El hermoso color café de sus iris se había tornado de repente oscuro tratando ingenuamente de entender a su mellizo. Mathías podía engañar a todos menos a su hermana.
Sus labios delgados y resecos fueron el hogar de la mueca de Annet.
—Hermano, se sincero conmigo, ¿la hija del vizconde había llamado tu atención? El brillo de tus ojos me hace pensar todo lo contrario sobre lo que le dijiste a Maxon—habló mirándolo con una confusión tremenda. Por un momento recordó cuando de niños un día a la semana sólo jugaban y se olvidaban todos de sus títulos.
La realeza no sólo cambió a Mathías o, a Maxon, los cambió a los tres.
El príncipe quien había estado cabizbajo sosteniendo un retrato de la antigua princesa del reino alzó la mirada clavándosela.
Sentía un enorme odio, envidia y rabia por Maxon. El rey siempre debía quedarse con lo mejor mientras ¿él qué? Debía conformarse con poco, detesta al rey, detesta que sea su primo e incluso detesta como su propia madre, la difunta princesa lo haya preferido mil veces a él.
Sus puños de un momento a otro se volvieron blancos, Annet se asustó por ver a su hermano tan colérico ¿acaso se ha enamorado de la hija del vizconde? Se preguntó, era muy pronto para eso, pero muy pocas veces Annet no medía su boca.
—¿Acaso te enamoraste de ella? —insistió reduciendo a nada la paciencia del príncipe, un volcán estalló en su interior soltando una carcajada ronca, una que le raspó y le atravesó el corazón al príncipe.
—¿Enamorarme, Annet? No seas tonta, el amor no existe, no hay espacio para el amor en la monarquía. Solo me causó intriga y nada más. Maxon puede quedársela, no me importa—declaró fingiendo e intentando creer en las palabras que habían salido de su boca, pero cada una de ellas salió con rabia, coraje e ira.
Mathías podía ser un caballero, pero a la vez un monstruo. Annet lo sabía y no se asustó cuando vio esa rabia acumulada en los ojos cafés y oscuros de su hermano.
—Mamá y papá se enamoraron a primera vista—susurró cohibida por lo intimidante que podía ser el príncipe, Mathías no tenía nada que envidiar físicamente. Sus facciones eran hermosas, unos pómulos definidos y unos labios finos, pero esa belleza jamás le servía si todas lo dejaban por coquetear con el rey.
Una carcajada llena de burla resonó por los aposentos del príncipe. Annet se sonrojó a causa de la furia. Mathías la estaba hartando, pero solo viendo a través de la mirada del príncipe se daría verdaderamente cuenta de lo que ocurre.
—No me hagas reír, Annet. Mamá se enamoró y ¿cómo terminó? Repudiada por nuestros abuelos y el reino al haberse entregado a nuestro verdadero padre sin antes casarse y ese bastardo que nos engendró la abandonó. Ellos no se enamoraron, el amor no vale, Maxon también es un ejemplo—le recordó a la infanta que molesta y furiosa lo miraba mal, enterrándole unas flechas enormes.
Antes que los mellizos nacieran su madre, la princesa había fijado los ojos en un plebeyo del cual se enamoró, le entregó lo que le debía entregar a su futuro prometido que la esperaba, habían arreglado su matrimonio, pero la princesa fue en contra, cuando el plebeyo la abandonó embarazada no tuvo de otra que casarse con el marido que desde un principio debió guardarse. Tuvo suerte con el esposo que le tocó y ambos con el tiempo empezaron a quererse. Él crio a los mellizos como sus hijos, porque lamentablemente no podía dejar embarazada a la princesa, era estéril, sin embargo, vivieron lo mejor posible juntos, queriéndose hasta que la guerra se los llevó a ambos.
Annet sufrió bastante porque amaba demasiado a su padre, aunque no la engendró, para ella su padre solo era él mientras que Mathías siempre fue frío, calculador y solo se comportó como su padre veía que lo hacía con su madre.
Sus mejillas se inflaron y solo provocó la risa del príncipe.
—¿Y entonces qué harás?
—Lo que tenía pensado, casarme. Prefiero elegir a una esposa y luego irme, no quiero volver a verle la cara a Maxon—rugió molesto. Se había resignado, anhelaba más que nada algún día tener la corona sobre su cabeza y gobernar como hubiese querido, pero hasta que Maxon no muriera sin dejar un heredero no podía ascender.
Por un momento se maldijo por haberle prometido a Lord Arturo desposar a una de sus hijas, quizás si Maxon no estuviera dispuesto a tenerla él podría conquistar a Ayme. El príncipe era un caballero, hombre de una sola mujer y respetuoso, pero no le ayudaba mucho que el rey estuviera compitiendo contra él. Al final, la palabra de Mathías valía más que cualquier cosa.
Annet cayó, su furia disipó cuando sintió ese tono de melancolía en la voz de su mellizo, quiso acercarse, pero Mathías la apartó.
—¿Ya no lucharás por el trono? —le preguntó, la infanta al principio lo apoyó con la intención de volverse invencible a su lado, pero ahora estaba preocupada por su mellizo. El príncipe no contestó—No puedes irte, eres parte del ejército, ellos no te dejaran irte—trató de retenerlo para que no la dejara, Mathías es capaz de dejarla, estaba desesperada, perdió a sus padres y no quiere hacerlo con él.
Lo tomó del brazo reteniéndolo, se convirtió en el metal más pesado para que su hermano no se fuera. El príncipe sintió el miedo de su hermana, pero a veces es tan tonta que duda que ambos hayan compartido vientre. Sin duda, la debilidad de Annet era ser vulnerable y dependiente de él.
—Pediré un permiso especial para retirarme y viajaré al norte del país, créeme que aquí no me necesitarán. El rey lo puede con todo, él jamás pisó el campo de batalla y siempre me enviaron a mí, yo tengo más experiencia, pero al consejo no le importa, nadie lo quitará del trono—contó mirándola a los ojos, intentando no congelarla con los dos cubos de hielos que eran sus ojos, su corazón no siente, jamás ha sentido amor, siempre fue el lado insípido entre su melliza y él. Se cansó de ser siempre el último, de ser la segunda opción y entendió que con Maxon jamás ganará. Que siempre lo elegirán por encima de él mismo.
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Editado: 02.05.2021