva de allí. Acacia se rindió, no luchó, no se esforzó simplemente dejó que su cuerpo se desvaneciera al igual que sus pensamientos después de desmayarse, tirada en el fondo del lago los dioses vieron la oportunidad perfecta, el lago comenzó a secarse poco a poco, el vasto lago que una vez contemplaron sus ojos, se fue desvaneciendo al igual que la última esperanza de vida de la joven, una pregunta quedó en el aire ¿alguien podría salvarme? Nadie le respondió, o simplemente no lo escuchó.

Damalis no podía creer lo que sus ojos veían, la vista del bosque en el que se encontraba era simplemente maravillosa, al fin había encontrado la salida de la cueva, solo que antes debía descender a lo que a sus ojos era un fantástico bosque, se sentó en un tronco, admiró el paisaje, la verdad ella no entendía por qué su mama siempre le prohibió venir aquí, “no sabía lo que ella y aunque lo supiera no sabría apreciarlo”, pensaba la joven aun admirando los árboles y simplemente decidió hacer de este su lugar favorito a pesar de conocer las futuras oposiciones de su madre, además qué había de malo salirse un poquito de las reglas, mientras ella estaba sumergida en sus pensamientos y deleitando sus ojos no percibió que una bestia la estaba observando desde lejos, como la belleza de la joven morena adornada el paisaje, la creatura se llenó de ira y envidia deseando arrebatarle lo que tanto “presumía”, sus dorados bucles estaban danzando con el viento entretanto la bestia se acercaba sigilosamente, pero su plan se vio frustrado al pisar en falso una rama alertando a la joven quién al ver a la bestia salió corriendo, Damalis con nerviosismo obligó a sus piernas para que se movieran, estaba cerca escuchaba los bramidos que la perseguían, su temor la inundó y cayó en la trampa, también iba a morir. La joven recordó cuantas veces su padre le había contado historias de como los dioses lo habían salvado, entonces tomó la decisión y rogó a Zeus por su vida, con sus brazos en el aire y sus ojos cerrados, sintió como la bestia pasó de largo, la habían salvado, eso creía, les daré una pista “mono no mata a mono”. Al verse dio un grito, su piel morena ahora tenía la apariencia de madera, su cabello seguía igual, alzó sus brazos para recogerlos, pero sorpresivamente se convirtieron en ramas y sus bucles en hojas doradas, de sus piernas se desprendían raíces, del sobresalto los bajó bruscamente y decidió no volverlos a subir, mientras caminaba a la salida escuchó un grito conocido, uno que le heló la sangre y la preocupó más de lo usual.




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