Ambos giramos el rostro hacia la voz que nos interrumpe. La enfermera, con una expresión seria, llama nuevamente.
—Derek Carter, señor, necesita venir inmediatamente —su tono de voz es urgente.
Derek se pone de pie de un salto, su rostro se endurece por la preocupación, y yo también me levanto instintivamente para acompañarlo. Pero justo en ese momento, otra enfermera se acerca a mí, con un aire igualmente serio.
—Señorita Luna, su madre ya está en la habitación esperándola —dice la enfermera, sus ojos llenos de simpatía.
Siento un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. Mi corazón late más rápido mientras trato de mantener la calma.
—Iré enseguida —le digo y giro para acompañar a Derek, él ha estado conmigo cuando lo necesitaba, es justo que ahora lo acompañe.
—¿Qué haces? —pregunta Derek mirándome con ternura.
—Voy contigo —respondo intentando ocultar la ansiedad en mi voz.
Derek me detiene con una mano en mi brazo, su toque es firme pero reconfortante.
—No te preocupes, Luna. Ve con tu madre. Estaré bien, y no te angusties más de lo necesario —dice Derek, con una voz que intenta ser tranquilizadora, pero su mirada refleja su propia preocupación.
Asiento con un gesto agradecido y una sonrisa temblorosa, intentando captar todo el consuelo que sus palabras pueden ofrecer en este momento tan incierto.
—Gracias, Derek. Prometo venir a acompañarte tan pronto como pueda —respondo con mi voz casi en un susurro mientras me giro para seguir a la enfermera.
Todo lo que deseo es que mi madre esté bien.
Llego a la habitación en donde mi madre está terminando de vestirse. El ambiente está cargado de ansiedad y resignación. Aunque mi madre intenta mostrar una sonrisa, puedo ver el cansancio en sus ojos.
—Mamá, ¿cómo te sientes? —pregunto acercándome para ayudarla con el abrigo.
—Estoy bien, solo un poco cansada —responde mi madre con un tono aparentemente tranquilo, pero sé que está tan nerviosa como yo—. Los exámenes fueron un poco agotadores, pero ya me estoy acostumbrando a estas cosas.
Asiento, tratando de mantener la calma. Sé que mi madre está siendo fuerte por mí, pero eso solo aumenta mi preocupación. Ambas nos sentamos en las sillas de la sala, esperando al doctor. El silencio entre nosotras está cargado de nerviosismo, como si las palabras fueran innecesarias en ese momento.
Finalmente, la puerta se abre y una enfermera y el doctor ingresan con una expresión seria que hace que mi corazón se hunda un poco más.
—Señora Rosa, señorita Luna —comienza, tomando asiento frente a nosotras—. Hemos revisado los resultados de los exámenes, y lamento tener que decirles que la situación es delicada, pero tiene solución —siento un nudo en el estómago mientras el doctor sigue hablando—. Señora Rosa, por favor, acompañe a la enfermera para que le de algunos datos que necesitamos para su historia clínica.
—Por aquí por favor —indica la enfermera que había ingresado con el doctor.
Cuando estamos solos, el doctor continúa.
—No quise hablar delante de su madre, pero el estado de su corazón es preocupante. Necesita una operación cuanto antes para corregir el problema. Es una cirugía de alto riesgo, pero es necesaria.
Un balde de agua helada cae sobre mí, no estaba preparada para esto.
—Doctor, ¿cuánto tiempo tenemos antes de que la situación empeore? —pregunto intentando mantener la compostura.
—No mucho, me temo. Es crucial que se programe la operación lo antes posible.
Asiento, tragando el miedo que me invade. Entonces el doctor hace una pausa antes de preguntar:
—¿Su madre tiene seguro médico?
Mis piernas tiemblan e intento controlarme. Sé la respuesta, pero pronunciarla en voz alta la haría más real.
—No, no tiene seguro médico —digo con mi voz apenas en un susurro.
El doctor asiente lentamente, como si ya lo hubiera anticipado.
—En ese caso, deben saber que el costo de la operación será elevado. Sin seguro, estamos hablando de una suma considerable.
—¿Cuánto? —siento que la pregunta me quema los labios.
—La cirugía y el tratamiento posterior podrían costar alrededor de setenta mil dólares —el tono de su voz es firme pero con un dejo de empatía.
Siento como el suelo se desmorona bajo mis pies. Mi respiración se acelera y tengo que hacer un enorme esfuerzo por mantener la calma y no dejarme llevar por el pánico.
—Dios mío… —murmuro llevando una mano a mi pecho.
Mi cabeza da vueltas. Es una cantidad que no puedo cubrir ni trabajando las veinticuatro horas seguidas por un año entero, ni siquiera mis ahorros llegan a la cuarta parte.
—¿No hay otra opción? —pregunto con voz temblorosa.
El doctor niega con la cabeza.
—Lamentablemente, no. Esta cirugía es la única forma de mejorar su estado de salud.
Asiento lentamente, tratando de procesar toda la información que acabo de escuchar. El aire se ha vuelto denso, casi irrespirable. Me quedo mirando el vacío, intentando encontrar una solución, una salida a lo que parece una trampa mortal.