Capítulo 3
El mundo vuelve a Rebecca en forma de luces blancas. Primero, solo un resplandor que la obliga a cerrar los ojos. Luego, voces, un pitido lejano, olor a desinfectante y a silencio contenido. Parpadea. Una vez. Dos.
Está en una cama.
Un hospital.
Suspira con dificultad. El aire se siente espeso, como si no supiera si quiere entrar o salir de sus pulmones.
—Buenos días, Rebecca.
La voz es masculina, firme. Familiar.
Gira el rostro con esfuerzo.
Isaac.
Lo recuerda. El médico de urgencias. El que la miró con más preguntas que palabras. Lleva una bata blanca, un estetoscopio colgado como un amuleto y esa expresión en los ojos... como si ya supiera todas las respuestas.
—¿Cómo…? —Rebecca intenta hablar, pero su garganta está seca.
Él le alcanza un vaso con agua. Ella bebe a sorbos pequeños. Luego respira mejor.
—Te desmayaste —dice Isaac, con tono neutro—. Llegaste con signos de deshidratación, bajo nivel de glucosa, moretones múltiples, algunos en etapa de curación, otros recientes. ¿Quieres contarme qué pasó?
Rebecca cierra los ojos. El guión está listo en su cabeza. Uno que ha repetido muchas veces.
—Me caí. Fue culpa mía. No me cuidé bien.
Isaac no anota nada. Solo la mira. Sus ojos son como bisturís: filosos, precisos, sin espacio para las mentiras.
—¿Te caíste… también hace una semana, cuando te rompiste el labio por dentro? ¿Y hace tres días, cuando te hicieron ese hematoma en la clavícula?
Rebecca se tensa.
—Sí —dice, forzando una sonrisa—. Soy torpe, doctor. Tropiezo con todo.
Isaac se cruza de brazos.
—Soy médico, Rebecca. Pero también soy hijo de una mujer que mintió durante años. Que defendía al que la hería. Sé identificar un patrón. Esto no es torpeza. Es violencia.
Rebecca aprieta los labios.
—No es lo que piensa.
—La policía necesita un informe. Y dado que los niños estaban contigo cuando sucedió… el sospechoso directo es tu hijo. Lucas.
Rebecca se incorpora de golpe. Como si le hubieran clavado un cuchillo en el pecho.
—¡¿Qué?! ¡Eso es una locura! ¡Lucas jamás me pondría una mano encima!
—No he dicho que lo haya hecho. Solo que, por protocolo, es el primero en ser investigado. Él te trajo. Él estaba al volante. Y tú estabas inconsciente.
Rebecca se baja las piernas de la cama. Se quita los cables con torpeza. Está furiosa. Su mirada arde.
—Lucas es un niño. Tiene diecisiete años y ha cuidado de esta familia más de lo que nadie ha hecho jamás. ¡Él es la razón por la que estoy viva ahora mismo!
—Y sin embargo, no me has dicho quién te golpeó.
Silencio.
Un silencio con peso. Con historia.
Rebecca baja la mirada. Su respiración es tensa, como si tuviera que contener toda una vida de secretos detrás de los dientes.
—Ya no importa —susurra.
—Sí importa —responde Isaac—. Porque tus hijos no están seguros. Porque tú no estás segura. Y porque si callás, mañana podrías no despertar.
Rebecca lo mira con furia y miedo.
—Lucas no es el problema.
—¿Entonces quién?
—Eso no se pregunta así. No se arrincona a una mujer como si fuera una criminal. Yo no soy una víctima. Estoy de pie. Estoy hablando. Estoy consciente. Y mis hijos me necesitan. Ahora quiero el alta.
Isaac niega con la cabeza. Su voz es más baja, pero aún firme.
—No voy a firmarte el alta hasta que alguien más te evalúe. Servicios Sociales vendrá a verte en las próximas horas.
—No hace falta. ¡Estoy bien!
—Estás viva. Pero eso no es lo mismo que estar bien.
Rebecca se cubre la cara con las manos. Por un segundo, la armadura se resquebraja.
—No pueden quitarme a mis hijos…
Isaac se acerca, con algo de suavidad ahora.
—No queremos quitártelos, Rebecca. Queremos ayudarte a protegerlos.
Ella no responde. Solo respira con fuerza, como si estuviera atrapada en una habitación sin ventanas.
Desde fuera, se oye un golpe leve. Un zapato contra el suelo. La puerta se entreabre.
Es Lucas.
Su expresión es seria, contenida. Mira a su madre, luego a Isaac.
—¿Está bien?
Rebecca se recompone de inmediato. Se levanta, camina tambaleante hacia él y le acaricia la mejilla con ternura feroz.
—Estoy bien, amor. Todo está bien.
Lucas asiente. No parece convencido.
Isaac los observa en silencio, pero en sus ojos hay una mezcla de respeto y duda. Abre la puerta para irse, pero antes vuelve a dirigirse a Rebecca:
—Tienes dos horas para hablar. Si cambias de opinión estoy en mi consultorio.
Luego desaparece.
—¡¿Mamá!? ¡¿Qué vamos a hacer?! No quiero ir a prisión, ellos piensan que yo..
Lucas entra en Crisis. Rebecca lo toma de rostro.
—Traquilo, no irás a prisión, no has hecho nada malo, todo esto es mi culpa. No debimos venir aquí.
—Pero estabas muy mal, debimos ir a la policía, que arrestaran a esa basura.
Lucas está furioso, la irá se le dibuja en los ojos. Rebecca lo sabe, está rompiendolo más, no puede seguir lastimandolo. Tiene que encontrar una solución, no puede perder a sus hijos.
—Ve a ver q tus hermanos, te juro que lo resolveré.
Lucas la mira con angustia, quiere creerle pero se siente desprotegido, está acostumbrado a cuidar a su Madre no a ser cuidado. Aun así como siempre la obedece.
(...)
Isaac teclea en su ordenador con lentitud. El informe sigue incompleto. En la pantalla, las palabras “sospecha de violencia doméstica” parpadean como una alarma silenciosa.
La puerta se abre sin aviso.
Rebecca.
Camina como si le pesara el alma. Se planta frente a él. No hay cortesía, ni protocolo. Solo urgencia.
—Necesito que me escuches —dice. Su voz no tiembla, pero sus ojos sí.
Isaac se incorpora, cierra la laptop con un clic seco.
—Te escucho.
Rebecca no se sienta. Da un par de pasos. No lo mira directamente.
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Editado: 25.04.2025